Pensamientos inútiles |
Las frases cortas, contundentes, de una lógica infantil y más o menos expresadas, aunque sea en un español dudoso, han ganado el lugar que antes ocupaban los libros
Esto de las redes de internet ha causado un efecto quizás no muy visto. Ahora todos tienen razón y, tanto los que dicen “blanco”, como los que sostienen “negro”, se atrincheran detrás de su derecho a estar en lo cierto y no hay Dios que los mueva de ese lugar. Salvo que cambie la dirección del viento al que adscriben con una fe ciega, sorda y muda.Como epifenómeno, los artistas de Buenos Aires han desatado una brava carrera para confesar, en programas más o menos inmundos, quién los violaba cuando niños, casi siempre parientes muertos que no tienen cómo defenderse. Vale cualquiera, el padre, el abuelo, un amigo de la madre, un tío.Las frases cortas, contundentes, de una lógica infantil y más o menos expresadas, aunque sea en un español dudoso, han ganado el lugar que antes ocupaban los libros, los manuales, los tratados, los ensayos, los diccionarios y las enciclopedias, las clases magistrales de los grandes pensadores, las enseñanzas de los viejos, el llano consejo de los padres.
El grito ha reemplazado con holgura la conversación meditada, el argumento expresado con sapiencia. Nadie oye a los demás. Primero yo, después yo, siempre yo, por las dudas yo y, si todavía queda algún espacio, yo.
Mientras unos sostienen que ha triunfado el cristianismo como manera de pensar que abarca al prójimo antes que a uno mismo, la realidad se ensaña con ellos, avisándoles que reina en estos tiempos el más absoluto de los individualismos, nacido de esa la feroz Revolución Francesa que, desde entonces, intenta poner todo patas para arriba. Sus hijos, el liberalismo y el socialismo plantean en este momento de la historia, una relación incestuosa con el único ser que importa en el Universo: yo, pero llevado hasta el paroxismo, hasta más allá de la frontera de la exaltación más espectacularmente banal del egoísmo.
Puede que este fenómeno sea un signo de los tiempos. Es posible que, en una de esas debía llegar igual, aún si no existían las redes de internet. Pero no hay dudas de que Facebook, Twitter, Instagram, y toda la otra parafernalia de sitios que exacerban el ego, han llenado el mundo de palabritas huecas, fotos, memes, dibujitos y vídeos más o menos ingeniosos, hechos para bobos analfabetos que se niegan a la iluminación de las letras.
Cualquier palurdo analfabeto se cree en el deber de opinar sobre las razones de la suba o la baja del dólar, la guerra de Ucrania, el Misterio de la Santísima Trinidad, el color de calzoncillos de los políticos que están en boca de todos. Nada los arredra, ni la falta de un vocabulario más o menos adecuado ni la orfandad de reglas de sintaxis ni el desconocimiento de la ortografía ni su ayuno del tema tratado.
Se levantan de su silla, empuñan el dedo y critican como si supieran, a los presidentes Alberto Fernández. Joe Biden o Vladimir Putin, con la seguridad jactanciosa de los ignorantes, son capaces de discutir de teología con el Papa Francisco o con San Agustín, si se les presentara, con el mismo énfasis que podrían emplear para oponerse a la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein, negar la llegada del hombre a la Luna, la eficacia de las vacunas o la redondez de la Tierra. Siempre que sea, obviamente, con expresiones cortitas, chistosas, copiadas y pegadas de un amigo que las recibió de otro y creadas por quién sabe quién o para qué.
Se ha perdido el gusto por debatir y admirar los matices. ¿Fue gol o no?, preguntan ahora, lo único que interesa es el resultado y no solamente en el fútbol sino en todos los órdenes de la vida. Para cada asunto hay una opinión formada, ¿los rugbistas?, cadena perpetua, ¿fútbol?, campeones del mundo, ¿Ucrania o Rusia?, Ucrania, obvio, ¿Estados Unidos?, culpable de todo, ¿la Argentina?, un sentimiento. Ni una duda, no hay vacilaciones, el mundo de los grises no existe, pero cualquier cosa, si no nos ponemos de acuerdo, arreglamos con una votación, uno gana su contrario pierde y chau, a otra cosa mariposa.
El mundo de los libros sucumbió frente a una catarata del Iguazú de asuntos supuestamente más importantes que leer. Además, para qué pasar la vista sobre una tediosa hoja con letritas, si ahí están a continua disposición la televisión, el teléfono, Netflix, los noticiarios, todo envuelto, empacado y despachado con rótulos de ideologías bárbaras (por lo extrañas), masticadas para uso de mentes colonizadas en el afán de no pensar, porque es mucho trabajo. Además, ya tomé partido don, así que no vale la pena, no se moleste en tratar de convencerme.
Si ha llegado a este punto del escrito, lo animo a que no esté de acuerdo, lo enfrente, se rebele, escriba su parecer aquí abajo o en cualquier otra parte, hoy o en otro momento, diga que no es verdad lo que se dice, afirme que es una falacia. ¡Vamos!, exponga sus ideas, deje un rato de lado su teléfono y anímese a cuestionar con argumentos lo que aquí se dice. No vaya a ser que se le vaya la vida viendo los Pitufos de Netflix. O como mierda se llame lo que pasan por ahí.
©Juan Manuel Aragón
Mientras unos sostienen que ha triunfado el cristianismo como manera de pensar que abarca al prójimo antes que a uno mismo, la realidad se ensaña con ellos, avisándoles que reina en estos tiempos el más absoluto de los individualismos, nacido de esa la feroz Revolución Francesa que, desde entonces, intenta poner todo patas para arriba. Sus hijos, el liberalismo y el socialismo plantean en este momento de la historia, una relación incestuosa con el único ser que importa en el Universo: yo, pero llevado hasta el paroxismo, hasta más allá de la frontera de la exaltación más espectacularmente banal del egoísmo.
Puede que este fenómeno sea un signo de los tiempos. Es posible que, en una de esas debía llegar igual, aún si no existían las redes de internet. Pero no hay dudas de que Facebook, Twitter, Instagram, y toda la otra parafernalia de sitios que exacerban el ego, han llenado el mundo de palabritas huecas, fotos, memes, dibujitos y vídeos más o menos ingeniosos, hechos para bobos analfabetos que se niegan a la iluminación de las letras.
Cualquier palurdo analfabeto se cree en el deber de opinar sobre las razones de la suba o la baja del dólar, la guerra de Ucrania, el Misterio de la Santísima Trinidad, el color de calzoncillos de los políticos que están en boca de todos. Nada los arredra, ni la falta de un vocabulario más o menos adecuado ni la orfandad de reglas de sintaxis ni el desconocimiento de la ortografía ni su ayuno del tema tratado.
Se levantan de su silla, empuñan el dedo y critican como si supieran, a los presidentes Alberto Fernández. Joe Biden o Vladimir Putin, con la seguridad jactanciosa de los ignorantes, son capaces de discutir de teología con el Papa Francisco o con San Agustín, si se les presentara, con el mismo énfasis que podrían emplear para oponerse a la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein, negar la llegada del hombre a la Luna, la eficacia de las vacunas o la redondez de la Tierra. Siempre que sea, obviamente, con expresiones cortitas, chistosas, copiadas y pegadas de un amigo que las recibió de otro y creadas por quién sabe quién o para qué.
Se ha perdido el gusto por debatir y admirar los matices. ¿Fue gol o no?, preguntan ahora, lo único que interesa es el resultado y no solamente en el fútbol sino en todos los órdenes de la vida. Para cada asunto hay una opinión formada, ¿los rugbistas?, cadena perpetua, ¿fútbol?, campeones del mundo, ¿Ucrania o Rusia?, Ucrania, obvio, ¿Estados Unidos?, culpable de todo, ¿la Argentina?, un sentimiento. Ni una duda, no hay vacilaciones, el mundo de los grises no existe, pero cualquier cosa, si no nos ponemos de acuerdo, arreglamos con una votación, uno gana su contrario pierde y chau, a otra cosa mariposa.
El mundo de los libros sucumbió frente a una catarata del Iguazú de asuntos supuestamente más importantes que leer. Además, para qué pasar la vista sobre una tediosa hoja con letritas, si ahí están a continua disposición la televisión, el teléfono, Netflix, los noticiarios, todo envuelto, empacado y despachado con rótulos de ideologías bárbaras (por lo extrañas), masticadas para uso de mentes colonizadas en el afán de no pensar, porque es mucho trabajo. Además, ya tomé partido don, así que no vale la pena, no se moleste en tratar de convencerme.
Si ha llegado a este punto del escrito, lo animo a que no esté de acuerdo, lo enfrente, se rebele, escriba su parecer aquí abajo o en cualquier otra parte, hoy o en otro momento, diga que no es verdad lo que se dice, afirme que es una falacia. ¡Vamos!, exponga sus ideas, deje un rato de lado su teléfono y anímese a cuestionar con argumentos lo que aquí se dice. No vaya a ser que se le vaya la vida viendo los Pitufos de Netflix. O como mierda se llame lo que pasan por ahí.
©Juan Manuel Aragón
Eeeeeeh no te enojes Juancho!!!!
ResponderEliminarEstimado Juan Manuel. La respuesta que recibiste más arriba sintetiza todo el análisis puesto en tu artículo, y confirma todas tus hipótesis.
ResponderEliminarSi me permites, haría una sola aclaración:
Donde dice "Cualquier palurdo analfabeto se cree en el deber de opinar....." para ser consecuente con lo que propone el artículo diría que en realidad ni siquiera opinan, sino "reaccionan", que es cómo le llaman hoy a lo que expresan ante cualquier tema. Y creo que es en realidad así, porque "opinar" es un concepto de una categoría superior, que requiere entendimiento, análisis, elaboración y expresión, que son precisamente las cualidades o capacidades que se han atrofiado en la sociedad.
La mayoría de la gente solo reacciona, o directamente copia o retransmite lo que recibe.
Ya hemos comentado sobre el "culto al yo" de las nuevas generaciones, aunque se trata de un yo tribalizado (parece una contradicción pero no es), para quienes solo cuentan sus "sentimientos" y se protegen agrupándose en tribus de falso virtuosismo formadas por quienes sienten de la misma manera.
A todo lo que se ha comentado sobre esta generación acostumbrada a que les digan permanentemente que son especiales, a darles trofeos por solo participar y a premiarlos por hacer solo lo mínimo que les toca hacer, se suma el pertenecer a una generación nacida de padres que esperan mucho más tiempo para tenerlos, y que por lo tanto nacen cuando sus padres tienen mejores condiciones económicas, tienen menos hermanos y reciben mucho más atención y cosas materiales, con menos competencia y sin tener que compartir.
Es lo que hay, Juan, no se puede esperar más que monosílabos, frases hechas y oraciones elementales como "reacción" a los temas que se plantean.
O sea, hay muchas personas que ya no leen, ni escriben, y obviamente no opinan. Están dominadas por las redes sociales, son analfabetas, pareciera ser según los sesudos análisis concretados, por los preopinantes. Ahora, nadie pensó que alrededor de 1880 , EL INDICE DE ANALFABETISMO EN ARGENTINA ERA DEL 80 %?; Que solo los ricos podían estudiar en las universidades y hasta en Colegios secundarios ? O acaso molesta la reforma del 18? O ahora resulta que todos son ignaros, porque se expresan en las redes? Digan que se ha progresado, porque antes, más de la mitad de la población no sabía leer ni escribir; O volvamos al pasado, revivamos al Cardenal Lefebvre, y reduzcamos los problemas a las redes sociales, al sindicalismo, a los choriplaneros, o por último, repitamos con Manrique " todo tiempo pasado fue mejor".
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