El billete premiado |
El 24 de julio de 1942, se descubre un fraude de los niños cantores de la lotería nacional
El 24 de julio de 1942, se descubrió un fraude de los niños cantores de la lotería nacional. Un tiempo antes, uno de los niños había comentado a los demás que conocía a Sabino Lancellotti, un oficial tornero capaz de fabricar una bolilla de madera idéntica a las usadas en los sorteos oficiales de la lotería. La idea era cambiar la bolilla en el momento del sorteo para asegurarse el premio mayor. El plan se llevó adelante el 24 de julio de 1942, y el número 31.025 fue el ganador del premio de 300.000 pesos, adquirido por los "niños cantores".Pero la indiscreción de alguno, que contaron el plan a sus novias y amigos, hizo que la noticia se difundiera rápidamente. Al día siguiente, el diario Crítica publicó la noticia: "El 025, número anticipado desde ayer, salió con la grande. Un nuevo caso, tan sorprendente como los anteriores, se ha producido hoy en el sorteo de la Lotería Nacional. Desde anoche se hablaba de que la grande terminaría en 025: a tal punto llegó el anuncio que los levantadores de quinielas resolvieron defenderse y no tomar jugadas al 025. Algunos pocos lo hicieron".Ante la sospecha de que los "niños" no actuaban solos, la Cámara de Diputados formó una comisión investigadora, presidida por el diputado nacional, Agustín Rodríguez Araya. La comisión solicitó y obtuvo la interpelación de ministros y funcionarios, y demostró graves irregularidades en el funcionamiento del organismo. Se descubrió que se usaban bolillas de distinto peso y maniobras con billetes ganadores no cobrados en término por sus beneficiarios.
Entre los compradores del 31.025 figuraban jueces, concejales y exministros. Sin embargo, los únicos sancionados fueron los niños cantores Navas, López, Tambore, Sitemberg, Praino, Laddaga y Mañana, y el tornero Lancellotti por supuesto, que recibieron penas de tres a cuatro años. Los compradores del 31.025 quedaron sin cobrar su premio porque el sorteo fue anulado.
Rodríguez Araya se interesó particularmente en un tema grave relacionado con la Lotería Nacional, creada por ley del Congreso de la Nación el 30 de octubre de 1895 para sostener la "beneficencia de los menesterosos desamparados, mediante la construcción y sostenimiento de hospitales y asilos públicos", y la Sociedad de Beneficencia.
Descubrió que se otorgaban decenas de la lotería a los "pobres y lisiados" para su venta, generando una renta mensual considerable. Sin embargo, al investigar, descubrió que las decenas eran concedidas a personas cercanas al poder y al mundo financiero, mientras que los verdaderos indigentes eran una minoría.
En su investigación, expuso en la Cámara de Diputados que personas influyentes, como parientes de ex presidentes, jueces, exministros, y otros personajes, recibían estas decenas. Incluso, personas que no necesitaban el beneficio, como una "pobre señora" con 8.000 hectáreas de tierra pobladas de hacienda, estaban en la lista de beneficiarios. Además, el presidente de la Lotería distribuía generosamente decenas a sus maestros de golf, y un teniente coronel revolucionario de 1930 había hecho que su cónyuge recibiera decenas. Un ministro de la iglesia también gratificaba a su pedicuro con decenas.
Las investigaciones demostraron que la mayoría de estas "pensiones vitalicias" eran otorgadas a personas influyentes, mientras que los verdaderos necesitados eran una minoría absoluta. La Sociedad de Beneficencia, manejada por la alta sociedad, era la vía de distribución de estas sumas teóricamente destinadas a los pobres, discapacitados, huérfanos y enfermos. En el año de la investigación, repartieron entre sus amistades 3.279.000 pesos, una cantidad considerable en una época en que un trabajador ganaba unos doscientos pesos al mes.
Rodríguez Araya concluyó que estas prácticas establecían una injusticia social significativa. Denunció que no eran los necesitados quienes aprovechaban estos recursos, sino personas influyentes que utilizaban estos fondos para aumentar sus cuantiosos ingresos. Afirmó que se trataba de un sistema de delincuencia organizado y permanente, hecho con total impunidad.
Juan Manuel Aragón
Ramírez de Velasco®
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