El del barrio no fue ni parecido |
Sencilla y verídica historia de algo que sucedió realmente hace una punta de años
Al Gordo Ángel le dijimos: “Vos vas a ser Dios”. Se enojó, quería ser otra cosa, presentador, relator o, aunque más no fuera, San José. Aceptó porque lo amenazamos con que, si no era Dios, no participaba. Otro que quiso hacer drama fue Juancito García, porque lo pusimos de Baltasar. Bueno, en realidad no se enojó por eso sino porque alguno le dijo que así nos ahorrábamos el corcho quemado para pintarlo de negro, porque es medio morochito. Pero al final entendió el punto.También se enojó el Gringo Martini: le avisamos que sería Herodes. Preguntó por qué y entonces le dijimos: “Sos feo, rubio, de ojos claritos, ideal para hacerte odiar por todos”. Pero, lo que es la vida, ¿no?, de grande se hizo un lindo chico, estudió ingeniería y se fue a vivir al sur. De chico era vago y muy atorrante, no le entraba una bala.Para María la elegimos a la Vanessa, tenía quince años justitos y pintaba que sería hermosa. ¿Cómo que no la ubica? Es doña Vane, la gorda dueña del almacén de la otra cuadra. Sí, justito. Un tiempo después del pesebre de los reyes cortaban el tránsito cada vez que pasaba, no sabe lo que era, una morocha infernal. ¡Sí!, doña Vane, la señora gordita del almacén, ¿no le dije?Ese año se armó en la placita frente a la capilla. Imprimimos las invitaciones con mimeógrafo: “Viernes 5 de enero a las 7 de la tarde, los esperamos en la plazoleta frente a la Capilla de Nuestra Señora de Guadalupe para el Pesebre Viviente de la Juventud Católica Unida. Después Cena a la Canasta y Rifa, no traigan Bebidas, habrá Bufé a total Beneficio de la Capilla. Se suspende por lluvia”.
Estuvo bonito. Los muchachos consiguieron varios fardos de alfa para el pesebre, los González de la San Martín trajeron el cabrito del sorteo para que le dé calor al Niño Dios, los chicos y las chicas que no entraron en el reparto se pasaron la siesta cortando telgopor para simular la nieve, hacía un calor como para fritar un huevo en la sombra, pero ya sabe cómo es la juventud, aguanta todo con tal de ayudar en causas nobles.
Ensayábamos desde noviembre, pero, por sugerencia del cura y de las señoras de la Cofradía del Carmen, en julio comenzamos a dar aviso a los futuros actores del papel que debían cumplir. Hubo que ir convenciéndolos uno por uno. Los buscábamos a la salida de la escuela o íbamos a la casa. Teníamos que charlarlo un montón porque la mayoría, por hache o por be, no quería.
De Niño Dios hizo Agustín, que ahora pasa a primer año del secundario, pero en ese entonces era chiquito, había nacido los primeros días de noviembre, así que ya estaba durito, doña Leticia, la madre, dijo que le daría la teta hasta un momento antes de salir a escena, así no lloraba. Pusimos los bancos del templo, las sillas del salón y algunos vecinos cayeron con la reposera, igual mucha gente vio todo de pie.
Primer acto
Alberto, el hijo de los Gómez, Francisco y Juancito García, los reyes, llegan para entrevistarse con el Gringo Martini, Herodes, que estaba sentado en una silla estilo Chippendale negra con apoyabrazos que robamos de la casa de los abuelos de Cachito García. Estaba de camisa y se había envuelto una toalla en la cintura.
—Qué queréis, oh, Reyes— dijo el Gringo.
—Venimos en son de paz, a pediros por un niño.
—¿Queréis adoptarlo o qué?
—Venimos a adorarlo.
—¿Por qué?
—Porque es el Mesías.
Un buen rato alegaron hasta que Herodes les dijo que buscaran para el lado de Belén, porque ahí debía haber sido el nacimiento. El Gringo todavía agregó, fuera de libreto: “Si no es en Belén, le pega en el palo”. Y arrancó la primera carcajada de la noche.
Ahí aparecía Dios, vestido con una túnica blanca y contaba lo que estaba pasando: el Niño era él en realidad y al mismo tiempo era otro. Y todo lo que sucedía era para que se cumplieran las profecías. Estuvo bien el Gordo Ángel, dicen que la madre lo puso la tarde anterior a aprenderse de memoria su papel y repetirlo cien veces hasta que lo supo bien. “El día de mañana mi hijo va a actuar en las novelas de la tele”, decía, mientras le guiñaba el ojo a las hermanas.
Segundo acto
Fue el mejor. Alberto había conseguido una barba postiza que lo hacía un José irreconocible y la Vanessa nunca estuvo más linda que esa nochecita. Agustín había tomado la leche y estuvo dormido casi toda la hora. Ni siquiera se despertó cuando uno de los pastores gritó:
—¡Vamos para allá amigos, parece que ha nacido el Mesías!
Y salieron a la disparada a verlo al changuito, hacerle mimos, ponerle caras. Antuco que era pastorcito, aprovechó para chantarle un beso fuera de libreto a la Virgen María, mientras le decía:
—Muy lindo le ha salido su changuito, doña Virgen.
Y fue la segunda gran risa de la concurrencia.
Tercer acto
La parte de los Reyes Magos. Cada uno llevó una caja de zapatos forrada. Le entregaron los obsequios al Niño Dios. Se quedaron un buen rato conversando con San José, la Virgen y los pastores. En eso el cabrito empezó a balar, Agustín se despertó asustado y se puso a llorar. Cuando los Reyes Magos se fueron para el lado de la Yrigoyen, la obra terminó y los vecinos y feligreses de la capilla aplaudieron un buen rato.
Nos había salido mucho mejor de lo que esperábamos, pipí cucú.
A esa hora el bufé estaba en la mejor parte, los chicos lloraban por gaseosas y sanguches, doña Leticia le daba la teta a Agustín y el galán de la Vanessa, el primero de una larga lista que le conocíamos en el barrio lo encaraba a Antuco, pidiéndole explicaciones por aquel beso. Pero Antuco le explicaba:
—En el papel decía que tenía que besarla, además, quién te va a querer quitar la novia, si es como una hermana para nosotros.
Pero no era, obvio.
La gente no se iba porque estaba anunciado que se sortearía el cabrito. Lo ganó la familia Altamiranda. Dicen que lo asaron ese domingo, en el horno de barro, lo acompañaron con papas y lo asentaron con tinto.
©Juan Manuel Aragón
Alberto, el hijo de los Gómez, Francisco y Juancito García, los reyes, llegan para entrevistarse con el Gringo Martini, Herodes, que estaba sentado en una silla estilo Chippendale negra con apoyabrazos que robamos de la casa de los abuelos de Cachito García. Estaba de camisa y se había envuelto una toalla en la cintura.
—Qué queréis, oh, Reyes— dijo el Gringo.
—Venimos en son de paz, a pediros por un niño.
—¿Queréis adoptarlo o qué?
—Venimos a adorarlo.
—¿Por qué?
—Porque es el Mesías.
Un buen rato alegaron hasta que Herodes les dijo que buscaran para el lado de Belén, porque ahí debía haber sido el nacimiento. El Gringo todavía agregó, fuera de libreto: “Si no es en Belén, le pega en el palo”. Y arrancó la primera carcajada de la noche.
Ahí aparecía Dios, vestido con una túnica blanca y contaba lo que estaba pasando: el Niño era él en realidad y al mismo tiempo era otro. Y todo lo que sucedía era para que se cumplieran las profecías. Estuvo bien el Gordo Ángel, dicen que la madre lo puso la tarde anterior a aprenderse de memoria su papel y repetirlo cien veces hasta que lo supo bien. “El día de mañana mi hijo va a actuar en las novelas de la tele”, decía, mientras le guiñaba el ojo a las hermanas.
Segundo acto
Fue el mejor. Alberto había conseguido una barba postiza que lo hacía un José irreconocible y la Vanessa nunca estuvo más linda que esa nochecita. Agustín había tomado la leche y estuvo dormido casi toda la hora. Ni siquiera se despertó cuando uno de los pastores gritó:
—¡Vamos para allá amigos, parece que ha nacido el Mesías!
Y salieron a la disparada a verlo al changuito, hacerle mimos, ponerle caras. Antuco que era pastorcito, aprovechó para chantarle un beso fuera de libreto a la Virgen María, mientras le decía:
—Muy lindo le ha salido su changuito, doña Virgen.
Y fue la segunda gran risa de la concurrencia.
Tercer acto
La parte de los Reyes Magos. Cada uno llevó una caja de zapatos forrada. Le entregaron los obsequios al Niño Dios. Se quedaron un buen rato conversando con San José, la Virgen y los pastores. En eso el cabrito empezó a balar, Agustín se despertó asustado y se puso a llorar. Cuando los Reyes Magos se fueron para el lado de la Yrigoyen, la obra terminó y los vecinos y feligreses de la capilla aplaudieron un buen rato.
Nos había salido mucho mejor de lo que esperábamos, pipí cucú.
A esa hora el bufé estaba en la mejor parte, los chicos lloraban por gaseosas y sanguches, doña Leticia le daba la teta a Agustín y el galán de la Vanessa, el primero de una larga lista que le conocíamos en el barrio lo encaraba a Antuco, pidiéndole explicaciones por aquel beso. Pero Antuco le explicaba:
—En el papel decía que tenía que besarla, además, quién te va a querer quitar la novia, si es como una hermana para nosotros.
Pero no era, obvio.
La gente no se iba porque estaba anunciado que se sortearía el cabrito. Lo ganó la familia Altamiranda. Dicen que lo asaron ese domingo, en el horno de barro, lo acompañaron con papas y lo asentaron con tinto.
©Juan Manuel Aragón
Muy bueno.
ResponderEliminarSi bien los nombres y apellidos son diferentes, me llevó de regreso a la época de mí niñez, cuando se hizo el Pesebre Viviente en la Biblioteca Mármol. (No sé por qué, tomaba a todos los niños y adolescentes que habíamos hecho la comunión en la Iglesia San Roque y creo que Sagrado Corazón. Y nos preparaba nuestra maestra de catecismo, la Srita. Coqui Pacheco. Imaginen! Fue hace 63 años, pero aún recuerdo cómo comenzaba el poema que debía decir el Ángel Anunciador a María, en el primer Cuadro!
ResponderEliminarAntes porque éramos. Ahora porque somos. Todos quien más, quién menos fuimos de algún pesebre viviente.
ResponderEliminarGenio de la pluma
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