Ir al contenido principal

FÚTBOL Para evitar la violencia, jugar sin público

Policías contra hinchas, o hinchas contra policías

Aquí va una nueva propuesta para evitar que los hinchas de los clubes se garroteen, que ninguno vaya a la cancha

Hay gente primitiva y violenta en la Argentina que, por alguna especial tara en el temperamento, para pelearse prefiere las inmediaciones de los estadios de fútbol, sus gradas, sus peñas o los partidos, ya sea antes, durante o después. El Estado se ocupó del asunto, pero lo hizo siguiendo un razonamiento que viene desde la década de 1950, por fijar una fecha y es, lamentar las consecuencias, pero levantar un monumento laudatorio a las causas.
Para evitar la violencia entre los hinchas se intentó primero aplicar la ley, después aplicarla bien, luego aplicarla mejor, al tiempo cambiar los códigos de procedimientos, más adelante endurecer las penas, instalar cámaras en los estadios, aplicar el derecho de admisión para no permitir que los violentos miren el partido desde las tribunas, endurecer el derecho de admisión, al último hacerlo más duro todavía.
Al ver que no funcionaba se optó por prohibir las hinchadas visitantes en los partidos, mire usté, qué intelijudez.
El razonamiento es sencillo y lógico, pero equivocado: “Si los simpatizantes de un club se pelean con los del otro club, entonces cuando los unos no vayan a ver el partido en la cancha de los otros, y viceversa, se terminarán las peleas”. Es decir, si dos contrincantes no se topan, no habrá pelea, mire qué fácil.
Pero es un error.
Porque los hinchas son gente violenta y van a pelear a como dé lugar, si no hay simpatizantes de otros equipos, entonces pelean contra ellos mismos nomás, pero las ganas de agarrarse a las piñas se las sacan a como dé lugar.
Resultado, sigue la violencia en el fútbol.
Visto el problema, caben dos soluciones para terminar con las peleas, las muertes, las trompadas alrededor del “Mundo del Fútbol”, como lo llaman. Una sigue el razonamiento de atacar los resultados y olvidarse de sus orígenes y la otra plantea una solución que va contra los mismos principios, ataca el mal en su raíz.
Antes de que haya otro muerto más, plantean los facilistas de siempre, habría que prohibir los hinchas de fútbol en los estadios, de uno y otro equipo. Se deberían jugar sin público, con nadie sentado en las tribunas. De todas maneras, los que ven el partido de cuerpo presente son una ínfima minoría si se los compara con los que lo miran por televisión. Hasta se podría prescindir de los costosos estadios, que gastan una fortuna en luz, agua, empleados, artículos de limpieza, policías, guardias armados y demás. Sólo se tendría que mantener en buen estado el campo de juego y asegurar buenos lugares a los camarógrafos de la tele, relatores, locutores de las radios y periodistas de los diarios y autoridades de cada club. Para darle más dramatismo a la televisión del partido, podrían ponerle sonido ambiente como si hubiera hinchas en las tribunas y que se sientan los consabidos “¡¡¡uuuhhh…!!!”, cada vez que uno yerra un gol o los alborozados “¡¡¡gooolll!!!” que bajan desde la popular cuando convierten un tanto.
De yapa, los jugadores y el árbitro no tendrían la presión de los molestos barrabravas gritándoles insultos horripilantes y hasta es posible que den pases más arriesgados, intenten gambetas más fantasiosas y ofrezcan un espectáculo más lucido, con brillo.
Pero, va de nuevo: si hay violentos, con atacar las consecuencias no se saca nada. Ya buscarán otras excusas para agarrarse a las trompadas, a los macanazos o meterse balas, como lo hacen de vez en cuando en la actualidad.
La solución más jodida, la que nunca en su vida quiso encarar el Estado Argentino es educar a los niños para que, de alguna manera tengan asco al irracional y —digámoslo— estúpido fanatismo por los colores de un club, sea cual fuere ese color. El amor, ya se sabe, es un sentimiento que se concibe de a dos, usted ama a alguien que también lo ama a usted. Si es así, entonces el amor se da solamente entre gente de carne y hueso. Desde este punto de vista no se pueden amar los colores de un trapo, simplemente porque al trapo no le es posible amar, es una cosa, no tiene sentimientos, tan simple como eso. Salvo el amor que se tiene por Dios y por la Patria, por supuesto, que primero aman a sus súbditos y luego los súbditos no hacen más que corresponderles.
Desde el jardín de infantes, las maestras debieran inculcar a los niños, de alguna manera, que miren fútbol como quien observa un espectáculo de circo, porque es bonito, porque es sorprendente, porque es lindo ser testigo de habilidades inusuales de gente excepcional. Al cabo de unos 20 años de educación, con buenos libros y enseñanzas correctas, sería factible abrir de nuevo los estadios para que el público asista como si fuera a un concierto de música. Todos aplaudirían cuando un equipo hace un gol y aplaudirían con el mismo énfasis si el otro también hace lo mismo.
Para ese tiempo, es posible que los chicos se entusiasmen con las matemáticas, estudien historia de manera apasionada, se conviertan en vehementes defensores de la lengua española, anden averiguando dónde queda cada país, cuáles son sus capitales y qué se produce en cada uno, en fin.
Si tal sucediera, en ese futuro dichoso, pero no utópico, los hinchas fanáticos remanentes, andarán peleando en los lupanares infectos de las orillas, a la salida de las casas de juego oficiales o clandestinas, en bailongos repletos de vapores etílicos y mujeres fáciles, pero no en el fútbol. Y serán marginales muy minoritarios.
La escuela tiene cómo salvar a los espectadores del fútbol. Gracias a las aulas y los buenos textos es posible terminar con este tipo de violencia, la del fútbol, por una causa —los colores de una camiseta sudada— que, ya se dijo, es estúpida y boba.
Pero, si usted conoce otra manera de terminar con esta iniquidad que asuela a la sociedad argentina, abajo tiene lugar para explayarse.
Meta nomás.
Es gratis.
Juan Manuel Aragón
A 31 de octubre del 2024, en San Cristóbal. Dando maíz a las gallinas.
Ramírez de Velasco®

Comentarios

  1. Así que "el Estado" tiene que solucionar el problema por medio de la educación en las escuelas?.......y " no es utópico"?
    Genial!!!! No me había dado cuenta de que era tan sencillo.
    Cómo no lo pensé antes?

    ResponderEliminar
  2. Cristian Ramón Verduc31 de octubre de 2024 a las 10:19

    Habiendo buena educación pública, uno de los deberes del Estado, se atenuarían muchos de los causantes de atraso en la sociedad. Uno de esos causantes es la permanencia en esos lugares de privilegio, de quienes deberían tomar medidas para que haya una buena educación pública.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares (últimos siete días)

FÁBULA Don León y el señor Corzuela (con vídeo de Jorge Llugdar)

Corzuela (captura de vídeo) Pasaron de ser íntimos amigos a enemigos, sólo porque el más poderoso se enojó en una fiesta: desde entonces uno es almuerzo del otro Aunque usté no crea, amigo, hubo un tiempo en que el león y la corzuela eran amigos. Se visitaban, mandaban a los hijos al mismo colegio, iban al mismo club, las mujeres salían de compras juntas e iban al mismo peluquero. Y sí, era raro, ¿no?, porque ya en ese tiempo se sabía que no había mejor almuerzo para un león que una buena corzuela. Pero, mire lo que son las cosas, en esa época era como que él no se daba cuenta de que ella podía ser comida para él y sus hijos. La corzuela entonces no era un animalito delicado como ahora, no andaba de salto en salto ni era movediza y rápida. Nada que ver: era un animal confianzudo, amistoso, sociable. Se daba con todos, conversaba con los demás padres en las reuniones de la escuela, iba a misa y se sentaba adelante, muy compuesta, con sus hijos y con el señor corzuela. Y nunca se aprovec...

IDENTIDAD Vestirse de cura no es detalle

El perdido hábito que hacía al monje El hábito no es moda ni capricho sino signo de obediencia y humildad que recuerda a quién sirve el consagrado y a quién representa Suele transitar por las calles de Santiago del Estero un sacerdote franciscano (al menos eso es lo que dice que es), a veces vestido con camiseta de un club de fútbol, el Barcelona, San Lorenzo, lo mismo es. Dicen que la sotana es una formalidad inútil, que no es necesario porque, total, Dios vé el interior de cada uno y no se fija en cómo va vestido. Otros sostienen que es una moda antigua, y se deben abandonar esas cuestiones mínimas. Estas opiniones podrían resumirse en una palabra argentina, puesta de moda hace unos años en la televisión: “Segual”. Va un recordatorio, para ese cura y el resto de los religiosos, de lo que creen quienes son católicos, así por lo menos evitan andar vestidos como hippies o hinchas del Barcelona. Para empezar, la sotana y el hábito recuerdan que el sacerdote o monje ha renunciado al mundo...

ANTICIPO El que vuelve cantando

Quetuví Juan Quetuví no anuncia visitas sino memorias, encarna la nostalgia santiagueña y el eco de los que se fueron, pero regresan en sueños Soy quetupí en Tucumán, me dicen quetuví en Santiago, y tengo otros cien nombres en todo el mundo americano que habito. En todas partes circula el mismo dicho: mi canto anuncia visitas. Para todos soy el mensajero que va informando que llegarán de improviso, parientes, quizás no muy queridos, las siempre inesperadas o inoportunas visitas. Pero no es cierto; mis ojos, mi cuerpo, mi corazón, son parte de un heraldo que trae recuerdos de los que no están, se han ido hace mucho, están quizás al otro lado del mundo y no tienen ni remotas esperanzas de volver algún día. El primo que vive en otro país, el hermano que se fue hace mucho, la chica que nunca regresó, de repente, sienten aromas perdidos, ven un color parecido o confunden el rostro de un desconocido con el de alguien del pago y retornan, a veces por unos larguísimos segundos, a la casa aquel...

CALOR Los santiagueños desmienten a Borges

La única conversación posible Ni el día perfecto los salva del pronóstico del infierno, hablan del clima como si fuera destino y se quejan hasta por costumbre El 10 de noviembre fue uno de los días más espectaculares que regaló a Santiago del Estero, el Servicio Meteorológico Nacional. Amaneció con 18 grados, la siesta trepó a 32, con un vientito del noreste que apenas movía las ramas de los paraísos de las calles. Una delicia, vea. Algunas madres enviaron a sus hijos a la escuela con una campera liviana y otras los llevaron de remera nomás. El pavimento no despedía calor de fuego ni estaba helado, y mucha gente se apuró al caminar, sobre todo porque sabía que no sería un gran esfuerzo, con el tiempo manteniéndose en un rango amable. Los santiagueños en los bares se contaron sus dramas, las parejas se amaron con un cariño correspondido, los empleados públicos pasearon por el centro como todos los días, despreocupados y alegres, y los comerciantes tuvieron una mejor o peor jornada de ve...

SANTIAGO Un corazón hecho de cosas simples

El trencito Guara-Guara Repaso de lo que sostiene la vida cuando el ruido del mundo se apaga y solo queda la memoria de lo amado Me gustan las mujeres que hablan poco y miran lejos; las gambetas de Maradona; la nostalgia de los domingos a la tarde; el mercado Armonía los repletos sábados a la mañana; las madrugadas en el campo; la música de Atahualpa; el barrio Jorge Ñúbery; el río si viene crecido; el olor a tierra mojada cuando la lluvia es una esperanza de enero; los caballos criollos; las motos importadas y bien grandes; la poesía de Hamlet Lima Quintana; la dulce y patalca algarroba; la Cumparsita; la fiesta de San Gil; un recuerdo de Urundel y la imposible y redonda levedad de tus besos. También me encantan los besos de mis hijos; el ruido que hacen los autos con el pavimento mojado; el canto del quetuví a la mañana; el mate en bombilla sin azúcar; las cartas en sobre que traía el cartero, hasta que un día nunca más volvieron; pasear en bicicleta por los barrios del sur de la ciu...