Antiguo grabado de la plaza Independencia, de Tucumán |
El general ya no salía de su casa y había olvidado los viejos rencores
Por Carlos Páez de la Torre
A fines de octubre de 1876, Miguel Cané -el futuro autor de "Juvenilia"- vino a Tucumán entre el grupo de periodistas que integraba la comitiva del presidente Nicolás Avellaneda. El tucumano llegaba para encabezar la ceremonia de inauguración del ferrocarril, y con él, entre otros personajes, arribó Domingo Faustino Sarmiento, su antecesor en la magistratura.
Cané representaba al diario porteño "La Tribuna". En un artículo titulado "La selva de la Yerba Buena", recordaría luego que una de las diversiones de la estadía que le quedó grabada fue la excursión hasta la denominada "Puerta de San Javier". Era el punto del cerro con maravillosa vista al bajo, y al cual los jinetes llegaban por un estrecho sendero, cavado en la roca viva.
Caballo del opositor
"Durante el camino -narra Cané- no dejaba de reflexionar sobre una circunstancia que me parecía curiosa. Iba yo montado en un caballo de propiedad de don Antonino Taboada, personaje a quien no conocía, sino por haber escrito algo poco agradable para él, sobre su régimen de gobierno en Santiago del Estero".
Cané tenía conocida militancia en el partido Autonomista Nacional de Adolfo Alsina, que sostenía a la presidencia Avellaneda. En cambio, Taboada había sido, como hombre del general Bartolomé Mitre, un invariable opositor, desde el Partido Nacionalista, que acaudillaba el ex presidente.
Ya sin rencores
A pesar de eso, cuenta Cané, con ocasión de las fiestas del tren, Taboada "había puesto su casa a disposición del gobernador de Tucumán (que era el doctor Tiburcio Padilla), para que fueran albergados allí los ministros diplomáticos, y había remitido unos cuantos caballos al doctor Angel C. Padilla, a fin de que sirvieran para el paseo a San Javier. El doctor Padilla puso uno de ellos a disposición de Rufino Varela y otro a la mía". Y agrega Cané que las monturas santiagueñas, aunque habituadas a la llanura, "se condujeron brillantemente en la montaña, trepando las cuestas con la seguridad de una cabra o de un caballo de Tafí".
Evidentemente, el caudillo de Santiago, radicado ya en Tucumán, había resuelto colocarse más allá de los viejos rencores. Merece la pena echar una rápida mirada a su historia, tan vinculada con la de Tucumán.
Famosos Taboada
Los Taboada constituyen una verdadera leyenda dentro del pasado de Santiago del Estero y del noroeste argentino, en la segunda mitad del siglo XIX. Miembros de una rica y poderosa familia, hijos de don Leandro Taboada y de doña Águeda Ibarra, eran sobrinos carnales del tan mentado gobernante vitalicio rosista, Juan Felipe Ibarra.
Todos los hermanos fueron hombres importantes: Manuel, como gobernador y político; Gaspar, como comerciante e industrial azucarero en Tucumán; Felipe, como destacado pintor de retratos. Objeto de estas líneas es el hermano mayor, el general Antonino Taboada.
Su vida fue movida y múltiple en empresas que exigían riesgo personal. Nacido en la estancia familiar de Matará, en 1814, estudió y ejerció el comercio en Buenos Aires. Descontento con el gobierno de Juan Manuel de Rosas, optó por emigrar a Montevideo y enrolarse en el ejército del general Juan Lavalle, que marchaba contra el dictador porteño.
Años de guerrear
Estuvo así en las batallas de Don Cristóbal y del Sauce Grande; en la fallida invasión a la provincia de Buenos Aires; en la toma de Santa Fe y en la derrota de Quebracho Herrado. Allí cayó prisionero y fue llevado a la capital, pero logró escapar y trasladarse a Montevideo.
Actuó en la defensa de la ciudad sitiada y su exilio prosiguió luego en Bolivia y en Chile, donde hizo amistad con el general Mitre, cuya política secundaría fielmente desde entonces. Regresó al país un poco antes de la derrota de Rosas en Caseros.
Cuando su hermano Manuel asumió el gobierno de Santiago, se inició la protagónica acción militar de Antonino Taboada en esta región del país, como franco opositor a la política de la Confederación. En territorio tucumano luchó varias veces contra los "federales" de Celedonio Gutiérrez, en las acciones de Los Laureles, de Río Colorado y de El Ceibal. Posteriormente, hizo la campaña de La Rioja contra la montonera: bajo su mando, las fuerzas nacionales derrotaron a Felipe Varela en Pozo de Vargas.
La dinastía en ocaso
Entusiasta de la navegación del Salado y de la instalación de líneas de fortines para defenderse del indio, fue comandante general de la Frontera del Chaco y también comandante en jefe de las fuerzas movilizadas en el norte para la Guerra del Paraguay. Pero nunca quiso aceptar el sillón de gobernador.
La muerte de don Manuel empezó a marcar, en 1871, el ocaso de la dinastía Taboada en la provincia que habían mandado durante tantos años. Siempre consecuentes con Mitre, la derrota de la revolución porteñista de 1874 que aquel encabezaba, y el simultáneo ascenso de Nicolás Avellaneda a la presidencia, marcaron el concreto fin del taboadismo.
Con el pretexto del reclamo de garantías para una elección de legisladores, Avellaneda envió tropas nacionales a intervenir en Santiago.
Esto desató la persecusión y la represión contra los Taboada y sus partidarios. Así, Antonino y su hermano Gaspar debieron abandonar su provincia y establecerse definitivamente en Tucumán.
Soledad en Tucumán
Mientras Gaspar armaba un ingenio azucarero en la zona de la actual Villa 9 de Julio, el general Antonino se instaló en una casa -demolida hace ya muchos años- en la calle Rivadavia 258 de nuestra ciudad. Desde allí, vería pasar lentamente los años, estrictamente aferrado a la vida privada.
No salía de la casa casi nunca, mientras los hilos plateados iban invadiendo la gran barba negra del vencedor de Pozo de Vargas. Muy poca gente lo visitaba. Los mismos que cuando guerreaba contra Celedonio Gutiérrez se desgañitaban victoreándolo, hacían ahora como si no existiera. A Taboada no parecía importarle: los años lo habían hecho sabio y filósofo. Por eso, dijimos, en las ceremonias del ferrocarril facilitó al Gobierno su casa y prestó sus caballos a los excursionistas porteños.
El final
Era hombre de salud robusta, pero a fines de febrero de 1883 se enfermó de gravedad. Tanta, que su hermano Gaspar llegó corriendo a la casona de calle Rivadavia, y en la noche del día 28 arribó desde Santiago uno de sus primos, el ex gobernador Absalón Ibarra.
El sábado 3 de marzo, una junta de cinco médicos confirmó que ya no había nada que hacer. El general no era un hombre especialmente religioso, pero ese día accedió a que viniera a confesarlo un viejo amigo, el presbítero José María Sánchez. "Mañana a las 10 me moriré", profetizó sin aspavientos a quienes rodeaban su cama.
Amanecía el domingo 4 de marzo cuando recibió la extremaunción. Ya no podía hablar y respondía por señas al sacerdote. El general Antonino Taboada murió exactamente a las 10 de la mañana.
Imponentes exequias
El entierro se realizó el día 6, en el Cementerio del Oeste. Concurrió una verdadera multitud. La encabezaba el gobernador de la Provincia, doctor Benjamín Paz, quien olvidó noblemente sus diferencias políticas con los famosos santiagueños.
"No bastaron todos los carruajes particulares y de alquiler que hay en Tucumán, para contener a los asistentes", narraba una carta del primo Ibarra. Los restos del general fueron colocados en el mausoleo de don Juan Manuel Méndez. Muchos años más tarde, el 9 de abril de 1947 y con grandes honores militares y civiles, el féretro sería trasladado a la Catedral de Santiago del Estero.
*En La Gaceta de Tucumán, del 9 de diciembre del 2012.
Ramírez de Velasco®
Muy interesante.
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