“Buscando mis amores
Iré por esos montes y riberas;
Ni cogeré las flores,
Ni temeré las fieras,
Pasaré los fuertes y fronteras”
San Juan de La Cruz.
Por Julia Rocha
Ella rezaba en silencio. Había perdido sus “secretos”: dos hijos no estaban ya en este mundo. El mayor se llevó con él la fortaleza de su propia juventud, el encanto de lo inaugural. El menor había expirado en segundos, dejando hijos pequeños.
Los niños, no dejaron de jugar, no obstante, esperaban nerviosos la llegada del padre sin dejar de preguntar. Fueron pasando los días. Las flores crecían presuntuosas- conocían más de la vida que los que se llaman humanos, ellas vivían con los pies en la tierra. Las flores son mujeres como las cuentas de los Rosarios, la mayoría Ave María. Las maderitas redondas se deslizaban por los dedos largos de la abuela. El descanso venía entre medallitas y otros íconos que piadosos, le infundían una provisoría tranquilidad.
Había llegado de lejos a estas tierras. Creía en Dios naturalmente, tal como su madre le había enseñado, en el viejo continente. Su educación se remitía al misal de cuero y las cotidianeidades de una familia creativa en la sencillez de sus hábitos. Ese ejemplar de La Biblia le indicaba la repetición cíclica: nacimiento, pasión, muerte y resurrección. Descubría secretos provisorios. Cada lectura añadía riqueza a sus interpretaciones. Su esposo y ella, trabajaron para educar a sus hijos, sin sospechar tragedias.
Cuando ocurrió la muerte del mayor, devino el cambio. Nunca sentiría la fortaleza de siempre, no obstante, entre heridas, rezaba. El tiempo fue llevando respuestas provisorias, hasta que la realidad se imponía, tenía dos hijos menores, pero “ese dolor”, para darle un nombre a tanta incontinencia del alma, marchitó su rostro.
La madre de los nietos, hijos de su hijo menor, temblaba con la seguridad con que debió contestarle al mundo contestándose: “papá y mamá soy yo” era fiel a esa consigna, aunque recibía toda suerte de impugnaciones, y buenas intenciones, sólo opiniones.
No hubo ausencia de alegría, estaban los niños, que crecían con sonrisas que venían como el agua clara de sus voces y la inocencia de sus juegos y cuentos.
Los domingos venía el tío sacerdote a comer. Las dos mujeres elegían las mejores partes de la comida, la abuela, daba lugar a la madre- agradecía por ese único hijo que le quedaba- y buscaba un placer especial para él. Ambas pugnaban por las patas del pollo. La madre de los chicos, hacía esfuerzos por arrebatarle el manjar para los suyos. Terminaban riéndose…y buscando una sencilla solución que llegaba al domingo siguiente. Jugaba con sus nietos, debía competir con la otra abuela, más vital y con bolsillos repletos de dulces y delicias, de su provincia. Ese sabor provinciano, era su mejor legado: cocinaba sin protestar esta mujer hermosa y cargada de sufrimientos que, por La Gracia, transformaba en alegrías.
La abuela paterna poco tiempo sobrevivió al último hijo. Caminaba lento, al ritmo de su cabellera blanca. “Son “devenires”, pensaba para sí misma, con simpleza. Un tiempo antes de morir, ella dijo: “Hija: si alguno de ustedes dos debía partir, fue mejor que lo hiciera mi hijo, nunca hubiera podido criar estos niños como tú, las mujeres somos distintas” La joven mujer, se sorprendió sin entender. El trabajo cotidiano, los apuros se iban sucediendo.
El rostro y los ojos delatan. La joven, iba convirtiéndose en mujer de trabajo excesivo y cansancios varios, crecía al ritmo de sus “secretos” que cada día sumaban alegrías y proyectos.
Una noche de tantas se despertó. Sus “secretos” ya habían partido por geografías distintas: sentada todavía al borde de la cama, comprendió el mensaje de la abuela de sus hijos. Ella no se sentía con fuerzas para decir tamañas palabras. Una mariposa transmitía con su vuelo, La Pasión. Eran puntos de orientación para conducir a una experiencia que desborda la capacidad misma de su cuerpo. La luz le indicaba que no podía interpretar. ¿De dónde venía esa luz? Era una experiencia que recién reconocía. Seguro los ángeles, hacían turno para cuidar a cada niño, hoy hombres y una dulce mujercita, llevan una estrella en la frente, que la madre nunca vio, hasta el reconocimiento en la piedra. “Él, es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular. Porque en ningún otro existe la salvación, ni hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres, por el cual podamos salvarnos” reconoció Las Palabras en la claridad que formaban en las aguas del patio, las piedritas…reproducían la sabiduría. (Hechos. 4.1-12). Un azahar, se cayó del florero, mientras los otros espléndidos dejaban paso a esa corta de vida. El cuadro pintado con sencillez por Cristina Canestro, era otra premonición que llegaría. Tomó el rosario entre sus manos y dejó que la luz entrara en su alma. Otra provisoriedad.
©El punto y la coma y la autora.
Cuando ocurrió la muerte del mayor, devino el cambio. Nunca sentiría la fortaleza de siempre, no obstante, entre heridas, rezaba. El tiempo fue llevando respuestas provisorias, hasta que la realidad se imponía, tenía dos hijos menores, pero “ese dolor”, para darle un nombre a tanta incontinencia del alma, marchitó su rostro.
La madre de los nietos, hijos de su hijo menor, temblaba con la seguridad con que debió contestarle al mundo contestándose: “papá y mamá soy yo” era fiel a esa consigna, aunque recibía toda suerte de impugnaciones, y buenas intenciones, sólo opiniones.
No hubo ausencia de alegría, estaban los niños, que crecían con sonrisas que venían como el agua clara de sus voces y la inocencia de sus juegos y cuentos.
Los domingos venía el tío sacerdote a comer. Las dos mujeres elegían las mejores partes de la comida, la abuela, daba lugar a la madre- agradecía por ese único hijo que le quedaba- y buscaba un placer especial para él. Ambas pugnaban por las patas del pollo. La madre de los chicos, hacía esfuerzos por arrebatarle el manjar para los suyos. Terminaban riéndose…y buscando una sencilla solución que llegaba al domingo siguiente. Jugaba con sus nietos, debía competir con la otra abuela, más vital y con bolsillos repletos de dulces y delicias, de su provincia. Ese sabor provinciano, era su mejor legado: cocinaba sin protestar esta mujer hermosa y cargada de sufrimientos que, por La Gracia, transformaba en alegrías.
La abuela paterna poco tiempo sobrevivió al último hijo. Caminaba lento, al ritmo de su cabellera blanca. “Son “devenires”, pensaba para sí misma, con simpleza. Un tiempo antes de morir, ella dijo: “Hija: si alguno de ustedes dos debía partir, fue mejor que lo hiciera mi hijo, nunca hubiera podido criar estos niños como tú, las mujeres somos distintas” La joven mujer, se sorprendió sin entender. El trabajo cotidiano, los apuros se iban sucediendo.
El rostro y los ojos delatan. La joven, iba convirtiéndose en mujer de trabajo excesivo y cansancios varios, crecía al ritmo de sus “secretos” que cada día sumaban alegrías y proyectos.
Una noche de tantas se despertó. Sus “secretos” ya habían partido por geografías distintas: sentada todavía al borde de la cama, comprendió el mensaje de la abuela de sus hijos. Ella no se sentía con fuerzas para decir tamañas palabras. Una mariposa transmitía con su vuelo, La Pasión. Eran puntos de orientación para conducir a una experiencia que desborda la capacidad misma de su cuerpo. La luz le indicaba que no podía interpretar. ¿De dónde venía esa luz? Era una experiencia que recién reconocía. Seguro los ángeles, hacían turno para cuidar a cada niño, hoy hombres y una dulce mujercita, llevan una estrella en la frente, que la madre nunca vio, hasta el reconocimiento en la piedra. “Él, es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular. Porque en ningún otro existe la salvación, ni hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres, por el cual podamos salvarnos” reconoció Las Palabras en la claridad que formaban en las aguas del patio, las piedritas…reproducían la sabiduría. (Hechos. 4.1-12). Un azahar, se cayó del florero, mientras los otros espléndidos dejaban paso a esa corta de vida. El cuadro pintado con sencillez por Cristina Canestro, era otra premonición que llegaría. Tomó el rosario entre sus manos y dejó que la luz entrara en su alma. Otra provisoriedad.
©El punto y la coma y la autora.
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