La Recova de Once |
Pincelada del lugar más típicamente provinciano de Buenos Aires
Por Alfredo Peláez (especial para Ramírez de Velasco)
Estuvimos unos dias en la "Capifede" con mi señora, para una visita de control en la Fundación Favaloro. Visitamos Once, quería ver algo de ropa y mientras ella recorría me senté en la histórica Recova en un café de mala muerte. Vi la remodelada plaza Miserere, sinónimo de levante en mis 18 años, que era puro cuento.
Ese lugar inicialmente fue una quinta, conocida como Quinta de Miserere o Corrales de Miserere. Hacia 1814 se la denominó como Mataderos de Miserere, llamándose Hueco de los corrales en 1817 y Mercado del Oeste por 1850. También fue conocida como Mercado o Plaza 11 de Septiembre, en homenaje al 11 de septiembre de 1852. La denominación Plaza Miserere data de 1947.
Debe su nombre al antiguo vecino Antonio González Varela, apodado "Miserere", por su misericordia y bonhomía, pero popularmente es mucho más conocida como Plaza Once, puesto que a su lado se encuentra la estación Once de Septiembre del Ferrocarril Sarmiento.
Nacida dentro de los antiguos Corrales de Miserere, pocos ciudadanos sabrán que la primitiva Recova del Once, comenzó a edificarse en 1873 a expensa de vecinos que vislumbraban a futuro un progreso comercial en la zona. Los cien primeros metros de la avenida Pueyrredón (ex Centroamérica) marcan el punto neurálgico de la zona del Once.
Hoy en día transitarla es caótico, atestada de puestos callejeros, "saladitas" y "locales gastronómicos" de dudosa higiene. La escenografía es igual hasta les diría que los protagonistas, descendientes de aquellos de mi juventud, son un calco. Todos provincianos.
Sentado en una mesa de la vereda me entretuve con la tragicómica obra que se ve de lunes a sábados. Está el buscavida, el carterista, el chorro, el cartonero, el llamador (a viva voz ofrece lo que vende, desde una agenda a canelones, pasando por bombachas, corpiños y empanadas). Veo pasar a familias enteras y pienso, que seguramente viven en una pieza de un hotel de paredes descascaradas y falto de pintura, con baño y cocina compartida. Son miserias humanas que el desarraigo los empujo al abismo. Las causas del desarraigo pueden ser diversas, aunque las más frecuente son el exilio y la migración por guerras, hambrunas y otras causas económicas -pobreza, desigualdad social y económica.
A metros reparo en hombres, algunos con marcados rasgos norteños. Con dos banquetas, una más chica y otra más grande, armaron su negocio que mueve mucho dinero. Pienso en quinieleros, pero me equivoco. Venden pasajes en micros ilegales a Jujuy, Salta, Tucumán y Santiago del Estero. Son los que en cualquier plaza dejan su carga humana, suben nuevos pasajeros y vuelven a partir, sin ningún control.
Muchos llegaron así... después se hicieron famosos, pienso en Eduardo Ávila, Carlos y Agustín Carabajal, el "Ñato" Gramajo y tantos otros, deportistas, o simples aventureros. Algunos llegaron, los menos, otros tuvieron que volver a su pago con la cabeza gacha. Y los que logran quedarse juntan plata para comprarse ropa vistosa y volver para las fiestas o carnaval. En época del Estrella del Norte viajaban en segunda y a medida que se acercaban a La Banda se corrían y bajaban por pullman, para que la gente los viera y dijeran: "Miramelo a Fulano viene en pullman, parece que le va bien".
Ayer y hoy lo mismo. Es la vida del provinciano que deambula por el patio del norte: Once.
©Ramírez de Velasco y el autor.
Nacida dentro de los antiguos Corrales de Miserere, pocos ciudadanos sabrán que la primitiva Recova del Once, comenzó a edificarse en 1873 a expensa de vecinos que vislumbraban a futuro un progreso comercial en la zona. Los cien primeros metros de la avenida Pueyrredón (ex Centroamérica) marcan el punto neurálgico de la zona del Once.
Hoy en día transitarla es caótico, atestada de puestos callejeros, "saladitas" y "locales gastronómicos" de dudosa higiene. La escenografía es igual hasta les diría que los protagonistas, descendientes de aquellos de mi juventud, son un calco. Todos provincianos.
Sentado en una mesa de la vereda me entretuve con la tragicómica obra que se ve de lunes a sábados. Está el buscavida, el carterista, el chorro, el cartonero, el llamador (a viva voz ofrece lo que vende, desde una agenda a canelones, pasando por bombachas, corpiños y empanadas). Veo pasar a familias enteras y pienso, que seguramente viven en una pieza de un hotel de paredes descascaradas y falto de pintura, con baño y cocina compartida. Son miserias humanas que el desarraigo los empujo al abismo. Las causas del desarraigo pueden ser diversas, aunque las más frecuente son el exilio y la migración por guerras, hambrunas y otras causas económicas -pobreza, desigualdad social y económica.
A metros reparo en hombres, algunos con marcados rasgos norteños. Con dos banquetas, una más chica y otra más grande, armaron su negocio que mueve mucho dinero. Pienso en quinieleros, pero me equivoco. Venden pasajes en micros ilegales a Jujuy, Salta, Tucumán y Santiago del Estero. Son los que en cualquier plaza dejan su carga humana, suben nuevos pasajeros y vuelven a partir, sin ningún control.
Muchos llegaron así... después se hicieron famosos, pienso en Eduardo Ávila, Carlos y Agustín Carabajal, el "Ñato" Gramajo y tantos otros, deportistas, o simples aventureros. Algunos llegaron, los menos, otros tuvieron que volver a su pago con la cabeza gacha. Y los que logran quedarse juntan plata para comprarse ropa vistosa y volver para las fiestas o carnaval. En época del Estrella del Norte viajaban en segunda y a medida que se acercaban a La Banda se corrían y bajaban por pullman, para que la gente los viera y dijeran: "Miramelo a Fulano viene en pullman, parece que le va bien".
Ayer y hoy lo mismo. Es la vida del provinciano que deambula por el patio del norte: Once.
©Ramírez de Velasco y el autor.
Muy ilustrativo Juan Manuel, no he conocido, todavía el Once. Gracias!!!
ResponderEliminarSi habré andado por ese lugar. Supe trabajar en una empresa en Avda. Rivadavia casi llegando a Pueyrredón. Tomaba mi café a media mañana en un bar de mala muerte que me lo servía el santiagueño Silva, de Pozo Hondo. Pero te acostumbras a ver la vida que le gana a diario a los personajes cotidianos. Hablo de los años 1963. Gracias por hacerme acordar de aquel tiempo y lugar. Yo tuve suerte, mi laburo era en una editorial y compaginaba los manuales y libros de estudios. Que épocas aquellas!
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Martín. La idea es despertar pensamientos en los lectores. Y vos sos lector, pero de los buenos.
EliminarSaludos