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Rácing

Chito Martínez

… y un montón de diarios apilados // y una flor cuidando mi pasado
y un rumor de voces que me gritan // y un millón de manos que me aplauden
y el fantasma tuyo, sobre todo// cuando ya me empiece a quedar solo.
Sui generis
Usted ahora supone que porque aprendió tres o cuatro teorías de la comunicación en la universidad, va a pasar por arriba a cualquier periodista viejo, cría de la redacción de los diarios, cortado a cuchillo con el cierre de la edición al filo de cualquier medianoche, en medio del olor a tinta, con el runrún de las rotativas dándole vueltas en la cabeza, hecho en la cocina de los grandes periodistas, de esos que dicen que se la saben todas y capaz que tengan razón, seguidores de una línea editorial que tenía en cuenta el respeto a los mayores y que las palabras no fueran una daga en las carnes de la sociedad, entre otras leyes importantes. No va a creer si viene alguno y le dice que desde Santiago del Estero salió la noticia más espectacular desde la Segunda Guerra Mundial a estos tiempos, una crónica que dio la vuelta al mundo y obligó a los grandes diarios de Buenos Aires a posar su vista en estos pagos. Porque ahora todos suponen que lo de afuera es mejor. ¡Y no es así!, ¡de ninguna manera! Si no, ahí está la verídica historia de Chito Martínez, uno de los mejores periodistas que hubo y habrá en La Banda, segunda ciudad de la provincia, aunque ya nadie lo recuerde ni le hayan hecho un monumento ni se acuerden de la fecha en que murió. Ni falta que le hace porque quienes lo conocimos lo recordamos muy bien.
Dicen que Dios creó a los santiagueños haciendo barro con agua del río Dulce y tierra del lado del Zanjón, que es más fértil que la arena del parque Aguirre. Después dijo: “No es bueno que el santiagueño esté solo” y creó las santiagueñas, morochas, dulces, bien dispuestas, de mirada alegre. Y se fue a otros pagos a seguir inventando nacionalidades. Un día pasó por La Rioja y creó los riojanos, otro día estuvo en Tucumán e hizo los tucumanos y así, pasando por Estados Unidos, Irak, Bengala, Japón, Francia, Turkmenistán, la Noria. El mundo, en una palabra.
Andaba medio desocupado, por eso se le ocurrió formar las naciones y los pueblos. A Londres le puso el Támesis para que los recién casados de todo el mundo fueran a tomarse fotos. A París, ya se sabe, la Torre Eiffel que, bien mirada es medio fierita, pero a esta altura de la función ya es un hito ineludible. Madrid, la Cibeles. Roma el Coliseo. A Nueva York le hizo la estatua de la Libertad, símbolo un pueblo que hace un culto —se supone— de esa facultad del alma. A los chinos los mandó a levantar su famosa Muralla, de la que se decía que era la única obra humana que sería visible desde la Luna… hasta que el hombre llegó a la Luna y ¡veriola! Río de Janeiro, que dicen que es una de las urbes más lindas de la América del Sur, tiene el que quizás sea el más famoso monumento recordando al Cristo Redentor.
¿Qué iba a poner Dios en la Argentina, además de la Pampa y el gaucho? A Buenos Aires le dio el Obelisco y la 9 de Julio. A Rosario el Monumento a la Bandera. Tucumán fue bendecida con el Mollar. ¿Salta? La plaza 9 de Julio y su moderna belleza de tipo colonial caribeño. ¿Jujuy? La Royal, si existe todavía. ¿Catamarca? La Virgen del Valle y sus milagrosas obras a favor de los pobres, los desvalidos, los presos, los sufridos. ¿La Rioja? El parque nacional Talampaya y la chaya.
En un repaso de la obra, dio los últimos retoques. A los tucumanos les inventó la caña de azúcar para que tengan de qué vivir, a los riojanos el acento esdrújulo, a los porteños les prometió un obelisco, que finalmente les construyó algunos años después. Y llegó a Santiago. A los termeños les dio el dique Frontal y la San Martín para que la suban y la bajen todos los días. A Copo el festival del Queso. A Fernández las verduras. A Loreto los rosquetes. A Pozo Hondo las Torres Gemelas. ¿Y a los capitalinos? Ante los santiagueños se quedó perplejo. Observó que a un pueblo con tantas cualidades artísticas era difícil agregarle algo. Ya no tenía monumento típico para entregarle, todos habían sido dados a otros pueblos: obeliscos, torres, rascacielos, inmensas montañas, grandes canales navegables, cañones profundos, hielos eternos. Varios días anduvo cavilando sobre lo que debían tener estos pagos como un plus, como algo original que no tuviera ninguna otra nación sobre la faz de la Tierra. Y al final le llegó una inspiración genial. Creó a los bandeños. La provincia estuvo completa.
Muchos años después, en 1956, a través de la embajada de Alemania Occidental, el hombre aquel consigue una copia de su partida de nacimiento y se le concede un permiso de residencia en la Argentina con su nombre real, oiga bien, ¡con su nombre real! Con este documento se hace confeccionar un pasaporte, también con su nombre auténtico, y emprende un viaje a Europa. Está de vacaciones en la nieve, en Suiza con su hijo Rolf, que llama a su padre ´tío Fritz´ y con una cuñada viuda, Martha. Además se da el lujo de pasar una semana en su casa familiar de Gunzburgo. Después de regresar a la Argentina en setiembre, sigue viviendo con su nombre verdadero. Con Martha y su hijo Karl Heinz, que se le reúnen, aquí en la Argentina. Un mes después se instalan juntos. Más tarde se casa con la cuñada viuda durante unas vacaciones en el Uruguay en 1958, y compra una casa en Buenos Aires. Dicen que tiene parte de una compañía farmacéutica junto con otros connacionales. En 1958, es interrogado, junto con los demás miembros de aquella empresa porque una chica muere luego de que le hicieran un aborto. Sale libre, pero queda la sospecha de que ha ejercido ilegalmente la medicina. Preocupado porque este caso destapara su pasado nazi y sus actividades durante la guerra, emprende un largo viaje de negocios al Paraguay y en 1959 consigue la ciudadanía argentina, todo lo que le cuento, con su nombre verdadero. Regresa a Buenos Aires en varias ocasiones para atender los negocios y visitar a su familia. Martha y Karl Heinz viven en una pensión de la ciudad y lo visitan regularmente, hasta que en diciembre de 1960 regresan a Alemania.
Esa vez Chito dijo que fue pura casualidad, que le pasaron el dato de alguien bastante importante que había andado por La Banda a fines de la década del 40 principios de la del 50. Contaba que hubo uno que le sopló la información que lo llevó a desenrollar el hilo de aquella madeja, pero nunca iba a decir quién fue, porque lo comprometía. Después tuvo que tomarse el trabajo de conseguir un viejo libro en que aparecía una foto del hombre aquel. Hizo un retrato de esa ilustración y con ella en la mano salió a preguntar a los viejos si lo ubicaban. Muchos le dijeron que ni idea, pero una media docena de bandeños le respondió que sí, que era él. ¡Bingo! Ahí nació la mejor serie de notas que hizo el diario en toda su vida, cuando en la Argentina recién empezaban a hablar de periodismo de investigación aquí ya habían hecho una con todas las de ley.
Si no funcionara el sistema de diplomas, antigüedad y competencias, y si viviera, obvio, Chito sería uno de los grandes profesores de la carrera de periodismo que dicen que dictan en la Universidad Nacional. Se murió antes de ver cómo se popularizaba la imagen digital, con cámaras que no se sabe qué son y un sistema que capta la luz de manera inexplicable, secreta. Le habría dado rabia ver la forma en que se bastardeó el dignísimo arte de tomar vistas, sacando un aparato infame del bolsillo, después mostrarlas en reunión de amigos y al cabo de un tiempo dejarlas de lado, olvidando que son un testimonio vivo de lo que sucedió. La fotografía es lo más arduo de una noticia, que debe redactarse sabiendo que hay una imagen que no la acompañará ni la adornará, como creen algunos, sino que será una parte fundamental, pues cuando las letras se olviden, lo que se vio como si se hubiera sido testigo, quedará en la memoria. “Es mejor si haces la foto y también redactas la nota, porque el lector se da cuenta, de manera cabal, de que nadie te contó lo que ha sucedido, porque estabas ahí. Además, cuando debas agacharte o subirte a una planta para componer la imagen, te quedará grabada la piel de una información, sus arrugas y vericuetos, la substancia, el caracú, porque las dificultades de mostrar todo en un solo cuadro, solamente las saben los reporteros gráficos". El sueño de una cámara que se instalara en el ojo, para no perder el tiempo de desenfundarla: no ha llegado el día, pero anda cerca.
En 1935 obtiene un doctorado en antropología en Múnich y en enero de 1937 sale del instituto de Biología Hereditaria e Higiene Racial de Fráncfort. Es asistente de un científico que investigaba sobre genética, con un interés particular en los hermanos gemelos. Se centra en factores genéticos que resultan en la aparición de labio leporino y barbilla partida. Su tesis es calificada con un `cum laude´ que le vale conseguir un doctorado en medicina en 1938. De haber seguido por este camino, habría sido un profesor universitario cualquiera, de los tantos que pululan por entonces en su país. Se dice de él que tiene habilidad para explicar conceptos complicados de manera clara, concisa, con precisión. Se casa con Irene Schönbein. La conoce desde Leipzig, cuando trabajaba como médico residente. ¿Me sigue?
Uno de los lugares más sagrados de los bandeños quizás sea la pasarela de la Alem, que nadie usa porque es más fácil y menos riesgoso pasar por abajo que tomarse el trabajo de trepar de un lado y apearse del otro. Chito decía que era un símbolo de la historia de este pueblo. “Existe porque había una ciudad que no quería andar dando la vuelta”, graficó una noche de filosofía. Algo que no sabía cualquiera. Que los bandeños tienen olor a tren es uno de los mitos más difundidos entre los santiagueños, pero es mentira. No tienen aroma de locomotora, efluvios de vagón, fragancia frutal de vías y obras ni un vaho como de cambio de rieles. Un hombre contó que una tarde de verano, hace algunos años, fue a la estación solamente a comprobar si era verdad. Luego lo narró en un escueto informe:
Primero olí un bandeño.
Luego la máquina.
Olí a otro.
Y después la máquina.
No despedían el mismo perfume.
No tienen olor a tren.
Contaba que se había trepado a la locomotora para que el experimento fuera científico.
Hizo lo mismo cerca de San Ramón. Y nada.
Varios factores se dieron al mismo para hacer de La Banda esa ciudad pujante que es hoy, sostenía Chito. Por un lado su cercanía con el río Dulce y los santiagueños que le daban la identidad al nombrarla como lo que era el otro lado del río. La otra banda, es decir. Y también el tren. Punto estratégico que hacía foco en la confitería La Alhambra en el paso a nivel sur o en Turichi, mítico almacén al que iban a refrescarse los obreros del riel.
Chito Martínez fue el que tomó la mejor imagen que alguna vez publicó el diario en toda su historia. ¿No sabía?, le cuento. Una tarde hubo un incendio en la Granja, a pocos kilómetros de La Banda. Estaba en el bar de Camilo, frente al diario, y le avisaron. Tenía una Siambretta. Y se mandó, a los puros piques, sin tomar el café con leche con medialunas que había pedido. Llegó, hizo un solo disparo y se volvió. Uno solo le bastó para que le saliera esa foto monumental, maravillosa. No es que sacó quichicientas y eligió la mejor, sino que con un solo tiro resolvió la nota, todo porque no quería que se le enfriara la merienda que había quedado servida, contaba después, aunque cualquiera sabe que era una exageración. Oiga bien: aparecían los bomberos, a la manguera de la autobomba le salía un chorro de agua, al fondo estaba la casa con el fuego ardiendo por una de las ventanas y en primer plano un herido era llevado en camilla hacia la ambulancia que también aparecía en el cuadro, todo en foco, obvio. Si alguien se pone a armar una fotografía semejante, contrata actores y el resto, no le va a salir mejor, no señor.
Se afilia al partido en 1937. En junio de 1941 es destinado a Ucrania, lo galardonan con la Cruz de Hierro de segunda clase. En enero de 1942 ya es oficial médico de un batallón de la SS y, digámoslo de una buena vez, oficial nazi. Rescata a dos soldados alemanes que quedan atrapados en un carro de combate en llamas. Le otorgan la Cruz de Hierro de primera clase, la Medalla de herido y la Medalla por el cuidado del pueblo alemán. Es herido gravemente en una acción cerca de Rostov del Don. Corre el verano de 1942 y se declara que no es apto para seguir en el servicio activo. A comienzos de 1943, pide el traslado al servicio de campos de concentración: espera tener su oportunidad para realizar investigaciones genéticas con humanos, con cristianos, quiero decir. Su solicitud es aceptada y lo destinan al campo de concentración de Auschwitz. Allí consigue que lo nombren director médico del campo de familias gitanas enBirkenau.
La historia ha sido dicha mil veces, pero ocasiones viene un nuevo y entonces hay que narrarla otra vez.
-Contale a este que no la sabe- le dice a don Manuel Bellido. Y don Manuel vuelve con el mismo cuento.
-El comisario de Negra Muerta era Remberto Palomo, de una familia muy conocida. Una vez había ido un vecino a poner una denuncia. "¿Está el comisario?", le pregunta a uno que estaba en la puerta. "No, no está. ¿El oficial? No está. ¿El sumariante? Tampoco." ¿Y el agente? Tampoco está. Oiga amigo, ¿y usted quién es? Yo soy el preso, pero preso de confianza, ¡eh!
Cuando llega ahí, los muchachos, Chito, Cacho, el Indio Martínez, Juancarlitos Andrade y el resto de la concurrencia del desaparecido barcito de Camilo o del Vasco, el más legendario bodegón que supieron tener y tendrán los bandeños, largan las carcajadas.
El Cacho, que entonces estaba de encargado de la corresponsalía de La Banda, todos los días le preguntaba en qué andaba, por qué se comportaba tan raro. No le respondía nada, no largaba prenda, con decirle que ya no se lo veía por los sitios que solía frecuentar. Se cruzó a la vereda del frente, al bar de Camilo, al que casi todas las tardes solía ir a tomar un café con los amigos, tampoco le dieron muchas precisiones:
-Debe andar detrás de algo raro- opinó un amigo del alma de Chito, Juancarlitos Andrade. Eran como hermanos, algún otro día contaré las bromas que se hacían, las comedias de enredos que provocaron en La Banda, pero nadie le prestó atención a Juancarlitos por una parte y este relato debe seguir, como una flecha hasta el final. Ahora que lo pienso, el otro le debe haber contado algo, si no, no hubiera estado a punto de deschavarlo.
Tiempo después, cuando ya estaba fuera del diario tuvo otro paradero, un barcito que todavía sobrevive, sobre la Sarmiento, a media cuadra del mercado Unión, ahí desayunaba en una taza con las franjas celestes y blancas de la Academia. Nadie más la usaba. Llegaba y la moza sabía que debía traerle un matecocido con tortillas. La mostraba orgulloso, presto a meterse en cualquier discusión de fútbol. Le digo, era fanático. De Racing, obvio. Apuntaba que sus hinchas eran una multitud, igual que Boca, River o cualquier otro. Había que oírlo cuando peroraba fanatizado, sobre el club de sus amores.
Aunque no es obligado por nadie, realiza una selección humana, con la esperanza de encontrar gente para sus experimentos. Está particularmente interesado en hallar gemelos y al contrario que otros médicos, que consideraban la tarea estresante y horrible, él la realizaba con total soltura, con aires extravagantes, a menudo sonriendo, muy acicalado o silbando una melodía de su tierra natal. Se la hago corta, en 1943 estalla en el campo de los gitanos un brote de `noma´, un mal que provoca gangrena en la boca y la cara. Inicia un estudio para determinar la causa y desarrollar un tratamiento. Toma como ayudante al prisionero Berthold Epstein, un pediatra judío y profesor de la Universidad de Praga. Aísla a los pacientes en un barracón aparte y mata a varios niños gravemente enfermos para enviar sus cabezas y órganos a la Academia Médica de las SS en Graz para que las estudien. La investigación sigue hasta que el campo gitano es liquidado y sus ocupantes muertos. Ya estamos en 1944.
Muchos ignoran el origen de la ciudad ,eso que trabajan en el mercado Unión, comercios, oficinas públicas, talleres, estaciones de servicio, calesita del veredón, heladería Roma o son socios de Sarmiento, Central Argentino, Agua y Energía, Olímpico, Tiro Federal. O cruzan el río para buscarse la vida, estudiar o criar sebo en Santiago o van a Clodomira o Fernández a enseñar, vender sus mercaderías, atender las fincas. Cualquier lugar tiene derecho a proclamarse centro del universo, de Nueva York a Estambul, de Atamisqui a Pekín y de Anchorage a Beirut, simplemente porque el mundo es redondo, igual que una pelota de fútbol. Para el amigo Chito ese punto del planeta fue aquella vieja casona de la calle España que mantenía a duras penas. De noche, trasladaba su sede a la parrillada de la Selva si las finanzas daban para un asado o al bar de Camilo por un café al fiado. Los lugares cambian para seguir siendo los mismos.
Andaba siempre con una cámara colgando, no de las que combinan algoritmos eléctricos sino de las que tomaban fotos en un espacio oscuro capturando la luz. Mediocuadro que, para los que entienden es una máquina que hace rendir el doble la película. La calle España en lo que fuera de Chito ahora es oscura, repleta de cables, sin un árbol a la vista. No es que fueran muy hermosos los brachos que la adornaban, pero la modernidad se encargó de talarlos sin misericordia.
Andaba por ahí la sombra errante del finado en su negocio de revelados Kodak: “A ver doña, mire un poco más arriba, enderécese, ¡eso!, pongasé derechita. No se mueva, le saco otra por si salió cerrando el ojo. Mire el pajarito”.
En ese tiempo que le estoy tratando de explicar, Chito iba a la mañana a la corresponsalía, marcaba la tarjeta, agarraba su moto y se mandaba a mudar. Un misterio bárbaro estaba haciendo. Con decirle que se enteraron en la Redacción en Santiago, y los jefes lo llamaron a Cacho para preguntarle qué pasaba. Pero él lo cubrió bien, dijo que estaba todo normal, les sugirió que no se preocuparan. “Tengo la corresponsalía bajo control”, indicó.
Pero ante los amigos, Cacho sostuvo por ahí otra teoría.
-Capaz que tiene una mina por ahí.
El otro seguía con sus idas y venidas, sus actitudes extrañas. Como una manía persecutoria le comenzó a brotar por esa época. Y una cierta paranoia que ya no lo abandonaría jamás. Mientras, iba reconstruyendo paso a paso lo que había sido la vida de La Banda de hacía varias décadas. La importancia del ferrocarril y la posición estratégica de la ciudad, a la vista de todos y escondida del mundo. A la orilla del ferrocarril Mitre, a pocos kilómetros del aeropuerto de Santiago, con escapes rápidos y discretos hacia cualquiera de los puntos cardinales. Averiguaba a los memoriosos qué negocio venía de antes y cuál no, quién vivía aquí, allá y a la vuelta. Qué barrios estaban y cuáles eran de antes. Andaba haciendo preguntas por todas partes con mucho cuidado porque todos sabían quién era y que trabajaba para el diario, una contra, le cuento, cuando uno pregunta cualquier cosa, sobre todo en estas ciudades tan chicas. A esa altura del trote ya nadie se chupaba el dedo Cuando falleció, el hijo fue al barcito de la Sarmiento a buscar su taza para llevarla de recuerdo. Por más que la moza que atendía la buscó y la rebuscó por todos lados, no la halló por ninguna parte. Le pidió que volviera al día siguiente para revisar mejor, preguntó al chango que estaba en la caja, a otros parroquianos al dueño, al encargado de la tarde, al mozo que la reemplazaba, al lustrín que iba todos los días, a los proveedores. Nada. Al final tuvieron que creer que se la había llevado el diablo. Los hijos, no quisieron darla por perdida, no se conformaron y la siguieron buscando.
-Es casi seguro que el viejo se la regaló a alguno- explicaba después el hijo, mientras seguía buscando aquella taza bendita.
-Él era así, pasaba uno, le pedía la hora y le entregaba el reloj, capaz que antes de enfermarse se la regaló a un amigo, a un conocido, a un linyera que andaba pidiendo. Te juro que vamos a hallar esa taza donde sea que esté- agregó casi con rabia. Y siguió con sus pesquisas, prácticamente por media ciudad, porque todos en La Banda lo conocían y alguien tenía que saber el paradero de esa dichosa taza.
No le dije nada, ¿qué iba a agregar?
En respuesta a una epidemia de tifus en el campo de las mujeres, envía a las seiscientas ocupantes de un barracón a la cámara de gas. Luego el edificio es limpiado y desinfectado y las ocupantes de un barracón cercano son bañadas y se les entrega ropa nueva antes de su traslado al barracón limpio. Este proceso se repite hasta que todos los barracones están desinfectados. Y sigue haciéndose lo mismo cuando hay un brote de escarlatina y otras enfermedades, pero en esos casos todos los prisioneros son enviados a la cámara de gas. Por su `empeño´ recibe la Cruz al Mérito Militar de segunda clase con espadas y es ascendido en 1944 a primer médico del campo de Birkenau.
Los únicos que tienen una prerrogativa de extraterritorialidad en la provincia, son los bandeños, que no son santiagueños ni lo quieren ser. Como si fueran la Confederación Sudamericana de Fútbol, pretenden que las leyes se aplacen para ellos. Aunque se enojen, hay que decir que son iguales a nosotros, sólo que les tocó compartir el otro lado del río: “La Banda”, como mejor nombre. Las locomotoras los cruzan por el centro, cortando las calles al sesgo y otorgándoles una particular manera de ser. Quienes los conocen, sólo por discutir un rato les dicen que son el barrio más grande de Santiago, que tienen olor a tren o que son una bonita ciudad de la provincia. Es la manera segura de hacerlos enojar porque —hay que decirlo, aunque rabien— tienen el empaque de los pequeños pueblos, que los obliga a sacar pecho cada vez que dicen “no soy santiagueño, soy bandeño”. Nosotros y otros gentilicios de la provincia, como frienses, pozohondeños, termenses, los de Real Sayana, los capitalinos, nos reímos por lo bajo, los miramos serios y decimos “tienes razón, me había olvidado”. Mientras de adentro una risa pugna por salir y se queda trabada en la puerta de los ojos. Creen que el mundo se levanta a la mañana pensando qué nueva maldad les va a hacer, porque desde Paquistán a Tokio, de Nueva York a Estocolmo, de Madrid a Tel Aviv, de Santiago a Loreto, todos pero todos, les quieren hacer daño. No hay quién no sepa dónde queda La Banda y quién no le tenga envidia por su veredón, su estación del Ferrocarril y sus jardines con malvones. Lo que hace gracia a los de otros pagos, es cuando inflan el pecho para decir “cuna de poetas y cantores” sin percatarse del oxímoron. Pero son buena gente, no vaya a creer, una vez que uno les rasca la cáscara de ese falso engreimiento lugareño son iguales al resto de la gente de todas partes. Trabajan, sueñan, aman, se ríen y lloran como cualquiera. Salen a pasear los sábados, como usted, como su vecina, como cualquiera. En invierno se abrigan con una campera como todo hijo de ferroviario. Y en verano, como un deporte local, añoran el Canalito y los bailes de Sarmiento.
Un médico, prisionero de Auschwitz comenta luego de su liberación: “Era capaz de ser muy amable con los niños para que le tomaran cariño, les daba azúcar, pensaba en los detalles cotidianos de sus vidas y hacía cosas que nos gustaría realmente admirar… Y a continuación, el humo de los crematorios y, al día siguiente o media hora después, esos niños son enviados allí”. Somete a los gemelos a exámenes semanales y mediciones de sus atributos físicos. Hace amputaciones innecesarias de labios, inoculaciones intencionadas con tifus y otras enfermedades a uno de los gemelos y transfusiones de sangre de un hermano a otro. Muchos mueren en el transcurso de los procedimientos. Cuando terminan las pruebas, a veces los gemelos son matados y sus cuerpos diseccionados. Para ver si el color de los ojos cambia, les inyecta cloroformo directamente en el corazón a 14 mellizos en un solo día. Si uno de los hermanos muere por la enfermedad que le han inoculado, mata al otro hermano para realizar informes comparativos post mortem.
Ahora sabemos que el pasado esconde también sus mejores arcanos a la vista del presente, como si mostrándolos los tuviera más ocultos. Y que sólo hay que saber para dónde mirar a fin de descubrir qué quiere decir aquello que solamente estaba disimulado. A esa altura lo de Chito era preocupante. Incluso llegó a tomarse unos días de licencia, algo que no hacía desde hacía muchos años. Ahí fue cuando el Cacho le perdió el rastro del todo. Una vez, durante ese tiempo, lo halló en el Chino Garnica, no sé si lo recuerda, tenía un puesto de venta de comidas en el mercado Unión. Ahí estaba Chito frente a un sándwich de milanesa.
-Decime, ¿en qué andas vos?- preguntó Cacho.
-No te preocupes- respondió- vas a ser el primero en enterarte, se trata de un asunto que creo que alguna vez te he hablado, dijo Chito. Y cambió de conversación, empezó de nuevo con sus chistes, sus dichos, sus ocurrencias.
Después, por más que se estrujaba la cabeza, Cacho no se daba cuenta qué podía ser aquello que le escondía. Tanto misterio, che. Y por qué no le avisaba, si total no le iba a decir a nadie.
Cuando se acerca el Ejército Rojo, junto con otros médicos de Auschwitz es transferido, le hablo de principios de 1945 al campo de concentración de Gross-Rosen, en la Baja Silesia. Lleva dos cajas con especímenes y los registros de sus experimentos mientras el resto de documentos médicos del campo es destruido por las SS. Los soviéticos capturan Auschwitz el 27 de enero de 1945. Pero ha huido una semana antes. Viaja hacia el oeste disfrazado de oficial de la Wehrmacht. Llega a un pueblo, Saaz. Confía sus documentos a una enfermera con quien tiene una relación. Después, junto con su unidad marchan hacia el oeste para no caer en manos de las tropas soviéticas. En junio es hecho prisionero de guerra por el ejército norteamericano. Al principio lo registran con su nombre auténtico, pero por la desorganización de los aliados, conspira a su favor, ¡no está en las listas de los alemanes más buscados! Como además no tiene el tatuaje de las SS con su grupo sanguíneo, no lo identifican. Es liberado a fines de julio de ese año, obtiene documentación falsa bajo el nombre de ´Fritz Ullman´. Después de varios meses huyendo, en los que tiene tiempo de internarse en territorio controlado por los soviéticos para recuperar sus archivos de Auschwitz, encuentra trabajo en una granja cerca de Rosenheim. Pero tiene miedo de ser capturado, juzgado y condenado a muerte y huye de Alemania el 17 de abril de 1949. Ayudado por una red de antiguos miembros de las SS, a la que también ha pertenecido el as de la aviación Hans-Ulrich Rudel, viaja hasta Génova y allí obtiene un pasaporte bajo el alias de ´Helmut Gregor´, falso miembro del Comité Internacional de la Cruz Roja. Navega hacia la Argentina en julio, pero su esposa no quiere acompañarlo y se divorcian en 1954.
El hijo, perro racinguista igual que él, buscó la taza durante varios meses. Dio vuelta la casa en que había vivido los últimos años, preguntó a los amigos, volvió a revisar cada rincón por el que ya había pasado antes, recorrió los paraderos del padre, los boliches a los que iba a comer y nada, visitó con disimulo la casa de los conocidos para ver si veía de lejos aunque sea el recipiente aquel. Hasta hubo uno que le espetó:
-Che, ¡cuesta dos mangos!, comprate una igual en cualquier negocio, qué vas a andar buscando, esa taza no vale tu esfuerzo.
Por no enojarse el gringo estuvo como dos horas explicándole lo que era el valor intrínseco y sentimental de aquel utensilio. Había muchas parecidas y alguna con la que puestas al lado, nadie podría reconocer cuál era cuál, pero él quería solamente esa en que su padre se había esmerado pensando en la formación del próximo domingo, renegando por los resultados del fin de semana pasado, cavilando en futuras glorias del club de sus amores.
Su nombre es mencionado varias veces durante los juicios de Núremberg, pero las naciones aliadas están convencidas de que ha muerto. Su primera esposa, Irene, y su familia, cuando son interrogados sostienen que ha fallecido. Sin embargo, en Alemania los cazadores de nazis Simon Wiesenthal y Hermann Langbein, que andan recogiendo información de testigos sobre sus actividade, en archivos públicos se topan con su acta de divorcio y una dirección de Buenos Aires, por lo que se ponen en contacto con autoridades de Alemania Occidental para que emitan una orden de arresto y se lo extradite. Empero la Argentina rechaza la solicitud porque el fugitivo ya no vive en la dirección que indican los documentos y para cuando se aprueba el trámite, ha escapado al Paraguay, donde vive en una granja cerca de la frontera argentina.
Chito siempre traía primicias al diario, sobre todo del rubro policiales. A veces se la daba de misterioso, de tipo que sabía por qué el hampa funcionaba como funcionaba y sus conexiones con todo el mundo. Esa vez, le digo, andaba pasado de rosca.
-Parecía endemoniado, tenía una idea fija, como yo no sabía nada creía que se había vuelto loco- contó Cacho después, recordando aquellos tiempos.
Algunos lo veían pasar, raudamente, en su moto, rumbo a qué vaya uno a saber qué barrios desconocidos. Por ahí lo vieron cerca de San Ramón, en una finca, preguntando a los vecinos, averiguando. En ese tiempo lo corrieron dos veces de unas propiedades en las que se metió sin pedir permiso y una estuvo a punto de ir preso. Diga que tenía buena labia, por eso se salvó, que si no, iba a amanecer en la comisaría, por más periodista que fuera y por más que lo conociera la mitad de la planta de policías de La Banda.
Una noche le hicieron un homenaje al Chango Cárdenas, ídolo de Racing por siempre jamás. Esa ocasión lloró a moco tendido, como casi todos los asistentes. Porque Chito recitó un poema a los postres de aquella cena inolvidable, luego se paró y lo abrazó. Eran dos chicos sollozando, en medio de la nada, eso que estaban rodeados de gente. Estuvieron así una eternidad. Le digo y no le miento que fue el momento de la noche, como si todo lo vivido hasta ese entonces, en esos días, hubiera tenido su coronación en ese instante. Un tiempo largo después, contaba la historia y se le ponían los ojos brillosos. Miraba lejos y se quedaba callado para que no le cayera esa agüita traicionera que le empañaba la vista y le trancaba la nariz. Fue quizás una de las jornadas más felices de su vida.
Se emocionaba porque, por esas cosas de la vida no había conocido al Chango cuando jugaba aquí, en Unión. Y esa noche, ¡ah!, la noche que se lo presentaron vivió algo apoteótico. Con lo mejor de la hinchada de Santiago y La Banda, reunidas para festejar un aniversario más de la Copa del Mundo.
Y le cuento, bien vista, la taza del barcito de la Sarmiento no era gran cosa, como tantas otras que fabrica un ignoto empresario que luego las pinta con los colores de todos los equipos y se hace la América con la gilada, con los hinchas, que son así, fanáticos, la quieren tener, identificarse con el club a toda hora, ser parte, mostrar al mundo sus simpatías futboleras.
Chito contaba:
-Yo me hice por mi abuelo, que decía que a la bandera argentina no la dejaba por nada, porque la celeste y blanca es única y no hay colores en el mundo que se le igualen. Cuando era chico y perdíamos, me enseñaba que no debía sufrir tanto, porque al menos nosotros teníamos una camiseta que significaba el orgullo de todo el país, no como los otros, que usaban unas de vete a saber qué lugar, de qué fantasía trasnochada de sus dirigentes habrían sacado esos rojos, esos amarillos, esos verdes, esos fucsias- exageraba.
Cuando llega a Buenos Aires por primera vez, trabaja como carpintero y vive en una pensión en Vicente López. Después de unas semanas se traslada a la casa de un simpatizante de los nazis en Florida y a continuación trabaja como corredor de una empresa de material agrícola de su familia. Desde 1951 realiza viajes frecuentes a Paraguay y a otros lugares no especificados, aunque se sospecha que va a un lugar del norte del país en el que pasa un largo tiempo. Es cuando más asustado está, según algunos de sus biógrafos. En 1953 se va a vivir a un departamento de Buenos Aires y ese mismo año usa dinero de su familia para comprar una parte de una empresa de carpintería. Al año siguiente alquila una casa en el barrio bonaerense de Olivos
Se vino abajo cuando lo dejaron afuera del diario, había pasado su vida consiguiendo primicias, cubriendo a los compañeros cuando faltaban, haciendo las mejores fotos del diario, investigando en la policía, porque le encantaban las noticias de crímenes, hasta aprendió a escribir a máquina para mandar sus propias notas. Y no redactaba mal, se defendía bastante bien con su sexto grado reforzado de antes. Lo habían contratado solamente como fotógrafo, lo único que tenía que hacer era mandar los negativos y olvídate, del resto que se ocupen en Santiago. Pero porfiaba en que, en realidad, era reportero gráfico, en un tiempo en que esa palabra, por lo menos aquí no se usaba.
Esa noche, con motivo de un año más de la hazaña en el Centenario de Montevideo, le organizaron una cena al Chango Cárdenas. No sé de dónde sacó Chito la plata para pagarse una tarjeta. Andaba, como quién dice, de la cuarta al pértigo, calculo que debe haber raspado la lata. Se puso su mejor ropa, un traje que le quedaba chico porque ahora tenía algo más de barriga, zapatos puntudos, corbata negra con el nudo chiquito y en la solapa un distintivo de la Academia comprado una vez que fue a Buenos Aires a ver un partido; lo guardaba como un tesoro. A los postres, el presidente de la peña dirigió unas palabras a los presentes. Después habló el Chango para agradecer el homenaje. Estaba contento, por ahí, entre las mesas, andaban algunos de los muchachos que lo habían visto crecer cuando todavía no tenía un nombre y jugaba en el barrio.
Chito de a poco se había acercado a la cabecera, pidió la palabra. Anunció que había compuesto un poema para el club. Alguno, que lo conocía, largó bajito “¡uuuhhh!” y a varios más les dio vergüenza ajena, ¿ha visto?, es como un temor que le agarra a uno cuando ve que otro se está por mandar una macana y le da pavura, más que nada. Sin embargo, sin embargo, repito, hizo la única jugada que nadie se esperaba.
Chapó el micrófono y se largó:
“Señores y señoras, Chango Cárdenas aquí presente, autoridades, hinchas. Voy a tener el honor de recitar un poema que aprendí de memoria, se titula “Racing campeón”.
Hizo un gran silencio, de esos que provocan que al final algunos se empiecen a preocupar, entonces, con voz muy pausada, ronca la garganta y entonación retórica largó:
“Al arco, Agustín Mario Cejas,
“Con el número 4 Oscar Raimundo Martín, capitán
Empezaron los primeros tímidos aplausos a resonar en el salón. Con voz calmada, continuó:
“Con el 2 Roberto Perfumo, “
Con el 6 Alfio Basile
El palmoteo ya era generalizado. Hizo una pausa teatral y siguió recitando:
Con el 3 Nelson Chabay,
“El 5 para Juan Carlos Rulli
“El 7 de João Cardoso
La ovación cerrada a esa altura de la noche andaba suelta por el salón, empezaron a asomar los primeros lagrimones en los rostros de los más viejos que, ya se sabe, son los más flojos. No paraba con su poema
“El 8 para Humberto Maschio,
“El número 11 en la espalda es de Norberto Santiago Raffo,
“Y el 9 para Juan Carlos Cárdenas.
Aclamación consagratoria.
“Director Técnico Juan José Pizzutti.”
El aplauso de todos los concurrentes duró una eternidad, con decirle que el Chango le repetía al oído:
-Nunca nadie me ha hecho un poema semejante.
Y entre lágrimas y sonrisas, Chito le decía:
-¿Has visto Chango, que siempre se puede sacar una alegría de las cosas más simples de la vida?
Hay noticias de supuestos avistamientos en diversas partes del mundo. En 1960 Wiesenthal dice que tiene una información: está en la isla griega de Citnos. Luego sospecha que se mudó a El Cairo en 1961. También es visto en España en 1971 y en el Paraguay en 1978, dieciocho años después de haber dejado ese país, según registros que se van tomando después. En 1985 Wiesenthal sigue creyendo que está vivo y en 1982 ofrece una recompensa de 100.000 dólares por su captura. En 1985, en Jerusalén le hacen una parodia de juicio, con cerca de cien víctimas dando testimonio de sus atrocidades, lo que reaviva el interés, no solamente por su paradero sino también por todo lo referente a los nazis. El libro `Los niños del Brasil´ una novela mediocre, tiene gran repercusión porque se sabe que está inspirada en su vida, sobre todo de después de la guerra. Tiempo después Alemania Occidental, Israel y Estados Unidos coordinan esfuerzos para localizarlo. El gobierno israelí, las autoridades alemanas, el Washington Times y el centro Simon Wiesenthal ofrecen recompensas por su detención.
Le gustaba repetir que la noticia no esperaba, por eso tomó la foto ese día del incendio, aunque no le correspondía, porque estaba de franco y los días libres también se daba una vuelta por lo de Camilo, por las dudas, ¿ha visto? Bueno, después hubo un concurso de periodistas de Adepa, Adira, no sé, una de esas entidades que agrupan a los dueños de los diarios y como ya lo habían corrido a puntazos, le adjudicaron la foto a otro, para peor, uno que recién entraba, que estaba haciendo sus primeras armas, un aprendiz como quien dice. Que ganó, por supuesto.
En mayo de 1985, siguiendo una pista recibida por la oficina del fiscal de Alemania Occidental, la policía registra la casa de Hans Sedlmeier, amigo de siempre del hombre y jefe de ventas de la empresa familiar en Gunzburgo. Hallan una agenda con direcciones cifradas, copias de cartas y una misiva que informa de la muerte del antiguo médico nazi. Las autoridades alemanas se ponen en contacto con la policía de San Pablo, que localiza a los Bossert, familia que fuera la encargada de sacarlo del Paraguay, donde era muy visible, para llevarlo al Brasil, país en el que pasa más inadvertido. En el interrogatorio revelan el lugar en que lo han enterrado. Al exhumar sus restos, el examen forense se centra en su dentadura, que muestra un notorio diastema, espacio interdental, en los incisivos superiores, rasgo característico del prófugo. Dictaminan que hay una altísima probabilidad de que se tratara de su cuerpo. A los pocos días, su hijo Rolf hace pública una declaración admitiendo que se trataba del cadáver de su padre y que la noticia de su fallecimiento se había mantenido en silencio para proteger a la gente que ocultó a su padre durante más de tres décadas. En 1992 un examen genético verifica su identidad pero la familia se niega a repatriar los restos a Alemania. Su cadáver todavía está almacenado en el Instituto de Medicina Forense de São Paulo.
Prometo que uno de estos días voy a escribir esto, sólo para que se sepa qué era el periodismo hasta no hace mucho. Cambiaré un poco los nombres y las circunstancias, para no molestar a nadie, pero le doy mi palabra de ser lo más fiel posible a lo que sucedió. Que mi crónica refleje, no solamente la verdad de lo pasado, sino el clima en que se desarrolló y la personalidad de uno de los hombres más interesantes que ha dado el periodismo en toda su historia en la provincia. Si es que puedo, claro.
En julio de 1985, aparecen en el diario santiagueño El Liberal, varias notas que dan cuenta de que un tal doctor Adolfo Gualterio o Walter Ascher, ha vivido en La Banda, en un período impreciso que va de 1946 a 1951 ó 1952, según testimonios y recuerdos de quienes lo conocieron. Si bien casi todas las biografías lo dan, por ese tiempo, todavía en Alemania, el diario aporta numerosas pruebas que dicen que anduvo por aquí. El autor de la nota es Jesús del Carmen Martínez, más conocido como `Chito´. Ese Ascher, en realidad es José Mengele, el mismísimo ´Carnicero de Auschwitz´, según determina con claridad la indagación que hace el periodista. La investigación es simple y compleja a la vez. Primero toma una imagen de una fotografía de Mengele, de un libro de la Segunda Guerra Mundial y luego la muestra a quienes dicen que han conocido a aquel misterioso doctor. Casi todos coinciden en que es Ascher. La nota, que lleva también la firma del encargado de la corresponsalía de La Banda, permanece en la portada del diario durante varios días, mientras sumaba testimonios de quienes lo habían conocido. El juez del Crimen de La Banda inicia un expediente para cerciorarse, según sostiene, que el asesino de miles de gitanos y judíos en los campos de concentración alemanes de la Segunda Guerra Mundial ya no está en la ciudad, pues en caso de que aún hubiera permanecido allí, corresponde apresarlo. Llega a dar con una pistola, una Lüger, que presumiblemente fuera del criminal nazi. En aras de la investigación incauta la pistola y la guarda en la caja fuerte del Juzgado en lo Criminal de La Banda. Es la misma arma con la que años antes, Mengele da muerte a sus perros, antes de marcharse definitivamente de la ciudad y calculan algunos, puede ser también la que remató a tantas víctimas inocentes durante la conflagración mundial. Tiempo después, la pistola desaparece misteriosamente y su rastro se pierde.
Cada vez que si alguien pasa muy de noche por lo que fuera “El Vasco”, Besares y Alberdi, capaz que todavía sienta las carcajadas por la anécdota del fantasma de don Manuel: “Bueno, le pregunta si le podía hacer una denuncia. Claro, ¿no le he dicho que soy preso de confianza?, diga nomás. Bueno, resulta que hay un vecino que no me quiere, todos los días me amenaza, me grita, me hace lío y últimamente, cada vez que salgo a la calle, me apunta con una escopeta y dice que me va a achurar, ¿qué voy a hacer? Y el otro le contesta: deje nomás que lo mate, ni chico sumario que le voy a iniciar”.
Mientras la tarde pasa tranquila por la vereda de casa, miro la pared desnuda de mi escritorio. Sobre la mesa en que trabajo hay papeles, mi llavero, el cargador del teléfono, los parlantes de la computadora. Nada del otro mundo. Hace ya cuatro años que Chito partió al mundo del silencio para siempre jamás.
Corresponde que diga aquí que era un tipo afable, amigo, siempre presto para una sonrisa, que todavía se cuentan de él anécdotas memorables, que van de redacción a redacción animando los tiempos muertos, extrayendo la sonrisa de quienes lo conocieron, de los más jóvenes, como usted, que apenas lo sintieron nombrar alguna vez.
Y aunque no le concierne a nadie, debo decir algunas palabras en tercera persona sobre un humilde servidor. Quizás todo esto que le cuento suene un poco a documental norteamericano, pero uno es también las lecturas que va teniendo, además de todos los clásicos argentinos, algo de literatura española, más los escritores norteamericanos del fines del siglo XIX, principios del XX, uno poco de los franceses, los rusos. Sume García Márquez, Vargas Llosa, Juan Rulfo, poesía brasilera de la década del 60, la bossa nova, los Beatles, Jorge Washington Ábalos y `Shunko´. Agregue a todo eso que se terminó de formar en la redacción de un diario y que ahí valía por la velocidad de dactilógrafo más que por su estilo, y tendrá una idea de por qué este escrito tiene defectos en su talante, más los tics, las manías, los defectos que son propios de este oficio de periodista que se mete en la sangre para no abandonarlo jamás.
En la breve bibliotequita del living, junto a los infaltables diccionarios, hay una foto en blanco y negro que alguna vez le tomé a Chito Martínez. Como un adorno más, al lado de una lapicera que le regalaron un día del periodista y de otros cachivaches que adornan los libros, ratificando esta historia descansa reluciente, intocable, la buscada y nunca hallada taza de Racing Club.
En la mesita de luz, en medio de un montón de papeles desordenados, envuelta en una franela naranja y dentro de una bolsa de plástico, la Lüger de Mengele.
¿Pregunta si también soy de Racing? No amigo, soy bostero. Amigo de la verdad, pero más amigo de Chito Martínez, ¿no le dije?
Oiga, ¿no sabe dónde conseguir un cargador?
Juan Manuel Aragón
Ramírez de Velasco©

Comentarios

  1. Muy buena historia Juanma , tuve la suerte de conocer y saludarnos con Chito, un hito de La Banda , QEPD

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  2. Chito siempre chito ,hay personas que se parecen etre si pero chito era único y contaba historia diversas de su vida con puntos y rayas

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  3. Que grande chito, como se te extraña viejo

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