Ir al contenido principal

SEGURO Firme un contrato con un futuro enemigo

Dicen que protegen la familia
y sus bienes, protegeriola

"Si usted se muere, antes de enterrarlo tienen que hacerle el certificado de defunción, que es una constancia, firmada por un médico”


El sistema de seguros se basa en una operación matemática simple, muchos ponen dinero previendo que algo les pase: les roben el auto, choquen a otro, se accidenten, se les incendie la cosecha, mueran, en fin. Hay una enorme cantidad de cosas que se pueden asegurar, hasta partes del cuerpo humano, como actrices que adquieren una póliza por sus piernas, sus glúteos, sus pechos, su boca.
El tipo que lo charla a uno para que asegure algo es un vendedor de papeles. Debe tener una labia fenomenal para convencerlo de que asegure su casa. Usted piensa que no le robarán o no se le incendiará, y es posible que así sea. El asunto es que hay una pequeña cantidad de gente que compra el seguro y si le sucede algo está salvado.
Eso cree, porque no es del todo cierto.
En casi todos los casos, cuando se produce el hecho desgraciado, las aseguradoras no quieren pagar. Hay que contratar un abogado, hacerles un juicio y si lo gana le pagarán. Oiga, ¿pero acaso la empresa no firmó un compromiso para que, producidos tales y cuáles hechos, debe ponerse? Y sí, tiene razón, pero marche preso.
Los seguros, en la mayor parte de los casos, son un asalto a mano armada, en banda, en poblado, a cara descubierta y con premeditación y alevosía. La empresa se comprometió a pagarle. Bueno, una vez comprobado que —Dios no lo permita— usted se murió, tiene que ir a la casa del beneficiario, tocarle la puerta y decirle: “Venimos a entregarle la plata que le prometimos al finado”.
Pero entregariola.
Si usted se muere, antes de enterrarlo tienen que hacerle el certificado de defunción, que es una constancia, firmada por un médico, de que usted efectivamente estiró la pata. Oiga, qué otra cosa se necesita para cobrar el seguro. Muestra su documento para que sepan que es el beneficiario y listo.
No va a suceder.
Lo primero que harán algunas compañías, es ofrecerle un pago al contado, con el cadáver todavía caliente del finado, pero de la mitad o menos de lo que le corresponde. Usted dirá: “Che, quiero cobrarla toda”. Entonces le responderán que sí le pagarán todo lo que le deben, pero para eso debe iniciar un juicio. Juegan a que los parientes gastaron una fortuna en el velorio, el cajón, el traslado, el cementerio y necesitan la plata. No sé nada de derecho, pero se me hace que, en ese caso, correspondería denunciarlos por estafa.
Así es casi siempre.
Debe haber casos dudosos, pongalé. Uno que se hizo el muerto para mandar a la señora a cobrar el seguro, otro que regaló el auto, pero denunció en la policía que se lo robaron. Pero uno es alguien decente, che, no va a andar en esos merequetengues de baja estofa. Además, usted se murió, todos vieron el cuerpo, siguieron el coche fúnebre hasta el cementerio, observaron cómo lloraba su señora, fueron testigos de que lo enterraron a dos metros bajo tierra, tenía más de 98 años. ¿Qué más pruebas quieren para estar seguros de que crepó?
Igual su señora tendrá que hacerles un juicio si quiere cobrarla toda. Pero, ¡espere!, eso no es todo. ¿No? No señor, falta un detallecito más. Usted acudirá a un abogado especialista en demandas contra las aseguradoras, le dejará los papeles y se olvidará durante un tiempo del juicio. Y un buen día el abogado la hablará para avisarle que la empresa quiere llegar a un arreglo, pongamos por el 70 por ciento de la deuda. Usted le preguntará qué hacer y el boga, que obviamente cobrará la suya, le avisará: “Suelen decir que es mejor un mal arreglo que un buen juicio”.
Después de unos días, usted le dirá al abogado que bueno, que acepte porque no quiere saber nada más con esa compañía de mierda. ¿Cree que todo ha terminado?, ¡no señora! Falta un pequeño gran detalle. A los pocos días el abogado la hablará para avisarle que está todo listo, pero como es mucha plata ofrecen pagar en cuotas. Usted, harta de tanto manoseo, dirá que bueno, que está bien. Sin advertir que, durante esos días entre cuota y cuota, la compañía estará lucrando con los intereses de su plata, doña. Calculan cómo seguir sacándole hasta el último centavo, exprimiendo al máximo la póliza que firmó el finado.
¿Eso quiere decir que no hay que asegurarse uno o sus bienes?
Nadie afirma eso. Pero habría que hacer más claro y honesto el proceso. Por un lado, eliminar la letra chica de los contratos o hacer que el vendedor se asegure de que su posible cliente entendió qué va a firmar, con todos los detalles, incluido el que, si se produce el siniestro, la compañía pasará a ser su enemiga. Por el otro, se podría intentar un cambio en la legislación para obligar a las empresas aseguradoras a pagar sin necesidad de un juicio.
Porque todavía queda otro asuntito más, entre los muchos artilugios legales que usan esos maulas. Si la cantidad a pagar es grande, siempre obligan a sus abogados a apelar el juicio todas las instancias  que pueden, extorsionando a quien, de buena fe, firmó un contrato con ellas o es un beneficiario probado.
Y no, amigos, no se aflijan porque pueden quebrar, sus ganancias son astronómicas, aún cuando deben pagar muchísimo dinero, son migajas al lado de lo que embolsan por vender la ilusión de que solucionarán un problema, pero en realidad están engañando a quienes firmen de buena fe.
Báh, digo, pero usted haga lo que quiera, quién es uno para andar metiéndose en su vida.
©Juan Manuel Aragón
Plaza Libertad, 27 de noviembre del 2022

Comentarios

  1. Chayna niarancu. Así me han dicho. Por las dudas, me abstengo, salvo en lo obligatorio.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares (últimos siete días)

FÁBULA Don León y el señor Corzuela (con vídeo de Jorge Llugdar)

Corzuela (captura de vídeo) Pasaron de ser íntimos amigos a enemigos, sólo porque el más poderoso se enojó en una fiesta: desde entonces uno es almuerzo del otro Aunque usté no crea, amigo, hubo un tiempo en que el león y la corzuela eran amigos. Se visitaban, mandaban a los hijos al mismo colegio, iban al mismo club, las mujeres salían de compras juntas e iban al mismo peluquero. Y sí, era raro, ¿no?, porque ya en ese tiempo se sabía que no había mejor almuerzo para un león que una buena corzuela. Pero, mire lo que son las cosas, en esa época era como que él no se daba cuenta de que ella podía ser comida para él y sus hijos. La corzuela entonces no era un animalito delicado como ahora, no andaba de salto en salto ni era movediza y rápida. Nada que ver: era un animal confianzudo, amistoso, sociable. Se daba con todos, conversaba con los demás padres en las reuniones de la escuela, iba a misa y se sentaba adelante, muy compuesta, con sus hijos y con el señor corzuela. Y nunca se aprovec...

IDENTIDAD Vestirse de cura no es detalle

El perdido hábito que hacía al monje El hábito no es moda ni capricho sino signo de obediencia y humildad que recuerda a quién sirve el consagrado y a quién representa Suele transitar por las calles de Santiago del Estero un sacerdote franciscano (al menos eso es lo que dice que es), a veces vestido con camiseta de un club de fútbol, el Barcelona, San Lorenzo, lo mismo es. Dicen que la sotana es una formalidad inútil, que no es necesario porque, total, Dios vé el interior de cada uno y no se fija en cómo va vestido. Otros sostienen que es una moda antigua, y se deben abandonar esas cuestiones mínimas. Estas opiniones podrían resumirse en una palabra argentina, puesta de moda hace unos años en la televisión: “Segual”. Va un recordatorio, para ese cura y el resto de los religiosos, de lo que creen quienes son católicos, así por lo menos evitan andar vestidos como hippies o hinchas del Barcelona. Para empezar, la sotana y el hábito recuerdan que el sacerdote o monje ha renunciado al mundo...

FURIA Marcianos del micrófono y la banca

Comedor del Hotel de Inmigrantes, Buenos Aires, 1910 Creen saber lo que piensa el pueblo sólo porque lo nombran una y otra vez desde su atril, lejos del barro en que vive el resto Desde las olímpicas alturas de un micrófono hablan de “la gente”, como si fueran seres superiores, extraterrestres tal vez, reyes o princesas de sangre azul. Cualquier cosa que les pregunten, salen con que “la gente de aquí”, “la gente de allá”, “la gente esto”, “la gente estotro”. ¿Quiénes se creen para arrogarse la calidad de intérpretes de “la gente”? Periodistas y políticos, unos y otros, al parecer suponen que tienen una condición distinta, un estado tan sumo que, uf, quién osará tocarles el culo con una caña tacuara, si ni siquiera les alcanza. Usted, que está leyendo esto, es “la gente”. Su vecino es “la gente”. La señora de la otra cuadra es “la gente”. Y así podría nombrarse a todos y cada uno de los que forman parte de esa casta inferior a ellos, supuestamente abyecta y vil, hasta dar la vuelta al m...

SANTIAGO Un corazón hecho de cosas simples

El trencito Guara-Guara Repaso de lo que sostiene la vida cuando el ruido del mundo se apaga y solo queda la memoria de lo amado Me gustan las mujeres que hablan poco y miran lejos; las gambetas de Maradona; la nostalgia de los domingos a la tarde; el mercado Armonía los repletos sábados a la mañana; las madrugadas en el campo; la música de Atahualpa; el barrio Jorge Ñúbery; el río si viene crecido; el olor a tierra mojada cuando la lluvia es una esperanza de enero; los caballos criollos; las motos importadas y bien grandes; la poesía de Hamlet Lima Quintana; la dulce y patalca algarroba; la Cumparsita; la fiesta de San Gil; un recuerdo de Urundel y la imposible y redonda levedad de tus besos. También me encantan los besos de mis hijos; el ruido que hacen los autos con el pavimento mojado; el canto del quetuví a la mañana; el mate en bombilla sin azúcar; las cartas en sobre que traía el cartero, hasta que un día nunca más volvieron; pasear en bicicleta por los barrios del sur de la ciu...

CONTEXTO La inteligencia del mal negada por comodidad

Hitler hace el saludo romano Presentar a Hitler como enfermo es una fácil excusa que impide comprender cómo una visión organizada del mundo movió a millones hacia un proyecto criminal De vez en cuando aparecen noticias, cada una más estrafalaria que la anterior, que intentan explicar los horrores cometidos por Adolfo Hitler mediante alguna enfermedad, una supuesta adicción a drogas o un trastorno psicológico o psiquiátrico. Sus autores suelen presentarse como bien intencionados: buscan razones biológicas o mentales para comprender el origen del mal. Sin embargo, esas razones funcionan, en cierta forma, como un mecanismo involuntario o voluntario quizás, de exculpación. Si hubiese actuado bajo el dominio de una enfermedad que alteraba su discernimiento, los crímenes quedarían desplazados hacia la patología y ya no hacia la voluntad que los decidió y la convicción que los sostuvo. En el fondo, ese gesto recuerda otros, cotidianos y comprensibles. Ocurre con algunas madres cuando descubre...