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Ranchos en la noche, óleo de Hugo Argañarás |
Hay cantores que recuerdan su vida de pobreza, pero no volverían al pago de su infancia en un burrito
De vez en cuando sale un folklorista a decir que recuerda el pobre rancho de su infancia desde un idealismo que lleva en el corazón. Porque el folklore le canta a la nostalgia, dicen algunos y quienes los oyen no saben si llorar o berrear de pena, por tanta ignorancia suelta.¿Acaso tienen nostalgia de acarrear agua varios kilómetros para tener con qué cocinar?, ¿de la mala alimentación, por una dieta principalmente de harina y azúcar?, ¿del hacha bruta?, ¿de la vinchuca?, ¿de la pobreza?, ¿de andar descalzo invierno y verano?, ¿de parir en medio del monte sin ninguna seguridad?, ¿de que llueva más adentro que afuera de la casa cuando cae una tormenta?¿Hay nostalgia de que se te lo mueran las vacas porque no has tenido para vacunarlas contra la pisota?, ¿de buscar una majada durante varios días en medio de los solazos del verano o en la helada del invierno?, ¿del polvo del camino —zorra traqueteando —que en octubre se hace nube suspendida en el aire?, ¿de comer guiso todos los días?, ¿de no conocer un postre?, ¿te gusta el hecho de que, si te duele la muela, en el pueblo te la saquen nomás sin intentar siquiera, un arreglo?, ¿de que para toda enfermedad te receten antibióticos?, ¿de bañarte, si es que, echándote agua de un balde?¿Nostalgia de juntar leña para hacer la comida?, ¿del mechero a kerosén?, ¿porque sabes que si te pica la víbora, el alacrán, la araña, tienes pocas posibilidades de salvarte?, ¿de que en cualquier momento se te puede meter un piqui en medio de los dedos del pie?, ¿de las garranchas pegadas, casi siempre en mala parte?, ¿de que el cuero de la iguana te lo midan con el centímetro mentiroso de doña María?, ¿de los vales que entregaban los hijos a tu tata para pagar, pero solo en el almacén de la madre en Suncho?
¿Nostalgia de la escuela con las manos y la cara paspadas en invierno?, ¿de la bolsita de tela para llevar los útiles porque en tu casa no se sabía de modernas mochilas ni había con qué?, ¿de que tus hermanas no conocían las muñecas y no sabías de soldaditos porque nunca habías visto uno?, ¿de caminar varios kilómetros para llegar a la escuela?, ¿de volver a tu casa y en vez de jugar o no hacer nada, tener que meter las cabras en el chiquero?, ¿del matecocido caliente en jarra de loza, quemándote los labios?
¿En serio tienen nostalgias de todo eso?
Ya se habló aquí, otras veces, de los folkloristas, que recuerdan a la madre lavando la ropa a mano, en medio del invierno y los sabañones, con el olor a humo en toda su ropa porque cocinó con brasas como siempre. Cualquiera se pregunta qué hacen que no les compran siquiera un lavarropas, una cocina a gas, con tantos millones de pesos que ganaron en festivales, discos y jodas varias. Por qué no cantan para que cambie esa realidad en los lugares en que sigue existiendo, en lugar de recordar con amor una pobreza que no se acababa —sino que era peor —cuando llegaban las topadoras a tumbar el bosque.
Por qué la música folklórica debe apelar a ciertas palabras, aro, aro, aro, ahijuna, juna, junando, dijo una vieja cutipando. Vocablos que, de tanto no usar, a esta altura del siglo XXI hacen necesario agarrar un diccionario cada vez que alguien las dice para entender no solamente qué quieren decir sino a qué se refieren, qué realidades inexplicables nombran.
Los autores de letras de música festivalera deberían olvidarse —ya está pues —de los que no están, de los que se fueron, de los que un día hicieron su monito para irse a cualquier otra parte del mundo, y concentrarse en renovar la esperanza de los que se quedaron a pelearla aquí, antes que andar todo el día extrañando un pasado al que nadie quiere volver, porque era muy duro, porque era cruel, porque se llevó a la tumba a miles de santiagueños y los hizo aire del aire de un pasado al que, hablando en serio, nadie quiere volver.
Si tanto extrañan ese mundo, consigan un burro y vayan, nadie los ataja.
Digo, salvo mejor opinión.
Juan Manuel Aragón
A 13 de mayo del 2024, en Átoj Pozo. Moliendo maíz.
©Ramírez de Velasco
Aro...aro...el burro le dijo al gato...vos TENDRÁS siete vida...pero con ESTA te mato!
ResponderEliminarjua.jua.
EliminarY...Si a veces..Larealudad es Cruel...pero..es..Real...Muy Bueno Juan Manuel...
ResponderEliminarHas descripto con total fidelidad lo que es la vida en comarcas rurales no muy lejanas a nuestra ciudad capital.
ResponderEliminarEn mis años de ingeniero de obra me tocó trabajar en cada rincón de nuestra querida provincia, en muchos de los cuales las condiciones de vida y la escasez de medios son tal cual lo describes.
Hace poco se me dió por recorrer esos lugares en una visita al pago, después de 35 años, y lamentablemente no encontré muchos cambios. En algunos lugares parecía que el tiempo se hubiera detenido desde aquellos años. Todo estaba igual. Pregunté por gente que había trabajado conmigo y en la mayoría de los casos sus hijos se los habían llevado a la ciudad.
Creo que el tema es para reflexionar en cuanto a las decisiones de gestión para invertir en "progreso".
En Santiago se han gastado millones de los impuestos de la gente "en circo y en donde están los votos" pero nada en llevar progreso y desarrollo a nuestras áreas rurales.
Hay estadio, autódromo, aeropuerto en Termas, super terminal de ómnibus, más edificios de administración pública y una serie de obras complementarias sub-utilizadas, todas de dudosa necesidad y prioridad, ninguna de las cuales genera desarrollo productivo.
Mientras tanto la precariedad de las zonas rurales causa un éxodo constante hacia las ciudades, forzando más gasto público en barrios periféricos, servicios, e infraestructura de gestión (policía, hospitales, escuelas, más administración pública, etc.). Todo auto-alimentado por un círculo vicioso interminable.
La ciudadanía suele tener anteojeras para ver estas cosas, creyéndolas de magnífica valía y sin siquiera hacer un juicio crítico sobre la realidad. Se habla con orgullo sobre toda esa infraestructura, que es solo simbolismo faraónico, pero que carece de esencia y valor real. Esa ha sido mi experiencia y es la óptica con que veo el problema.
Notar, Juan, que no he mencionado el concepto de "interior" en ningún pasaje de mi comentario.
Pensando que era más armónico terminar la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. Pero olvidar de las raíces es como no saber porque se buscan sombras que refresquen al que guarecerse y no para negar las raíces
ResponderEliminarBuen día. Soy Pilpinto Santos y se que la noche también es día, eso lo aprendí en mi rancho del medio el monte. Sabe que Juan? Tocó mi corazón con su escritura y me hizo volver a mi infancia y hasta creo cabecear la puerta del rancho al igresar, por que el rancho de mi tata no era ni rancho, mejor dicho era un cubil y asi como me crié yo crecieron los otros del pago. Una desgracia total y hasta lloré de pena.
ResponderEliminarViejo rancho de mi infancia que un día dejé, por no verte tapera más nunca quise volver.
Excelente Juan Manuel. Todo verdadero lo que has escrito.
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