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Ilustración nomás |
El siguiente escrito fue enviado por un amigo argentino-israelí, si no es cierto, porque pocas cosas lo son en una guerra o en la red, merece ser verdad o, como dicen los italianos, "si non è vero, è ben trovato"
Autor desconocido
Esto no es una novela.
No es una fantasía.Es la historia real, estremecedora y palpitante, de una mujer que cambió el rumbo de una guerra—no con armas ni drones, sino con silencio, encanto y una pluma envenenada.Su nombre era Catherine Perez-Shakdam.
Era una paradoja envuelta en sombras, una mujer cuya cada acción desafiaba al destino. Nacida en París en una familia judía secular, su sangre llevaba los ecos antiguos del Yemen: sus desiertos, su poesía, sus secretos. Especialista en asuntos de Medio Oriente, no era ajena al laberinto de la geopolítica. Su mente era un mapa de líneas de fractura: sunitas y chiitas, persas y árabes, poder y traición.
Y entonces, hizo lo impensable.
Se convirtió públicamente al islam chiita. Se envolvió en el chador negro, cuyas telas susurraban sobre los adoquines de Londres y luego los de Teherán. Citaba al Imán Jomeini con una reverencia capaz de hacer llorar a los clérigos. Bajaba la cabeza en la ciudad santa de Qom, con un farsi impecable, oraciones medidas, una presencia discreta.
Pero bajo sus dedos manchados de tinta que escribían odas a la República Islámica, bajo sus ojos velados que miraban a las esposas de los generales, era una daga.
Una daga afilada por el Mossad.
Catherine no llegó a Teherán con explosivos ni radios cifradas.
Llegó como pensadora—periodista, poeta, una mujer cuyas palabras podían tejer lealtades.
Sus artículos se publicaban en Press TV, cada frase un himno cuidadosamente elaborado a la revolución. Firmaba también en el Tehran Times, su prosa era pulida, su lealtad incuestionable.
Lo más escalofriante: sus textos aparecían en el sitio web oficial del líder supremo Ali Khamenei, santuario digital del poder absoluto del régimen.
No fue casualidad.
Fue infiltración—quirúrgica, estratégica, devastadora.
Cada artículo era un hilo en una telaraña tejida con precisión.
Estudió el ritmo de las calles de Teherán: el llamado a la oración desde los minaretes, el tintineo de tazas de té en los cafés del bazar, los susurros paranoicos de una nación sitiada.
Su chador era su armadura, su pluma, su espada.
No era una espía al estilo de Hollywood: sin gabardinas ni mensajes escondidos.
Era un fantasma que caminaba a plena luz del día, cada gesto era una actuación, cada palabra un arma.
Escribía sobre unidad, resistencia y la santidad de la República Islámica.
Y mientras tanto, su verdadero público estaba a miles de kilómetros, en una sala tenuemente iluminada en Tel Aviv, leyendo sus informes codificados.
Para el año 2023, Catherine era parte del círculo de élite de Teherán.
Tomaba té de menta en los patios perfumados de Isfahán, su risa se mezclaba con la de las esposas de los comandantes de la Guardia Revolucionaria.
Organizaba tertulias intelectuales bajo las cúpulas milenarias, su voz suave pero magnética, atraía a académicos y estrategas a su órbita.
Fue invitada al recinto privado del presidente Ebrahim Raisi, donde caminaba con el porte de una creyente, la mirada baja, pero nunca ciega.
Se movía por academias militares, sus pies descalzos rozaban los fríos mosaicos de los patios, sus labios murmuraban hadices con una devoción que silenciaba a los incrédulos.
Rezaba junto a las esposas de los generales del Cuerpos de la Guardia Revolucionaria de Irán.
Sus preguntas, aparentemente inocentes, empáticas, pasaban como brisa por las defensas:
“¿Cómo lleva él el peso de tanta responsabilidad?”, preguntaba con voz suave como terciopelo.
“¿Encuentra paz en casa?”
Y ellas respondían.
Hablaban de rutinas: reuniones nocturnas en Karaj, retiros de fin de semana en villas privadas de Mazandarán, discusiones en voz baja sobre movimientos de tropas en Parchin.
Compartían nombres: coroneles, científicos, agentes de la Fuerza Quds.
Confesaban temores: la vigilancia constante, el miedo a la traición.
Catherine escuchaba. Su memoria era una bóveda, su corazón un metrónomo.
Cada detalle —cada nombre, cada horario, cada ansiedad susurrada —quedaba grabado en su mente, para ser transmitido más tarde en fragmentos, disfrazados de ideas en un artículo o como comentario casual en una llamada codificada.
El Mossad lo grababa todo.
En las noches del 13 al 14 de junio de 2025, los cielos sobre Irán rugieron con represalias.
Ataques aéreos israelíes, guiados por una inteligencia tan precisa que parecía divina, arrasaron el corazón de las defensas de la República Islámica.
Isfahán, Natanz, Parchin—nombres sinónimos del programa nuclear iraní—ardieron bajo bombardeos quirúrgicos.
* Ocho altos oficiales del Cuerpos de la Guardia Revolucionaria de Irán, arquitectos del dominio regional de Irán, murieron quemados en sus camas.
* Siete científicos nucleares, cerebros del programa atómico, nunca llegaron a sus laboratorios.
* Tres comandantes de alto rango de la Fuerza Quds, fantasmas que habían escapado de la inteligencia israelí durante décadas, fueron localizados en una sola noche.
Los objetivos no eran simples coordenadas.
Eran vidas diseccionadas con precisión quirúrgica:
la hora en que un general volvía a su villa,
el jardín donde un científico fumaba al anochecer,
el hammam donde un comandante se demoraba.
No era inteligencia satelital. Era humana. Íntima. Devastadora.
Los susurros de Catherine pintaron los blancos.
Sus conversaciones, fragmentos oídos al pasar, la confianza que construyó con cuidado, iluminaron los rincones más oscuros de la República Islámica.
No disparó una sola bala, pero sus palabras guiaron los misiles.
Mientras las explosiones iluminaban la noche, Catherine desapareció.
El Ministerio de Inteligencia iraní despertó en el caos: sus redes desmanteladas, sus secretos expuestos.
Revisaron sus artículos, sus llamadas, sus reuniones “inofensivas” en Karaj y Shiraz.
Siguieron su rastro hasta Qom, a los salones de Isfahán, a las salas de oración donde se había arrodillado junto a sus esposas.
Pero ya no estaba.
Una sombra entre sus dedos.
Su fuga fue tan meticulosa como su infiltración.
A través de los picos escarpados de los montes Zagros, bajo noches sin estrellas, avanzó con el silencio de un espectro.
En la frontera kurda, donde las lealtades cambian como la arena, esperó en el lecho de un río seco cerca de Sardasht.
Al amanecer, un equipo del Mossad la extrajo en helicóptero. El único sonido: las hélices cortando el viento.
No dejó huella.
Hoy, Catherine Perez-Shakdam es un fantasma.
Interpol no tiene fotos suyas después de la fuga.
Sus blogs en farsi, una vez pilares de su fachada, han desaparecido.
Su cuenta de Twitter, antes repleta de citas de Khamenei y fervor revolucionario, ahora lleva al vacío.
En Teherán, su nombre es una maldición, susurrado con rabia por quienes confiaron en ella.
En Tel Aviv, es una leyenda, pronunciado con asombro por quienes conocen la verdad.
La llaman:
La Susurradora de los Minaretes.
La Escriba de las Sombras.
La Mujer que Incendió Qom sin un fósforo.
Esto no es una fantasía de James Bond.
Es la verdad, cruda y sin filtros, de una mujer que escribió su historia en el corazón de un régimen —y lo destruyó desde dentro.
Su arma fue la confianza, ganada con años de actuación: cada sonrisa fue un sacrificio, cada oración una apuesta.
Su cobertura fue la fe, una máscara tejida con el mismo hilo de las convicciones de su enemigo.
Su misión fue desarmar una nación—no con balas, sino con el poder devastador y silencioso de la traición.
Y lo logró.
Sola.
Desarmada.
Inolvidable.
Ramírez de Velasco®
Lo siento, pienso que no se puede apoyar a Israel en estos momentos que comete un genocidio todos los días.
ResponderEliminarEs interesante ver cómo se percibe lo que está ocurriendo en Gaza como un genocidio. Como si en una guerra, el bando que después de iniciarla va perdiendo tuviera legitimidad para reclamar " Eh...., momento.....nos están matando a muchos. No es justo, así no se vale".
ResponderEliminarNadie se fijó en cuantos alemanes mataron los aliados en la 2da guerra mundial. Ningún bando reclamó cuántos les mataron en la 1ra guerra mundial, que fue una masacre en la que murieron millones. Es el horror de una guerra, en la que los.muertos son responsabilidad de todas las partes intervinientes.
Hamas se reusa a devolver a los rehenes que todavía mantiene en cautiverio, entre los que hay argentinos y entre los que se cree que la mitad ya han sido torturados y muertos. Israel ha mantenido que seguirá atacando hasta que todos sean devueltos, mientras Hamas se escuda dentro de escuelas, hospitales y urbanizaciones para minimizar los ataques al mismo tiempo que maximizar las muertes civiles. Me pregunto si alguien sabe de una guerra en la que el bando que ataca envía avisos anticipados sobre donde caerán las bombas, para que la gente evacue y se proteja.
Israel no necesita apoyo moral, ni que el mundo se solidarice con su accionar. Tampoco es necesario que haya gente tentada de mostrar su virtuosismo desde el sofá de su casa. Dudo de que los israelíes se vayan a conformar con no ver más a sus seres queridos, suponiéndolos torturados y muertos, si su gobierno de pronto dijera "Bueno....ya es suficiente, paremos la mano y ya nos olvidemos del tema. Que los que nos falta rescatar se arreglen, total ya no son tantos". Así no funcionan las guerras.....lamentablemente.
Muy interesante la nota. Parece una novela pero así actúa el Mossad, el excelente servicio secreto de israel sin el cual no podrían los israelitas sobrevivir.
ResponderEliminarNo coincido con la nota ANÓNIMA en la cual acusa a israel de genocidio olvidando que permanentemente esta siendo atacado por los terroristas de Hamas o Hizbolla de forma alteración y brutal, como todo terrorismo.