Nachi Góomez y su compañera, Javiera Ríos |
La nota, sin firma, apareció con el mismo título en el suplemento del cincuentenario del diario El Liberal, del 3 de noviembre de 1948
Nachi Gómez es por sí mismo una acentuada evocación de nuestro folklore bailable y musical. Es, sin disputa, el santiagueño que más intensamente lo ha vivido. Desde los días inmediatos postcoloniales, Nachi era ya un “chango” a quien arrastraba insensiblemente al baile y al canto popular. En toda una visión retrospectiva, fugaz y llena de color, nos refiere Nachi sus andanzas de cantor, de bailarín y de músico.Tenía apenas –dice Nachi- 13 años cuando hombre como de treinta me desavió a un “malambo”. Yo bailaba descalzo. No tenía zapatos. Así “chaquin ya talla” –con los pies al campo- dice en quichua, me presenté. Le gané fácilmente. Sabía yo muchas mudanzas y tenía las tabas livianas. Me dijeron que el hombre se enojó y que me buscó para azotarme. El individuo era de Salavina y pronto se fue. Después de este hecho mi crédito se agrandó. Todos comenzaban a invitarme.Por esos tiempos -dice haciendo una digresión- el monte estaba metido todavía en la ciudad. Para llegar a estos lugares -donde hoy vive en Colón y Pringles, sobre Güemes- al centro, o sea al Cabildo, teníamos que ir por un caminito de cabras, haciendo a un lado los “ichiles”, una planta regional sin espinas.
No había mucha gente -prosigue Nachi- que cantar o bailara bien nuestros bailes. Tenían entonces las reuniones otro carácter. La gente bebía mucho. Los cantores tenían el orgullo cerril de no ceder sitio a otros. Cuando se juntaban dos, se producía el reto. Venía la payada, esta seguía el desafío a beber y cuando no había vencidos evidentes, esta disputa adquiría caracteres más feroces: salían de sus vainas los cuchillos y los hombres se trababan en terrible duelo. Era en los tiempos cosas de machos.
Usted, -le decimos a Nachi- debe haber conocido mucha gente y muchos lugares.
Cierto, no había bailes ni fiestas que yo no conociera en la provincia. Conozco casi todos los santos a los que se hace fiesta. Hombres de todas las categorías. Yo estuve en Rosario con el doctor Manuel Gorostiaga, gran santiagueño. Era ordenanza. Por ahí andando me ocurrió un percance curioso. Yo no sabía leer. Trabé conocimiento con una “galleguita”. Me enamoré de ella y ella se prendió de mí. Y como la mujer enamorada hace milagros, ella me enseñó a leer y escribir. Y en cuanto aprendí le perdí el amor. Dicen que el diablo también perdió su influencia en la tierra por meterse a enseñar.
Más tarde volví para mis pagos. Cometí otro error si podemos decir así. Robé a la mujer que es hoy mi esposa y a los tiempos me casé. No dejé de bailar ni de cantar por eso. Esta era mi pasión más fuerte. Eso sí, no aprendí ni a beber ni a fumar. Sólo tenía la debilidad de “zorriar”. Indica con esto que le cautivaban las faldas. Nachi era además, buen tabeador y los naipes en sus manos, se embrujaban para favorecerlo.
Nachi está hoy un poco viejo. Más de setenta años. Posee una memoria extraordinaria para todas estas cosas. Nos hubiese agradado consignar todo lo que nos ha dicho, pero el espacio, severo dictador, nos lo impide.
Nachi, es además compositor. Escribe piezas bailables. Tiene varias que han sido ya grabadas y se difunden en discos. Tiene otras en preparación.
De modo que es Vd. -decimos- quien más ha agitado el folklore.
-Sí, porque yo lo he bailado, lo he cantado, lo he tocado y lo he vivido. Todavía lo vivo, aunque con menos intensidad, pero con igual fervor.
Ramírez de Velasco®
Comentarios
Publicar un comentario