Ir al contenido principal

PALABRAS Expresiones normalizadas

"Lupanar", de Vincent Van Gogh

El vivo idioma de los argentinos se empobrece cada vez que una nueva palabra o frase, tomada de la televisión, se abre paso en la y se impone con la fuerza de la guarangada


Hay expresiones que con el tiempo se normalizan, de tal manera que hoy decirle a alguien que es un hijo de puta, es alabarlo. “Che, hijo de puta, cómo has hecho para levantarte semejante yegua”. “Qué hijo de puta mi primo, metió un golazo en el partido del otro día”. “No seas hijo de puta, convidame un poco de helado, la puta que te parió”.
Como el boludo o el pelotudo, son palabras que forman parte del paisaje lingüístico, no solamente de la gente de la calle, sino también de los periodistas, en la televisión, a cualquier hora, venga o no a cuento. “No hagas un asado como el del otro día, boludo, estaba arrebatado”. “Qué pelotudo que soy, me dejé la billetera en casa”. “Eh, boluda, no digas eso, sabes que te re amo”.
El c*liao, puesto de moda por un boxeador cordobés, a quien se le probó que golpeaba a la señora, ya se oye en la sala de maestras de los jardines de infantes. “Le tengo dicho al c*liao de mi marido que no compre aceitunas, porque no me gustan”. “Al c*liadito ese cuando lo vea, le voy a avisar lo mucho que lo amo”. “Los changos de mi barrio son muy c*uliaos”.
La última grosería puesta de moda por presentadores de televisión, locutores de radio, influenciadores, tuiteros, feibuqueros y otras malandrinadas, es chupar un huevo. “Me voy a Mar del Plata, quince días a todo culo y me chupa un huevo lo que piensen de mí”. “Me dijo que era un mojigato de mierda y le respondí que me chupaba un huevo”. “El mundo entero puede venir a chuparme un huevo y, ¿sabes qué?, me chupa un huevo”.
Una expresión perfecta de los bocasucias, podría ser: “Escuchá boludo, el hijo de puta de mi viejo no sabes lo c*liao que es, todo le chupa un huevo”. Es decir, hay tres groserías por centímetro cúbico de aire que sale de los pulmones con esas palabrotas y muchas veces las pronuncian honestas amas de casa, párvulos que no llegan a los 10 años, profesores de lengua en conversaciones con colegas, todo el mundo.
Es como si el ancho mundo del insulto en español se redujera a tres o cuatro expresiones que, de tanto repetirlas ya no significan nada, no quieren decir absolutamente nada y, para peor, suenan a caricia en los oídos de los destinatarios.
En los tiempos de antes, calificar a uno como “hijo de puta”, implicaba mentarle la madre, que es lo que más se amaba en el mundo, de la manera más despectiva posible. Era, además, intuir que había sido criado en prostíbulos, rodeado de cafichos, clientes, otras putas, un medio que, en fin, no era propicio para una educación acorde a un párvulo. Y por eso se lo usaba como recurso de última instancia ante una perrada manifiesta. Después de lanzar: “Sos un hijo de puta”, sólo cabía dar por sentado el agravio y para lavarlo de manera correspondiente había varias opciones a mano: a) mandar los padrinos y retarlo a duelo, b) extraer un cuchillo y tratar de hincarlo, c) pelar un revólver y pegarle cuatro tiros, d) tomarse a golpe de puños, e) lanzarle pedradas antes de salir corriendo. En el caso de matarlo, cualquier juez daría por probada la emoción violenta y lo liberaría ipso facto de la cárcel. Pero, como se dijo, en los tiempos actuales es casi una alabanza.
El boludo era el tonto, el lelo, el gaznápiro, el sandio, el estúpido, el botarate, el bobo, el memo, el badulaque, el estólido, el asno, el corto, el simple, el mentecato, el merluzo, el zopenco, el insensato, el necio. Casi todas, palabras que se perdieron en el fondo de los diccionarios de arcaísmos y nadie usa porque ahí está el boludo o el pelotudo de eterno comodín.
El c*liao es palabra de lupanar de rameras poco afectas a tomar un baño, aunque sea semanal. En esos esos lugares malolientes estaba confinado el vocablo, hasta que el boxeador mencionado la empezó a usar en un programa de televisión que mostraba prostitutas o aspirantes a serlo, frente a un conductor televisivo, desaforado, inculto y basto.
Como se sabe, las muchedumbres indistintas que se crían estupidizándose en la televisión, están ávidas de este tipo de novedades siempre inmundas y la adoptaron al instante como muletilla que lanzan sin pensarlo, cada tres palabras.
Es casi seguro que algún malandra de los que manejan mujeres para hacerlas copular con otros a cambio de no matarlas a golpes, ideó la expresión “chupar un huevo”, que significa más o menos: “No me importa”, o “No me interesa”, “No me concierne”, “No me inquieta”, “No me atañe”, “No me incumbe”, “No me corresponde”, “No me toca”, “No me afecta”, “No me impresiona”. O similares, obviamente. Se entiende, que el huevo que se pide chupar a un tercero, no es el de gallina, sino, con perdón de las damas presentes, un testículo de quien lanza el improperio.
Lo verdaderamente extraño del huevo, es que también piden que se lo chupen señoras que aparecen (¡cuándo no!), en la televisión, algunas haciéndose llamar “modelos”. Palabra esta, “modelo”, que debiera ser aplicada para mentar a las mujeres que se levantan a las cinco de la mañana para ir a trabajar, médicas que salvan vidas, abogadas que defienden la justicia a conciencia y con honestidad, señoras que limpian las calles con un carrito en medio del sol, maestras que tomaron su profesión como una vocación y no como una simple salida laboral. Pero de las modelos se hablará otro día, si viene a cuento. Si no, no.
©Juan Manuel Aragón
A 7 de enero del 2024, en El Polear. Bailando guaracha

Comentarios

  1. Parece que el estrepito surge para atemorizar con la falta de respeto que los condicionen a debatir. Empezaron en el Teatro algunos artistas como Pinti que decían en un círculo cerrado para esos efectos buscados. Lanata para impostar su fastidio y luego generalizaron en chimentos solo para ubicar ese descontrol en quienes viven en el desagrados escándalo permanente. Es hora también de decir a los anonimos tecnologizados que su líder ha mostrado el pobre nivel para mostrarse un igual que ayudaron con sus votos. La conclusión es pobreza en proceder y pensamientos que niegan la riqueza sin aprovechar de muchos que esos lanzados usurpan la historia y nuestra grandeza

    ResponderEliminar
  2. Buen punto, Juan Manuel.
    Desde el exterior, el problema del pobre, limitado y excesivamente soez vocabulario coloquial argentino (que del vulgo ha permeado a todos los ambientes y circunstancias), impacta notoriamente porque se contrapone a la imagen que la gente de los países de Latinoamerica, principalmente, han tenido siempre de La Argentina. Al respecto recibo con bastante frecuencia comentarios del estupor y desagrado que produce.
    Para peor, la costumbre se ha arraigado en los medios informativos, publicitarios y de entretenimiento, desde donde toda la cloaca verbal con que se emiten opiniones se difunde de manera democrática a los cuatro vientos hasta su naturalización.
    Me pasa frecuentemente que al hacer una observación sobre la pobre elección de términos de algun interlocutor, recibo como respuesta que "la palabra está en el diccionario de la real academia", sin advertir que ello solo reconoce su existencia, pero no valida su uso. Es la persona la que debe saber elegir el nivel en el cual desee expresar sus ideas, según la situación y las características de su audiencia, principalmente.

    ResponderEliminar
  3. Lo bulgar es más contagioso, fácil de aprender y de llevarlo a la práctica. La semana pasada estuve en tucuman y escuché avergonzado en pleno centro en reiteradas oportunidades " cheee uraaa , que hací cajetáaa...

    ResponderEliminar
  4. Cristian Ramón Verduc8 de enero de 2024, 18:49

    Escuchando gente que trabaja en radio y/o televisión, da la impresión de que no es necesario esmerarse con el vocabulario para acceder a esos puestos de trabajo. En una de esas, sí hay que esmerarse y utilizar el horrendo vocabulario que ellos pretenden imponer.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

HISTORIA La Casa de los Taboada

La Casa de los Taboada, recordada en El Liberal del cincuentenario Por qué pasó de manos de una familia de Santiago al gobierno de la provincia y los avatares que sucedieron en la vieja propiedad Los viejos santiagueños recuerdan que a principios de 1974 se inundó Santiago. El gobernador Carlos Arturo Juárez bautizó aquellas tormentas como “Meteoro”, nombre con el que todavía hoy algunos las recuerdan. Entre los destrozos que causó el agua, volteó una pared del inmueble de la calle Buenos Aires, que ya se conocía como “Casa de los Taboada”. Y una mujer que había trabajado toda la vida de señora culta, corrió a avisarle a Juárez que se estaba viniendo abajo el solar histórico que fuera de la familia más famosa en la provincia durante el siglo XIX. No era nada que no pudiera arreglarse, aunque ya era una casa vieja. Venía del tiempo de los Taboada, sí, pero había tenido algunas modernizaciones que la hacían habitable. Pero Juárez ordenó a la Cámara de Diputados que dictara una ley exprop

RECUERDOS Pocho García, el de la entrada

Pocho García El autor sigue desgranando sus añoranzas el diario El Liberal, cómo él lo conoció y otros muchos siguen añorando Por Alfredo Peláez Pocho GarcÍa vivió años entre rejas. Después de trasponer la entrada principal de El Liberal, de hierro forjado y vidrio, había dos especies de boxes con rejas. El de la izquierda se abría solo de tarde. Allí estaba Juanito Elli, el encargado de sociales; se recibían los avisos fúnebres, misas, cumpleaños. Cuando Juanito estaba de franco su reemplazante era, el profesor Juan Gómez. A la derecha, el reducto de Pocho García, durante años el encargado de los avisos clasificados, con su ayudante Carlitos Poncio. Pocho era un personaje. Buen tipo amantes de las picadas y el vino. Suegro de "Chula" Álvarez, de fotomecánica, hijo de "Pilili" Álvarez, dos familias de Liberales puros. A García cuando salía del diario en la pausa del mediodía lo esperaba en la esquina de la avenida Belgrano y Pedro León Gallo su íntimo amigo Orlando

HOMBRE San José sigue siendo ejemplo

San José dormido, sueña Un texto escrito al calor de uno de los tantos días que el mundo secularizado ideó para gambetear a los santos Todos los días es día de algo, del perro, del gato, del niño, del padre, de la madre, del mono, del arquero, de la yerba mate, del bombo, del pasto hachado, de la madrastra, del piano de cola, de la Pachamama, del ropero, de la guitarra, del guiso carrero, de la enfermera, del abogado, del pañuelo usado. Todo lo que camina sobre la tierra, vuela en el cielo, nada en el agua, trepa las montañas, nada en las lagunas, patina en el hielo, surfea en las olas o esquiva a los acreedores, tiene su día. Nada como un día sin connotaciones religiosas, sólo nuestro, bien masón y ateo, para recordar a los panaderos, a las mucamas, a los canillitas, a los aceiteros, a los carpinteros, a los periodistas a los lustrines, a los soderos, a los mozos, a los vendedores, a los empleados públicos, a los policías, a los ladrones, a los jugadores, a los abstemios y a los tomad