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CONSUMO Cómo nos obliga el sistema detrás del sistema

Con piezas cada vez menos duraderas

Por qué dejan de funcionar las cosas: un procedimiento que cada vez nos esclaviza un poco más


Las cosas se rompen, se hacen viejas, se deforman, de repente una pava que servía para calentar el agua, tiene una pinchadura y por más que la arregles no sirve más. Lo lamentas, te cebó un montón de mates, pero debes tirarla a la basura. Es cierto, cada vez son menos fuertes, más delicadas, pero así es con todo.
El mundo de la manufactura hace mucho se dio cuenta de que, para vender, necesitaba que sus productos duraran menos. Dicen que en las empresas automotrices hay un departamento que estudia cómo hacer para que cada pieza dure lo que debe durar, es decir un año o menos. Capaz que también tienen algo así quienes hacen lavarropas, llaves de luz, termotanques, tractores, roperos, camisetas de frisa.
Muchos se acostumbraron al juego de las cosas que duran poco y apenas compran un secador de pelo, ya piensan en el próximo, tienen un televisor de quichicientas pulgadas cuadradas, pantalla con cristal líquido y cientos de miles de funciones, pero quieren otro más grande, pues salió al mercado tres meses después de que adquirieron el suyo.
Había una cualidad en las cosas de antes, que quizás hemos perdido de vista. Una pava, mientras no se rompía servía para calentar el agua, hervir huevos, hacer mate cocido, en fin. No perdía las cualidades que le daban sentido. Un auto viejo, en esencia, hacía lo mismo que uno nuevo, andaba, llevaba gente, doblaba, quizás los nuevos lo hacían mejor, pero el viejo seguía siendo lo que había sido siempre. En una radio antigua se oían exactamente las mismas canciones que en una nueva y, lo que es maravilloso, al mismo tiempo.
Hubiera parecido ridículo que una pava, solo porque le habían pasado los años, no hirviera agua o que un auto ya no llevara gente o no doblara porque estaba pasado de moda, lo mismo con una radio, que no sintonizara Radio Nacional sólo porque se había vuelto vetusta.
Así andaba el mundo. Algunos renegaban porque el aire acondicionado que habían comprado se les rompía con 10 años de poco uso, en cambio el de su madre, que lo tenía de toda la vida, seguía refrescando de lo más bien y prometía durar hasta el final de los tiempos. Hace 50, 60 años, ya había gente que no arreglaba las cosas, si se le hacían viejas, las tiraba a la basura. ¿Coser un pantalón?, ¿cómo, si nadie sabe agarrar una aguja y un hilo? ¿Máquina de coser, dice?, ¿en serio?, ¿existen?, qué forma tienen?
Y llegaron los teléfonos de mano para dar una vuelta de tuerca al significado de la sociedad de consumo, que es como le dicen al ansia global de tener lo último, lo más costoso, como idea última de la felicidad. Cuando los telefonitos se hacen viejos, de un día para el otro le dejan de funcionar algunas aplicaciones. El aparato es el mismo, no se ha roto, no lo ha metido en el inodoro, no se le ha caído nunca, pero le dejan de funcionar algunas cosas.
Este nuevo concepto no enoja a nadie, no causa asombro entre los viejos y mucho menos los jóvenes, ningún Juan de los Palotes puteará en mil idiomas porque los fabricantes han dado una vuelta de tuerca magistral a sus productos para seguir medrando con la plusvalía de nuestro trabajo.
Dentro de poco podría haber ollas, autos, portafolios, sombreros, bicicletas, lo que se le ocurra, que dejarán de funcionar cuando todavía sigan flamantes, porque el chip tenía fecha de vencimiento. Es posible que el tontaje siga pidiendo libertad, igualdad, fraternidad o socialismo, haciendo que los dueños de las fábricas del mundo se refrieguen las manos de felicidad, pues mientras ellos ganen dinero, que seamos sus esclavos y que de yapa nos guste, es un detalle.
Pediría a los amigos que van a leer esta nota, que, si no se rebelan contra la sociedad de consumo, al menos dejen de comprar cosas que no necesitan. Les diría que el sistema detrás del sistema, los oprime igual que a mí y algo hay que hacer para liberarse. Pero están (estamos) tan ocupados ganando plata para pagar las cuotas del lavarropas con botoncitos inteligentes, que ninguno me hará caso. Con que me lean, me conformo.
Bueno, si ha llegado a esta parte del escrito, no lo molesto más, puede seguir con lo suyo.
¡Hasta mañana!
©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. Así es. Está estudiando para que los artefactos duren un determinado tiempo o uso. Por eso no hay que usar el lavarropas al cuete, con dos o tres cositas. Cuando existía la URSS o la Alemania oriental, dicen que los artefactos eran eternos, pues no existía la sociedad de consumo, y necesitaban que duraran lo más que podían.

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  2. Cada vez más roboticos dependientes de máquinas dirigidos para automatizados a ser las máquinas dependientes

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  3. Sería bueno leer " La sociedad de consumo", de Herbert Marcuse.

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