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CACERÍA Un cartucho para tanta corzuela

Corzuela en el bosque

Apuntas al codillo, detrás de las manos del bicho, donde hace un nido el corazón, sabes que un disparo ahí y caerá redondamente


Tienes un solo cartucho cargado en la escopeta. Uno solo. La corzuela te observa con ojos tranquilos, pero también espantados y asustadizos. Llevas una gorra colorada para que te mire, es un bicho curioso, si te ve con ella, te dará un segundo o quizás menos hasta que oprimas la cola del disparador. Pones la carabina contra tu cara y le apuntas, está camuflada entre las ramas, si prestas mucha atención la verás, si no, será parte del paisaje.
Es santiagueña, sutil, bella, grácil. Algo le has dicho que le llamó la atención, hablaban de cualquier cosa y, como siempre, en vez de opinar lo que todos dicen, has largado una de tus peregrinas ideas, casi como una gorra colorada o de muchos colores. En esa fiesta, ella es la más bella de la noche y en este momento te mira curiosa. Sabes que tienes unos instantes más para captar su atención, antes de que alguien la llame y se pierda entre el quebrachal de una música indeterminada, el tintinear de cubiertos, las risas y el runrún de conversaciones cada vez con más volumen.
Apuntas al codillo, detrás de las manos del bicho, donde hace un nido el corazón, sabes que un disparo ahí y caerá redondamente, en esos brevísimos instantes sabes que no debes fallar, porque de un salto espantado se marchará y habrás perdido tu única oportunidad. Es un rayo codiciado por todos, que se entrega solamente a los buenos cazadores, a los que saben aguaitar su oportunidad y tienen buena puntería.
En eso, levanta en forma muy leve la cabeza, observándote más atentamente que antes. Tal vez ya te ha olfateado y se percató de que no perteneces a ese mundo, ellas se fijan siempre en la manera en que te has vestido, qué te has puesto, cómo lo llevas y justo estás con un traje así nomás que te prestó un amigo para la ocasión, porque no tienes dinero para comprar uno. En un leve gesto de entendimiento quizás sospecha que no sos cazador de esos bosques.
Ellas disfrutan con el conocimiento de su propia belleza, saben que son codiciadas, que su carne seca y sabrosa es lo mejor que tienen. Se alimentan con pastitos escogidos y toman agua quizás del rocío de las telas de araña, caminan prudentes, sabiendo que el león acecha furioso y el zorro es capaz de birlarle las crías. Son tensas hijas de Santiago, lejanas y bellas.
Cada vez que saquen las cacerías en el bosque como tema de conversación, contarás esa aventura en miles de fogones a los camaradas de aventuras, agregarás pormenores, pondrás énfasis en un detalle u otro de la anécdota, según sea la ocasión. Ese glorioso instante quedará marcado a fuego entre tus recuerdos más preciados.
En un momento, cuando has pensado un tema más ingenioso para seguir la conversación, pisas un palito que hace un ruido casi imperceptible, en el bosque resuena como una bomba de estruendo, un amigo pasa a tu lado y te pregunta si sabes cómo ha salido tu equipo de fútbol favorito del último partido, y ella que estaba en la mira, de repente ya no está, ha huido presurosa por entre los garabatales, se da vuelta, toma una copa de champán y ya está conversando con otra gente. Sabes que si insistes sólo ganarás la indiferencia de las bellezas que son y han sido en este pago.
Lo dicho, a veces un solo cartucho es basta para errarle a la corzuela en una fiesta de la que solamente quedará un corazón solitario, porque la noche está perdida.
©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. Muy de Ud escribiendo Juan M Aragón. Gran observador

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  2. Excelente Juan Manuel. Es ése instante que significa conseguir lo que uno ansía o perder definitivamente .

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