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1880 CALENDARIO NACIONAL Mansilla mata a Gómez

Antes del lance

En un duelo, un periodista que había llamado “cobarde” al sobrino de Juan Manuel de Rosas, cayó de un balazo en el corazón


El sábado 7 de julio de 1880, Pantaleón Gómez y Lucio Victorio Mansilla se batieron a duelo con pistolas. Como resultado Gómez resultó muerto de un tiro en el pecho.
Gómez había sido gobernador del territorio nacional del Chaco en 1878. Nacido el 5 de abril de 1833, era un político y militar, teniente coronel, que peleó en Cepeda y Pavón y en la guerra de la Triple Alianza, en las batallas de Yatay, Curupaytí y Tuyuití.
Lucio Victorio Mansilla fue sucesor de Gómez en la gobernación del Chaco. Era periodista, escritor, militar, diplomático y sobrino de Juan Manuel de Rosas —por su madre, Agustina Ortiz de Rozas— y había nacido el 23 de diciembre de 1831.
Gómez era director del diario El Nacional y sus columnas atacaban a Mansilla: “Es un ser ridículo y extravagante, es viejo y cómplice de delitos”. También lo acusó de haber pedido la gobernación del Chaco para hacerse con yacimientos de oro que supuestamente había en el Paraguay.
“¿En qué se parece Lucio a un cometa?, en que tiene cola. Y ¿en qué se diferencia?, en que el cometa es mete-oro y Lucio es saca-oro de los accionistas de Amambay”, dijo en el diario fundado por Dalmacio Vélez Sarsfield. En la página 3 escribió: “Hemos dicho que Lucio es roquista. Hemos asegurado que Lucio es federal a lo Rosas. Hemos sostenido que Lucio ha tolerado que se lo llame cobarde. Hemos asegurado que Lucio tiene más de cincuenta años de edad”.
La gota que rebalsó el vaso fue un suelto humorístico, amable, sin veneno, que criticaba un sombrero que llevaba. Mansilla mandó sus padrinos al director del diario y Gómez aceptó el lance, a pesar de no ser el autor de esa sátira. “Como director debo hacerme solidario hasta de la responsabilidad de los anuncios”, declaró.
Se toparon en la quinta del escribano Tulio Méndez el sábado 7 de febrero de 1880. Los padrinos de Mansilla eran los coroneles Uriburu y Godoy, y los de Gómez, los coroneles Meyer y Lagos. Hacía calor y en el cielo no había una sola nube.
Los duelistas se saludaron y caminaron diez pasos en dirección contraria, se dieron vuelta y dispararon. Gómez apuntó al piso, Mansilla no. Cuando disparó Gómez dijo: “Yo no mato a un hombre de talento”. Pero Mansilla respondió: “Al tercer botón de la camisa”, y pegó en el corazón.
Gómez murió en el acto.
Mansilla corrió a su lado, lo abrazó y con los ojos llenos de lágrimas le besó la frente.
Mansilla nunca se olvidó de Pantaleón Gómez, su muerte lo acompañó hasta el fin de sus días. A los pocos días viajó a Europa. Ningún juez lo acusó y la única sanción pública que recibió fue de la masonería.
En sus funerales, el último discurso fue de Domingo Faustino Sarmiento: “¡Muerto!... Pantaleón Gómez, el simpático, el fervoroso, el leal, el verídico, el arrogante joven. ¡Muerto! Lo ha muerto ese exceso de vida que rebulle en la juventud y brota por los poros en palabras, en pasiones, en ideas, en sentimientos, en patriotismo, prodigado sin reservas. Era Gómez el comienzo de una obra que tenía mucho de bueno, de noble y de generoso. ¡Imitadlo jóvenes! Escasea la verdad en nuestro mercado político. ¡Ay! Hemos perdido a un buen amigo y el país a un atleta joven que ensayaba sus fuerzas. Esa sepultura cavada casi en el umbral de la vida, este amigo joven que debió dejarme a mí aquí y seguir su camino, os dirige un consejo: no derrochéis la vida, no arrojéis al aire a puñados los sentimientos de honor, de patriotismo, de inteligencia. Tan nobles dotes os fueron dadas no para florecer al primer rayo de sol y morir en seguida, sino para dar frutos sazonados. Los restos de Pantaleón Gómez quedan aquí, en nuestros corazones la memoria de su hidalguía, pero en la superficie de la tierra, en esta patria que todos debemos enriquecer, Pantaleón Gómez no deja obra acabada a causa de darse prisa sin motivo suficiente, a mostrar que sabía morir, aún fuera del campo de batalla, como bueno”.
Con el tiempo, los duelos terminaron siendo una dura parodia de los antaño. El último duelo frustrado de Santiago se dio entre dos diputados provinciales. Tenían pensado medirse en terrenos de una granja avícola. Como nadie sabía cómo era el protocolo, le fueron a preguntar al guitarrista y especialista en heráldica Santiago Carrillo Beltrán.
Carrillo dijo que era un duelo imposible. ¿Por qué?, porque el lance aquel se debía llevar adelante entre caballeros “y ninguno de esos diputados es un caballero”, respondió. Años después, al confirmar la anécdota, contaba: “Además esos lances se hacen en la finca de alguien de renombre o al menos en la terraza del Banco Francés, ¡y estos se querían batir a duelo en una pollería!”.
©Juan Manuel Aragón

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