En el viejo bar "Odio y rencor", de los Cabezones Paz |
“Muchas veces hemos hablado durante varias horas, desde los ututus de la alta siesta hasta las estrellas del asado o el humilde guiso de arroz”
Cuando supimos de la plaza Sintagma, en Atenas, dijimos que teníamos que ir. Nos parecía que debía ser un lugar apropiado para matear interminablemente como lo hacíamos cada vez que venía a casa. No es lo mismo conversar de política, fútbol o mujeres en la cocina de casa, viendo cómo los gatos pasan del techo de aquí al del vecino, que en la plaza Sintagma, de Atenas, otrora centro del pensamiento mundial.Acordamos que no sería en un barcito de los alrededores sino en un banco de la plaza o en esos escalones que terminan, cruzando la avenida, en el Monumento al Soldado Desconocido. Lejos de los turistas que bajan de los ómnibus en el hotel Gran Bretaña, por las dudas pasaríamos por griegos, más si se acercaba alguno hablando en español y peor si lo notábamos argentino, nos haríamos los de no entenderle un soto, por supuesto.Hablo de Rafael Eduardo Vaca Petrelli, “Rafa”, el “Tucu” (porque era tucumano), mi amigo, que en diciembre del año pasado partió al encuentro del Creador. Si lo ha recibido bien o lo mandó a hacer penitencia en el Purgatorio, no lo sé. Si algún mal hizo en esta vida, no me lo hizo a mí por una parte, y por la otra no estoy libre de pecados como para lanzarle ni una arenita ni a él ni a nadie.Muchas veces hemos hablado durante varias horas, desde los ututus de la alta siesta hasta las estrellas del asado o el humilde guiso de arroz, pero, lo que son las cosas, no me acuerdo exactamente de ninguna conversación. Eso sí, igual que me sucede con mi tata, a veces veo algo, me entero de una situación, leo una noticia y me digo: “Esto se lo tengo que comentar a Rafa”. Y al instante me asalta la certeza de que es imposible hablar con los muertos.
En el año 55, antes de que naciéramos, mi tata vivía en Tucumán, en la calle Congreso, a la vuelta de la Cegeté, en la misma manzana. Junto con un grupo de muchachos, era parte de los llamados “Comandos Civiles” que lucharon por el triunfo del golpe que tumbó a Juan Domingo Perón. Estaban alertas, en cualquier momento podían atacarlos los peronistas de la vuelta, viniendo quizás por los techos. Algo similar sucedía en la Cegeté, en guardia por un posible ataque de los radicales de la casa de Aragón. Ambos grupos estaban armados con algún revólver y escopetas.
Bueno, esto me lo contó el tata de Rafael, don Carlos Vaca Hansen y luego me lo confirmó mi padre. Ellos habían estado a punto de agarrarse a los cohetazos y aquí estábamos nosotros, comentando aquella lejanísima pelea, como los grandes amigos que éramos. Lejos de las viejas teorías de Montescos y Capuletos, sabíamos que las amistades y enemistades políticas no resisten el paso del tiempo. Entre mis antepasados hubo federales y unitarios, conservadores y radicales y peronistas y gorilas, como en la mayoría de los argentinos.
En el campo he sentido que cuando dos viejos se pasan un rato largo conversando, los hijos, los nietos, la gente que los mira, comenta: “Ahí están esos dos, meta darse la razón desde hace tres horas”. Con Rafa teníamos, lo que se puede llamar, con lenguaje moderno, un ´núcleo de coincidencias básicas´, que giraban en torno a la idea nacionalista que nos habían inculcado, vaya paradoja, nuestros respectivos padres. Sí señor, esos mismos que en el 55 casi se tomaron a balazos limpios. Después de todo, cualquiera que se sienta nacionalista de verdad nunca estará muy lejos de otro. O, dicho con palabras peronistas: “Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”.
Algunas discusiones son puramente verbales, porque quienes debaten no se ponen de acuerdo ni siquiera sobre el significado de los términos que emplean y cuando uno dice ´democracia´, o ´dictadura´, o ´liberales´, el otro entiende algo distinto. No teníamos ese drama con Rafa, el idioma era común, si nos habíamos criado oyendo de historia, política, personajes y hechos del pasado, en el mismo dialecto de los argentinos de antes de la televisión. Después, obviamente, teníamos enfoques diferentes, matices en que no nos poníamos de acuerdo, en fin.
Al último creo que Rafa ya no concordaba en nada —o en muy poco— con los peronistas, de la misma manera que fui descreyendo de las posibilidades de los nacionalistas, apegados a ideas inamovibles, impracticables, imposibles y muchas veces absurdas. A pesar de que los nacionalistas me dejaron de simpatizar, nunca dejé atrás mis ideas nacionalistas como una manera de entender la realidad y como una forma de defender mis ideas de patria. (Si este blog llegase al Cielo, al Purgatorio o al Infierno, dondequiera que esté Rafa, se reiría a las carcajadas con este último párrafo. Pero capaz que allá arriba no tienen guayfai y es una lástima, porque se lo perderá).
No sigo las noticias de Grecia, no sé en qué andan, qué piensan, tampoco si su gobierno es de izquierda, de derecha o algo distinto. Pero, puesto a especular, es posible que en la plaza Sintagma aparezca una sombra, espantando a los soldados que montan guardia frente a la Tumba del Soldado Desconocido. En una de esas sea Rafa, aguaitando que un día de estos, me aparezca por ahí, mate y termo en mano, chipaco que llevé de contrabando en la mochila y las últimas noticias de la Argentina, bien fresquitas, para comentar.
Hasta siempre, amigo.
©Juan Manuel Aragón
Que hermoso como recuerdas a mi padre, que amistad! Gracias por el amor y respeto hacia el como siempre. GRACIAS JUAN
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