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TRÁNSITO Los cadetes se mandan de contramano sin mirar

Tiene prioridad pero
debe cruzar corriendo

El simple acto de cruzar la calle se ha convertido en un ejercicio casi imposible, con suicidas buscando la muerte


Que transitar en auto, en algunas ciudades es particularmente peligroso ya no es ninguna novedad. No pasar los semáforos en rojo, no estacionar ni detener el auto sobre la senda peatonal, doblar a la izquierda en cualquier avenida, tocar la bocina por cualquier cosa, estacionar en doble fila, aunque se pongan las balizas, estacionar sobre la vereda son infracciones tan comunes que de tan repetidas ya no llaman la atención, están naturalizadas.
Lo que sí es sugestivo es cierta compulsión al suicidio que exhiben, sin pudor, algunos motociclistas, sobre todos los de las cadeterías. Una conducta que se observa con frecuencia en los últimos tiempos es el motoquero que da vuelta en la esquina, a toda velocidad, de contramano, ¡mirando para el otro lado!
Es decir, no solamente juegan su vida y la de algún peatón poco atento, sino que se dan el lujo de ni siquiera fijarse hacia el lugar de donde viene el tránsito para intentar, frente una eventual contingencia, una maniobra de esquive de último momento. No es parte de un juego entre los motociclistas ni de una misión a cumplir, simplemente arriesgar la vida porque sí nomás.
Se entiende que hay horas del día en que deben tener más trabajo, que los pedidos apremian y que el tránsito de Santiago está desbordado, pero de ahí a la temeridad de ni siquiera mirar el auto que los chocará o el peatón a quien matarán o dejarán baldado, hay un paso inmenso. Como si la vida propia y la ajena de repente hubieran perdido su valor y ya nada importara.
El juego del suicidio no se da solamente en las calles de los suburbios, con poco tránsito o en las del centro en sus horas desoladas. En una hora pico se los ve, mandándose con la moto de contramano y mirando para el lado equivocado del tránsito, por la Belgrano, la Moreno, la Roca. Y, ¡cuidadito con reclamarles algo!, llevan el insulto fácil en la punta de la lengua, el enojo florecido en la piel, la furia contenida en cada palabra con que denigrarán a quien ose hacerles notar su conducta.
La muerte los acompaña a cada paso, es su compañera, su amante, la llevan colgada en los pedalines de sus vehículos, los increpa desde el espejito retrovisor, si lo tienen, los llama desde la otra cuadra. Y todavía no es la única tragedia que afrontan cada vez que se ponen de frente a los autos, como los toreros. Lo peor es el drama de quedar inútiles para toda la vida, rengos, mancos, torcidos, dependiendo de una familia que los sostenga, un Estado que les pague los remedios y su propio cuerpo reclamándole dolores de por vida.
Si fuera solamente por ellos podríamos decir que buscaron y hallaron. El problema es el prójimo, que también corre riesgos inútiles, con un bólido viniendo a toda velocidad justo cuando está parado en la esquina, mirando, como un bobo, para el lado del que viene el tránsito, confiado en que el semáforo le da paso para cruzar caminando.
Cruzar la calle, con esos asesinos sueltos, no es para cualquiera. No señor.
©Juan Manuel Aragón

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