Se muere una utopía, quizás la última que va quedando en el mundo, el socialismo. Debe más muertes que cualquiera otra ideada por la mente del hombre en lo que va de su historia sobre la faz de la Tierra. Subsiste, a pesar de que la han dado por finada varias veces en los últimos 30 años. Proclama que el ideal de un mundo sin clases sociales no solamente es posible, sino que también es lo correcto. Para ellos es todavía una verdad incontrastable que, si la ideología va en contra de la realidad, pues, peor para la realidad. Aunque sea la purita verdad, no entraremos en el argumento “ad hominem” que dice que cuando llegan a viejos, casi todos los socialistas buscan el combo que odian: auto último modelo, vacaciones en Europa, esposa nueva y casa de fin de semana en las afueras.
Es una utopía con prestigio, sus adictos han hecho creer a muchos que son los únicos en el mundo que leen libros, aunque pocos hayan ojeado siquiera, su Biblia, “El Capital”, de Carlos Marx, texto jodido, casi pieza de museo. Igual que las tablas de logaritmos que los alumnos consultábamos en la escuela secundaria. De un plumazo no sirvió más. Hoy pocos lo recuerdan. Sus fórmulas ya son inútiles. Una calculadora, como las que el mundo entero tiene en el bolsillo, llevó al olvido a ese texto lleno de fórmulas incomprensibles para la mayoría. Lo mismo sucedió con la tabla de logaritmos.
El mundo tardó algo más de un siglo en percatarse de lo malsano de la fantasía socialista. Que no era solamente una idea, sino todo un sistema alimentado, principalmente, con la sangre de quienes no estaban de acuerdo con ella. Lo prueban los más de cien millones de muertos que se cargó alrededor del mundo en solo cien años. Del Gulag a Pol Pot, de Mao a Fidel o Daniel Ortega, pasando, obviamente, por el resto del mundo.
En este país nomás tenían planeados un millón de muertos en caso de alzarse con el poder, como lo certificaban ellos mismos en la perra cara de sus víctimas. También enviaron a miles de argentinos a morir, tras el sueño de tomar la Casa Rosada a punta de revólver, mientras daban órdenes desde París o La Habana. Alimentaban la pesadilla desde las usinas de la “Teología de la Liberación” y negociaban con lo peor del régimen: “Este muere, aquel no”. Junto con varios que luego jugaron el partido con la camiseta democrática, obviamente. Todos con la triste excusa de “no sabíamos lo que estaba pasando”.
La tendencia no parece haberse revertido, más bien mutó de objeto. Venían a avisarle a la oprimida clase obrera que los patrones se quedaban con una desproporcionada plusvalía de su trabajo. Ahora que ellos mismos son empresarios de los buenos, pagados por multinacionales, el enemigo es otro. Dicen que es el hetero patriarcado —signifique lo que significare esa expresión— lo que oprime a las mujeres, impidiéndoles decidir sobre su propio cuerpo. Pasaron de la defensa de toda la clase trabajadora, al micro minimalismo liberal de idear consignas para que las mujeres zafen, una por una, de la opresión del macho. Llevado a la categoría de lucha épica, por supuesto. Y comprando los productos que fabrican en el Primer Mundo para esas mayorías pudientes que otrora odiaban.
Como todas las utopías venidas del marxismo, esta nueva vuelta de tuerca carga con muertos sobre sus espaldas. Si antes sus víctimas eran los tipos que iban de la casa al trabajo y del trabajo a la casa y que hallaban una bomba en el camino, ahora son millones de niños a quienes no se les concede una mínima posibilidad de resistencia. Se los mata en el seno materno de forma aleve.
La sed de sangre del socialismo es, por definición, insaciable. Ahora y siempre.
©Juan Manuel Aragón
Es una utopía con prestigio, sus adictos han hecho creer a muchos que son los únicos en el mundo que leen libros, aunque pocos hayan ojeado siquiera, su Biblia, “El Capital”, de Carlos Marx, texto jodido, casi pieza de museo. Igual que las tablas de logaritmos que los alumnos consultábamos en la escuela secundaria. De un plumazo no sirvió más. Hoy pocos lo recuerdan. Sus fórmulas ya son inútiles. Una calculadora, como las que el mundo entero tiene en el bolsillo, llevó al olvido a ese texto lleno de fórmulas incomprensibles para la mayoría. Lo mismo sucedió con la tabla de logaritmos.
El mundo tardó algo más de un siglo en percatarse de lo malsano de la fantasía socialista. Que no era solamente una idea, sino todo un sistema alimentado, principalmente, con la sangre de quienes no estaban de acuerdo con ella. Lo prueban los más de cien millones de muertos que se cargó alrededor del mundo en solo cien años. Del Gulag a Pol Pot, de Mao a Fidel o Daniel Ortega, pasando, obviamente, por el resto del mundo.
En este país nomás tenían planeados un millón de muertos en caso de alzarse con el poder, como lo certificaban ellos mismos en la perra cara de sus víctimas. También enviaron a miles de argentinos a morir, tras el sueño de tomar la Casa Rosada a punta de revólver, mientras daban órdenes desde París o La Habana. Alimentaban la pesadilla desde las usinas de la “Teología de la Liberación” y negociaban con lo peor del régimen: “Este muere, aquel no”. Junto con varios que luego jugaron el partido con la camiseta democrática, obviamente. Todos con la triste excusa de “no sabíamos lo que estaba pasando”.
La tendencia no parece haberse revertido, más bien mutó de objeto. Venían a avisarle a la oprimida clase obrera que los patrones se quedaban con una desproporcionada plusvalía de su trabajo. Ahora que ellos mismos son empresarios de los buenos, pagados por multinacionales, el enemigo es otro. Dicen que es el hetero patriarcado —signifique lo que significare esa expresión— lo que oprime a las mujeres, impidiéndoles decidir sobre su propio cuerpo. Pasaron de la defensa de toda la clase trabajadora, al micro minimalismo liberal de idear consignas para que las mujeres zafen, una por una, de la opresión del macho. Llevado a la categoría de lucha épica, por supuesto. Y comprando los productos que fabrican en el Primer Mundo para esas mayorías pudientes que otrora odiaban.
Como todas las utopías venidas del marxismo, esta nueva vuelta de tuerca carga con muertos sobre sus espaldas. Si antes sus víctimas eran los tipos que iban de la casa al trabajo y del trabajo a la casa y que hallaban una bomba en el camino, ahora son millones de niños a quienes no se les concede una mínima posibilidad de resistencia. Se los mata en el seno materno de forma aleve.
La sed de sangre del socialismo es, por definición, insaciable. Ahora y siempre.
©Juan Manuel Aragón
Así es. Hoy las ideas socialistas están en desuso. Lógico, luego de la caída del muro de Berlin y como consecuencia arrastro a los sistemas socialistas o comunistas. La utopía se desvaneció a la vista de todos en un periquete. Los que quedaron adoptaron el capitalismo más cruel (china), partido único y dictadura. Linda melange en beneficio de un grupo.
ResponderEliminarY así otros. Amagan con la izquierda pero juegan con la derecha (nazionalistas). Los países que avanzan son los que respetan las instituciones, democráticos, LIBERALES. LIBREPENSADORES.
Qué pueden comprender las masas de Marx ? Su lectura es ardua; su lenguaje, culto; su prosa, sutil y su tesis, compleja. Para comprender a Marx y comprender por qué su tesis está equivocada, hay que leer "La ideología alemana". Es la base antropologica a partir de la cual se construirán todas las exhortaciones a un mundo nuevo, y sobre todo reposa en una certeza esencial: los hombres a quienes pierde el deseo, harían bien en limitarse a sus necesidades.
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