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CUENTOS de José Rafael Abdala

Dos viejos comiendo sopa,
Francisco de Goya

José Rafael Abdala*

La vieja
Una madrugada volvía solo de una fiesta en el Barrio Norte. Como no había ningún conocido que me acercara a casa, tenía que caminar solo nomás hasta la Villa Nueva; no me quedaba otra. Encima tenía que pasar por la calle Libertad, frente al Cementerio del Oeste y el de los Árabes. Tenía un terror tremendo, pero trataba de no darme manija.
Camino varias cuadras y todo estaba tranquilo, como nunca.
Doblo por calle Libertad y encaro, cantando bajito como para darme ánimos. Entre los dos cementerios, veo una viejita barriendo la calle con una escoba de afata.
-¿Qué hora tiene, joven?- me pregunta cuando iba frente a ella por la otra vereda.
-Las cinco y diez- le contesto. Pero al levantar la mirada del reloj, no la veo a la vieja, y una carcajada estalla en ese mismo momento en el aire, perdiéndose en un eco por el lado del montecito detrás de los cementerios.
No volví a salir de noche por mucho tiempo.

La sombra
Era una madrugada fría de invierno cuando Patricia llegó a su casa en el Barrio Alberdi.
Por esa época era una adolescente, siempre deseosa de que llegase el fin de semana para salir a bailar.
Aquella ocasión no se sintió bien y pidió que la llevasen a casa, un pintoresco monoblock de calle Constantino Rivero frente a la escuela Ciento Diecinueve. En esa época no eran necesarias las rejas, así que desembocó en el hall de entrada. Sacó la llave de su bolso y cuando la metió en la cerradura se extrañó que no había sido echada. Pasó, colocó la llave desde adentro y aseguró la puerta con dos vueltas. Al dar media vuelta, notó un vislumbre en el living. Al entrar, observó el televisor encendido y frente a él, en un sillón, a su madre de espaldas. "Ya estoy de vuelta" dijo mientras colgaba la cartera en el perchero. "¿Qué dan por la tele a estas horas?", preguntó sin oir respuesta. Al darse vuelta, observó que la pantalla sólo transmitía un ruido molesto y una lluvia de infinitos puntos. "Ya te quedaste dormida, mamá" dijo apoyando su mano sobre el hombro de la mujer, mas cuando ésta giró su cabeza, Patricia en vez de ver el rostro de su madre sólo descubrió una lluvia de puntos infinitos danzando en un hueco vacío.
Gritó desesperada y con todas sus fuerzas echó a correr al primer piso. Al final de la escalera, a la primera que encontró fue a su madre, quien abrazándola le preguntó qué pasaba. Patricia no pudo contestar, sólo condujo a sus padres y hermanos al living. El televisor estaba apagado y frente a él, una campera de su madre doblada sobre el respaldo.

El Familiar
Me pasó hace más de diez años. Una madrugada de fines de julio. Me acuerdo que eran las tres y veinticinco cuando me despertó la tos. Ya venía con problemas de los bronquios y los ataques de tos eran frecuentes.
Me levanté, miré la hora y tomé un vaso de agua. Como el ataque fue severo, me fui buscando la ventana que da a la calle. Abrí un postigo y levanté un poco una hoja de la persiana para que me dé el aire fresco. Todo estaba quieto; sólo se escuchaban las calderas del Ingenio Ñuñorco y se veía a la perra vagabunda echada debajo del techo donde había sido la panadería San Martín.
Habrán pasado cinco minutos, cuando escucho desde calle San Martin un ruido de cadenas y pisadas fuertes que venían por la vereda. Yo me quedo quieta, sin respirar porque el tropelaje se acercaba. "¿Que será eso?", pienso mientras el ruido pasa por debajo de mi ventana. Habrá llegado hasta el final de nuestra vereda,y se para de golpe. No podía ver nada desde adentro. En eso, siento que las pisadas empiezan de nuevo y ahí sí puedo verlo. Mirá, era un perro negro grande; largo, exageradamente largo y arrastraba una cadena ancha, también larga. "El Familiar!", pienso para mis adentros. La porquería se cruza a la vereda del frente y se va directo a la perra. El pobre bicho se había despertado y se acurrucaba, desesperada se hacía un ovillito. La bestia la olfateó y siguió caminando por esa vereda hasta doblar otra vez por la San Martín. Yo seguía escuchando cómo se arrastraba la cadena en dirección de La Horqueta. Apenas pude reaccionar, me perdí en la cama otra vez.
Al mediodía, veo a la chica Nieva que siempre le llevaba comida a la perra vagabunda. Me cruzo de vereda para conversar. "¿Qué le pasará?, no quiere comer", me dijo. La perrita seguía echa un ovillo y sólo parpadeaba. La chica la cargó en brazos y la llevó a su casa. Pasan tres días y la chica me ve barriendo la vereda." ¿Se acuerda de la perrita? La llevé ese día al veterinario y la controló. Me dice que la perrita está seca, como si la sangre se le hubiese evaporado. Una hora después murió". Yo no me animé a contarle lo que vi esa madrugada. Sólo te lo cuento vos, recién ahora, después de más de diez años.

El pasajero
Hace seis o siete años trabajaba como remisero en una empresa del centro de la ciudad. Un sábado de invierno me tocó trabajar en el turno noche. A pesar del frío, aquella noche había movimiento.
Apenas pasada la medianoche, un grupo de cuatro jóvenes me buscó para que los llevase a una fiesta. Dos de ellos eran vecinos míos, así que los llevé sin problemas. Los dejé en una casa al final de la calle Monzón. Al regresar a la base, por el sector del vivero municipal, un hombre parado en la esquina me hizo señas. Freno, y veo que el hombre tenía un sobretodo gris desteñido, unos bigotes anchos y un viejo maletín de cuero. Le abrí una puerta trasera y subió. Le pregunté a dónde iba y me dijo "Patricias Mendocinas al quinientos" con una voz cavernosa y lejana.
Durante todo el viaje lo observé. Nunca soltó la manija del maletín. Al llegar a la cuadra, toda oscura y en silencio por la hora, me hizo seña con la cabeza. Paré frente a una casa vieja, sin revoque y al parecer sin signos de estar habitada. Mientras le abría la puerta desde mi asiento, me dijo que lo esperase. Nuevamente su voz me sobresaltó. Lo vi caminar lentamente y traspasar la puerta de madera sin abrirla. En ese mismo instante el auto se llenó con el inconfundible hedor de la muerte.
Mucho tiempo me costó volver a la remisería.
*Monteros, Tucumán

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