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Fútbol infantil |
Una familia empieza a preparar a un hijo para convertirse en gran jugador de fama mundial, escollos a saltar y lo que no se debe ignorar de ese gran mundo deportivo
Con entusiasmo quizás, por el campeonato mundial que obtuvo la escuadra argentina en el 2022 en Qatar, cuando cumplió cuatro añitos, el niño dijo que quería ser futbolista y los padres festejaron alborozados. Mirá si en casa llegamos a tener un jugador que nos saque de la pobreza, dijeron a los cuatro vientos. Padre, madre, hermanos mayores, padrinos, tíos y abuelos se pusieron a ver partidos de fútbol en la tele, para hallarle la vuelta al oficio.Los vecinos les advirtieron que, en un país de cerca de 50 millones de habitantes, solamente una veintena es llamada a participar del campeonato mundial, por lo que las posibilidades del muchacho de convertirse en un opulento jugador eran escasas.Además, muchos se quedan en el camino, ya sea por lesiones, porque son indisciplinados, se lesionan, quieren ser útiles a los demás entrando de voluntarios en la Cruz Roja, ayudar a salvar las almas del prójimo metiéndose al seminario para ser sacerdotes de la Fraternidad San Pío X, o simplemente no tienen talento, son troncos.Además, se requiere mucho acompañamiento de los padres: desde muy pequeños les exigen estar con ellos en cada partido que organiza la escuela de fútbol. Las madres deben ir provistas de manoplas y cadenas para pelear a) con el referí b) con los chicos de otros equipos c) contra las otras madres y d) contra quien cuadre.
Para que su párvulo llegara a pasar las vacaciones en un yate rentado por él y algún otro amigo futbolista y llevar 32 minas rubias bochincheras alquiladas, debía dejar atrás sus sueños de ser abogado, médico, arquitecto, diseñador de interiores, ingeniero forestal, profesor de filosofía, y ni soñar con una cultura que le permitiera superar el vocabulario de 100 palabras que necesita un buen jugador. Los vecinos les señalaron que, si querían intentar este pequeño esfuerzo, que se largaran a la aventura, si alcanzaban el resultado, les bastaba con ser en el futuro los guías que llevarían a los turistas a conocer la casa en que se había criado el crack.
Los parientes observaron en la televisión que, cada vez que llegaban a un entrenamiento los jugadores, lo hacían comiendo chicles y hubo un debate familiar sobre la conveniencia de enseñarle a alguien tan pequeño a andar cutipando todo el día como las cabras. Decidieron que si querían llegar a millonarios no debían escatimar esfuerzos y le enseñaron hasta el difícil arte de hacer globitos. Como parte de su educación lo instruyeron para pegarlo con habilidad y disimulo bajo la mesa durante las comidas y recuperarlo luego.
El niño no había ido a su primer entrenamiento y ya tenía botines profesionales, camisetas de dos o tres equipos por las dudas, medias, pantaloncito, vendas y un juego de alfileres para pinchar a los contrarios, pues uno de sus parientes había leído en internet la graciosa anécdota de un entrenador que llevó a la Argentina a ser campeón mundial, que los usaba para pinchar a los adversarios. El camino a la fama, tiene estas pequeñas bajezas o infamias, pero todo hay que intentarlo si se quiere llegar. Además, son historias que se recordarán luego con una sonrisa pícara entre los labios, porque para ganar vale cualquier triquiñuela y, aunque no sean buenas razones, goles son amores.
Una tía vieja sostuvo que debían mandar al chico a clases de teatro. ¿Para qué teatro?, ¿acaso quería que el chico fuera un Rodolfo Bebán, un Alfredo Alcón?, preguntaron los parientes. Ella explicó que si lo querían sacar bueno debía dominar el arte de tirarse al suelo con mucho aparato y ostentación, simular que un leve roce con un contrario le dolía mucho, señalar con cara de policía las faltas de los contrarios, discutir mano a mano y sin ningún respeto con el referí. Preguntaron en el barrio y había una escuelita de teatro vocacional, no les gustó, ellos querían algo profesional así que buscaron por el centro hasta que dieron con una.
Cuando ya creían tener todo preparado para iniciar al crío en el complicado mundo del fútbol, apareció un vecino preguntando si sabía escupir. ¿Por qué? Porque todos los futbolistas escupen, a toda hora y como una obligación religiosa. Un tío viejo, fumador empedernido, se ofreció para iniciarlo en el difícil arte de lanzar los pollos bien lejos. Como a las dos semanas dijo que el muchacho estaba preparado y la familia se alegró, hasta hacía los sonidos previos de una buena pollada.
Entonces lo llevaron a una escuelita de fútbol cercana, filial de Rosario Central de Santa Fe. La familia en pleno fue a ver el primer entrenamiento del chico. Cuando le hicieron un foul, se zambulló en el pasto gritando de dolor y al verlo tan convencido en su papel, el entrenador vino a decirles que se quedaba, tenía madera de buen futbolista. La única que no vio la actuación del chico, fue la madre, enfrascada en ese momento en una pelea de hacha y tiza con las otras.
Esa vez, durante la animada cena, la familia entera se ilusionó con salir de la pobreza. Allá afuera, en la noche del ancho mundo futbolero, el Barcelona, el Real Madrid, el París Saint-Germain, aguaitaban su próxima gran figura.
©Juan Manuel Aragón
M'ijo el dotor!! Que lejos quedó esa Argentina de las buenas intenciones y costumbres para progresar. O sin título era " lo importante m'ijo es que tenga respeto y un buen nombre" José Fares
ResponderEliminarBuen artículo para nuestras escuelas primarias. A estas cosas hay que incorporarlas en la educación. Que los chicos lean, piensen y debatan.
ResponderEliminarYo conozco uno que habría sido un crack, sabia escupir, lanzarse al piso , rodar de dolor , pedir la pelota al rival en fin varios trucos y solo tenía 9 añitos. Pero tenía un problema, lo llamaban Bomba-i Moco . Cada vez que hacía un movimiento por las fosas nasales le salían dos bombachas de moco que le impedía respirar . Así se pierden buenos valores en Santiago del Estero, producto de la pobreza infantil.
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