Mientras estaba en el poder |
Por qué la emoción cuando llegaron los militares y hasta cuándo duró la ilusión
Como muchos otros argentinos de a pie, mi padre, a quien siempre llamé tata, se emocionó hasta el llanto, la madrugada del 24 de marzo de 1976, mientras oía por la radio los comunicados que hacían leer los militares en todo el país. Escribo “muchos otros” y se me vienen a la memoria cientos o miles a quienes les pasó lo mismo. Con una diferencia, mi padre se desilusionó sólo unos días después, el 2 de abril de 1976, al anunciarse que el gobierno había nombrado ministro de Economía, a José Alfredo Martínez de Hoz. “La Argentina necesitaba una revolución y estos vienen a hacer un golpe”, se quejaba.Durante mucho tiempo no entendí por qué la gente cambiaba de idea y de camiseta tan fácilmente. Como Ernesto Sábato, que pasó de ser admirador de los militares y a manifestarlo públicamente y luego ser uno de quienes ayudó a sentarlos en el banquillo de los acusados, sin arrepentirse en el medio. Muchos años después, pero muchos años, ¿eh?, dijo que no sabía lo que sucedía con los desaparecidos. Y chau, pensó quizás que con eso era suficiente.O los diarios, entre ellos El Liberal, de Santiago del Estero, en cuyas crónicas aparecía “en un enfrentamiento con fuerzas del orden cayó el apátrida traidor” y a continuación el nombre de un santiagueño. Para peor, los padres de esos muchachos y chicas eran amigos o conocidos de los dueños. Pongalé que los obligaban, buéh, supongamos. Pero después del 83, ese mismo diario hizo una confesión pública de democratismo sin haber hecho un mea culpa en el medio, pidiendo perdón, disculpas. Queríamos una coartada, aunque más no fuera, pero se cambiaron de bando más rápidos que ligeros.
El Liberal siguió de largo, lo mismo que casi todos los diarios, la televisión, las radios de Buenos Aires y el país, es cierto. Pero aquí, entre nosotros, bien podría haber publicado una editorial, que hubiéramos recortado y pegado en una carpeta, disculpándose por haber sido tan meticuloso con los partes que escribían los militares en aquel tiempo, sin sacarles ni una coma ni suprimirles un calificativo.
Son dos casos, pero hubo muchos más en todos los ámbitos, incluida la sociedad santiagueña, por supuesto. Tenían una excusa, recién cuando llegó la democracia, supuestamente se les cayó la venda de los ojos.
Son los mismos que después, cuando Carlos Arturo Juárez dejó de ser gobernador, en 1987, se dieron cuenta del horror que había sido su régimen y al volver el viejo caudillo al poder en el 95 recapacitaron, para ser de nuevo, acérrimos y convencidos juaristas, luego se hicieron de José Figueroa y cuando perdió las elecciones en el 2005, se dieron cuenta de lo mal que habían estado al jugarle sus fichas. Y seguirán así por muchos años más, pasándose de Boca a San Lorenzo, de ahí a River y de River a Banfield, cada vez que cambie el campeón.
Mi tata, decía, estuvo contra los militares desde el 2 de abril de 1976. Ese día dejó de creer que fuera posible que su gobierno tuviera otra salida que el desastre que dejaron. Desde hacía unos años, leía una revista “Cabildo”, que fue la única que denunció, en los años de plomo más duros de la dictadura, no después, los chanchullos de Martínez de Hoz con la Compañía Ítalo Argentina de Electricidad, que era la que le daba luz a Buenos Aires. Entre muchos otros, por supuesto.
Recuerdo a buenos amigos del tata, en asados que se hacían en la calle Güemes primera cuadra de Santiago, discutiéndole y mostrándole su equivocación, pues creían que aquel liberalismo de Martínez de Hoz, que artificialmente puso un dólar barato, al arruinar las exportaciones argentinas beneficiaría al país. Alguno lo dijo de esa manera, sin ponerse colorado y alguna vez cuando tumbó sus propias ideas se lo hice acordar.
También me acuerdo que por ahí del 77, empezó a frecuentar a Horacio Pereyra, tucumano, y Digno Cejas, santiagueño, que distribuían partes de prensa contra la dictadura, por las calles de Tucumán y Santiago, porque la valiente y corajuda prensa de esos años no les publicaba una línea. Recién cuando los militares empezaron a aflojar la censura un poco, cerca del 81, 82, les sacaban algunas líneas en “Breves políticas”, anunciando reunión en alguno de los varios lugares que oficiaban de sede de “Arena”, Acción Republicana Nacionalista, el grupo de opinión que formaron, junto a varios más.
En esos años, muchos de los que después —y ahora mismo— sostienen que la democracia no es el sistema más perfecto de gobierno, pero sí el mejor que existe, habrían jurado que Jorge Rafael Videla era lo mejor que les había sucedido a los argentinos. Algunos estaban comprometidos con el régimen, eran empleados del gobierno o temían perder sus cargos en la universidad, pongalé. Pero otros lo decían convencidos y eran legión, quizás los influía la revista Gente que, como todas, también se hizo fervorosa adalid de la democracia, cuando la democracia volvió.
Escribo esto a 46 años de 1976. Todos los aniversarios, quienes festejaron con más ganas la vuelta de la democracia fueron los seguidores civiles de Videla, pasados luego al bando de los que hacían carbón del árbol caído. Es una fecha como cualquiera para recordar al tata y a sus amigos nacionalistas que, mientras otros opinaban como les indicaban los diarios, se atrevieron a pensar por sí mismos y a remar río arriba, sabiendo que nunca llegarían a la orilla.
Mi tata, decía, estuvo contra los militares desde el 2 de abril de 1976. Ese día dejó de creer que fuera posible que su gobierno tuviera otra salida que el desastre que dejaron. Desde hacía unos años, leía una revista “Cabildo”, que fue la única que denunció, en los años de plomo más duros de la dictadura, no después, los chanchullos de Martínez de Hoz con la Compañía Ítalo Argentina de Electricidad, que era la que le daba luz a Buenos Aires. Entre muchos otros, por supuesto.
Recuerdo a buenos amigos del tata, en asados que se hacían en la calle Güemes primera cuadra de Santiago, discutiéndole y mostrándole su equivocación, pues creían que aquel liberalismo de Martínez de Hoz, que artificialmente puso un dólar barato, al arruinar las exportaciones argentinas beneficiaría al país. Alguno lo dijo de esa manera, sin ponerse colorado y alguna vez cuando tumbó sus propias ideas se lo hice acordar.
También me acuerdo que por ahí del 77, empezó a frecuentar a Horacio Pereyra, tucumano, y Digno Cejas, santiagueño, que distribuían partes de prensa contra la dictadura, por las calles de Tucumán y Santiago, porque la valiente y corajuda prensa de esos años no les publicaba una línea. Recién cuando los militares empezaron a aflojar la censura un poco, cerca del 81, 82, les sacaban algunas líneas en “Breves políticas”, anunciando reunión en alguno de los varios lugares que oficiaban de sede de “Arena”, Acción Republicana Nacionalista, el grupo de opinión que formaron, junto a varios más.
En esos años, muchos de los que después —y ahora mismo— sostienen que la democracia no es el sistema más perfecto de gobierno, pero sí el mejor que existe, habrían jurado que Jorge Rafael Videla era lo mejor que les había sucedido a los argentinos. Algunos estaban comprometidos con el régimen, eran empleados del gobierno o temían perder sus cargos en la universidad, pongalé. Pero otros lo decían convencidos y eran legión, quizás los influía la revista Gente que, como todas, también se hizo fervorosa adalid de la democracia, cuando la democracia volvió.
Escribo esto a 46 años de 1976. Todos los aniversarios, quienes festejaron con más ganas la vuelta de la democracia fueron los seguidores civiles de Videla, pasados luego al bando de los que hacían carbón del árbol caído. Es una fecha como cualquiera para recordar al tata y a sus amigos nacionalistas que, mientras otros opinaban como les indicaban los diarios, se atrevieron a pensar por sí mismos y a remar río arriba, sabiendo que nunca llegarían a la orilla.
Más recordaciones
2016— Los santiagueños colman las pescaderías para proveerse en jueves santo.
2016 — Los docentes marchan por las calles y trabajadores se manifestaron a favor del turismo.
2018 — El gobernador Gerardo Zamora, afirma que el 24 de marzo es "un día que los argentinos jamás debemos olvidar".
2019 — Francisco René Santucho recuerda a su padre, del mismo nombre, muerto durante el gobierno democrático de Isabel Martínez.
2020 — Se anticipa que la vacunación contra la gripe se hará casa por casa.
2021 — La Unión Tranviarios Automotor anuncia un paro total del transporte para las próximas horas.
©Juan Manuel Aragón
®Con información de internet
Tienes razón, pero era el reino del terror y el abuso policíal.
ResponderEliminarDiscúlpame pero yo no cambio, los que cambian son los gobiernos.
ResponderEliminarPorque yo tengo MIS PRINCIPIOS. Has entendido ? Ahora sí vos quieres tengo otros ( plagio a G. Marx ).
ResponderEliminar