Ir al contenido principal

MÚSICA La vidala

Caja vidalera

“El grupo de los cantores intenta agremiarse en un solo sentimiento de liberación y sólo presenta su propio drama, ajeno al drama de todos…”

*Por Orestes Di Lullo
La vidala es el único canto coral. Cuando el paria, después de la alegría del alcohol y de la danza, cae en la embocadura de su destino, que es el dolor, apela a la “vidala” para cantar en coro su íntima pena.
Hacinamiento derrotado que se apuntala con la fuerza prestada de cada uno, restos carnavalescos conjurados en torno a la fiesta: esto es el coro.
¿Cómo se redime el hombre con la voz del hombre que está a su lado, frente a la inmensa pared de su mismo destino? En vano ensaya sostener su alegría en la vidala; el eco devuelto a la inmensidad del campo es un alarido multánime, una sola queja largamente plañida.
Por eso en el canto coral, el santiagueño busca un socorro de humano sentimiento, una ayuda para llorar.
Voz profunda de los que siente nivelados por la misma pena, estalla al unísono y ronda en la noche agriamente, en busca de comprensión, en busca del amor.
Es la “vidala” traspasada, amarga, que se abre como una floración de silencios preñados y sombríos, es el parche de la caja y la gran pena multiplicada del hombre, que se busca en el abismo de la noche para sentirse vivir y estrechar en brazos de la vida.
La vidala intenta salvar las distancias, trasponer la linde del individuo y unir a los hombres dentro de una sola expresión universal y sólo consigue hacer más firma el dolor individual.
Esa tristeza de la vidala, en plena alegría de la fiesta, se explica si se recuerda que en la preparación de su letra y de su música el hombre estuvo a solas con su dolor. Al cantarla en coro subsiste la motivación originaria, aumentada por la tristeza que infunde cada cantar y que suma su dolor al de los otros. Por eso es posible establecer una diferencia entre el cato e individual y el canto coral. El primero limpia el alma de tristezas. El otro activa la pena con resonancias y profundidades ignotas, haciéndola más robusta y grávida de ecos repoblados.
El cantor individual tiene un vasto silencio para rodar su dolor. Para la voz coral de la vidala, el silencio es el de un ánfora resonante o un caracol de los mares.
Por eso el coro se frustra en sus propósitos. El grupo de los cantores intenta agremiarse en un solo sentimiento de liberación y sólo presenta su propio drama, ajeno al drama de todos, absorto en su propio dolor. Ni siquiera sabe que la voz gemida en conjunto es la queja de todos. Se cree dueño del gran dolor sumado que flota en la voz del coro y que se formó arrancándose cada cual su propio dolor. Este falso sentimiento es engendrado por la vastedad resonante del canto coral. Estaba acostumbrado a la soledad de su voz y ahora, ante las voces extrañas se turba y desconcierta. No se ha refundido aún en la solidaria afinación. El coro no es todavía una sociedad de voces afinadas. Por encima de la agremiación aparente subsiste el lastre de las formaciones desaplicadas, rudimentarias y primitivas. No obstante, se advierte en la vidala el afán de solidaridad social y humana.


El campesino inicia con el coro su gran esfuerzo colectivista.
La danza se parece a él en este esfuerzo.
Todos los bailes populares asumen la función de unir a todos en una sola alegría. Es más fácil esta agremiación y se expande de sí misma. Contagia y aproxima. Pero el color busca la soledad. Sin embargo, en otros pueblos hay una comunidad que siente por uno, hay una solidaridad en el dolor como en la alegría. En el hombre de Santiago, aún no se ha estructurado esta agremiación. Es todavía una célula errante, sin vínculo extraño, vive ajeno a los otros, ensimismado en su querer, en su sufrir. Su personalidad, aunque no tiene contacto ni acercamientos, busca desesperadamente una sombra amiga en la sociedad de los hombres. Por eso la amistad es para él sagrado, cuando la ha encontrado. Por eso se desvive ensayando en la danza y el canto coral un acercamiento que lo ligue a la vida y al mundo. ¿Lo conseguirá? ¡Quién sabe!
*La razón del folklore.
Ramírez de Velasco®

Comentarios

Entradas populares (últimos siete días)

FÁBULA Don León y el señor Corzuela (con vídeo de Jorge Llugdar)

Corzuela (captura de vídeo) Pasaron de ser íntimos amigos a enemigos, sólo porque el más poderoso se enojó en una fiesta: desde entonces uno es almuerzo del otro Aunque usté no crea, amigo, hubo un tiempo en que el león y la corzuela eran amigos. Se visitaban, mandaban a los hijos al mismo colegio, iban al mismo club, las mujeres salían de compras juntas e iban al mismo peluquero. Y sí, era raro, ¿no?, porque ya en ese tiempo se sabía que no había mejor almuerzo para un león que una buena corzuela. Pero, mire lo que son las cosas, en esa época era como que él no se daba cuenta de que ella podía ser comida para él y sus hijos. La corzuela entonces no era un animalito delicado como ahora, no andaba de salto en salto ni era movediza y rápida. Nada que ver: era un animal confianzudo, amistoso, sociable. Se daba con todos, conversaba con los demás padres en las reuniones de la escuela, iba a misa y se sentaba adelante, muy compuesta, con sus hijos y con el señor corzuela. Y nunca se aprovec...

IDENTIDAD Vestirse de cura no es detalle

El perdido hábito que hacía al monje El hábito no es moda ni capricho sino signo de obediencia y humildad que recuerda a quién sirve el consagrado y a quién representa Suele transitar por las calles de Santiago del Estero un sacerdote franciscano (al menos eso es lo que dice que es), a veces vestido con camiseta de un club de fútbol, el Barcelona, San Lorenzo, lo mismo es. Dicen que la sotana es una formalidad inútil, que no es necesario porque, total, Dios vé el interior de cada uno y no se fija en cómo va vestido. Otros sostienen que es una moda antigua, y se deben abandonar esas cuestiones mínimas. Estas opiniones podrían resumirse en una palabra argentina, puesta de moda hace unos años en la televisión: “Segual”. Va un recordatorio, para ese cura y el resto de los religiosos, de lo que creen quienes son católicos, así por lo menos evitan andar vestidos como hippies o hinchas del Barcelona. Para empezar, la sotana y el hábito recuerdan que el sacerdote o monje ha renunciado al mundo...

SANTIAGO Un corazón hecho de cosas simples

El trencito Guara-Guara Repaso de lo que sostiene la vida cuando el ruido del mundo se apaga y solo queda la memoria de lo amado Me gustan las mujeres que hablan poco y miran lejos; las gambetas de Maradona; la nostalgia de los domingos a la tarde; el mercado Armonía los repletos sábados a la mañana; las madrugadas en el campo; la música de Atahualpa; el barrio Jorge Ñúbery; el río si viene crecido; el olor a tierra mojada cuando la lluvia es una esperanza de enero; los caballos criollos; las motos importadas y bien grandes; la poesía de Hamlet Lima Quintana; la dulce y patalca algarroba; la Cumparsita; la fiesta de San Gil; un recuerdo de Urundel y la imposible y redonda levedad de tus besos. También me encantan los besos de mis hijos; el ruido que hacen los autos con el pavimento mojado; el canto del quetuví a la mañana; el mate en bombilla sin azúcar; las cartas en sobre que traía el cartero, hasta que un día nunca más volvieron; pasear en bicicleta por los barrios del sur de la ciu...

FURIA Marcianos del micrófono y la banca

Comedor del Hotel de Inmigrantes, Buenos Aires, 1910 Creen saber lo que piensa el pueblo sólo porque lo nombran una y otra vez desde su atril, lejos del barro en que vive el resto Desde las olímpicas alturas de un micrófono hablan de “la gente”, como si fueran seres superiores, extraterrestres tal vez, reyes o princesas de sangre azul. Cualquier cosa que les pregunten, salen con que “la gente de aquí”, “la gente de allá”, “la gente esto”, “la gente estotro”. ¿Quiénes se creen para arrogarse la calidad de intérpretes de “la gente”? Periodistas y políticos, unos y otros, al parecer suponen que tienen una condición distinta, un estado tan sumo que, uf, quién osará tocarles el culo con una caña tacuara, si ni siquiera les alcanza. Usted, que está leyendo esto, es “la gente”. Su vecino es “la gente”. La señora de la otra cuadra es “la gente”. Y así podría nombrarse a todos y cada uno de los que forman parte de esa casta inferior a ellos, supuestamente abyecta y vil, hasta dar la vuelta al m...

CONTEXTO La inteligencia del mal negada por comodidad

Hitler hace el saludo romano Presentar a Hitler como enfermo es una fácil excusa que impide comprender cómo una visión organizada del mundo movió a millones hacia un proyecto criminal De vez en cuando aparecen noticias, cada una más estrafalaria que la anterior, que intentan explicar los horrores cometidos por Adolfo Hitler mediante alguna enfermedad, una supuesta adicción a drogas o un trastorno psicológico o psiquiátrico. Sus autores suelen presentarse como bien intencionados: buscan razones biológicas o mentales para comprender el origen del mal. Sin embargo, esas razones funcionan, en cierta forma, como un mecanismo involuntario o voluntario quizás, de exculpación. Si hubiese actuado bajo el dominio de una enfermedad que alteraba su discernimiento, los crímenes quedarían desplazados hacia la patología y ya no hacia la voluntad que los decidió y la convicción que los sostuvo. En el fondo, ese gesto recuerda otros, cotidianos y comprensibles. Ocurre con algunas madres cuando descubre...