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Representación gráfica de la Justicia |
Quienes saben de memoria los derechos que les asisten en cada momento fueron, son y serán perdedores
Amigos, siempre deberíamos recordar la premisa más básica de todas: la vida es injusta. Todos nacimos en una familia que, de haber tenido más dinero quizás nos hubiera dado impulso para llegar más alto. Sí, todos, usted y ese vecino que cree que está forrado en plata. A su vez, él ve que hay gente más rica todavía.Siempre, pero siempre—siempre, hay uno o muchos que están peor y lo mismo si mira para arriba, otros a quienes les va mucho mejor. Si se fija bien, verá que está en la mitad de la tabla. Si es cartonero, habrá otros que ganan más, otros menos y muchos más o menos igual, lo mismo si es empresario de la construcción, vendedor de zapatos, periodista, abogado, arquitecto, colchonero, Rey de Bastos, caradura o polizón.Pero no estamos hablando de lo relativo de las posiciones que cada uno ocupa en la escala zoológica de la sociedad, sino de la injusticia intrínseca de vivir, causante de que unos tengan mucho aún sin merecerlo y otros lleguen a poco, aunque se esfuercen y trabajen. Vivimos en un mundo que cría gente a la que le hace creer que tiene derechos antes de cualquier otra consideración.La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, surgida como consecuencia de la Revolución Francesa, en su primer artículo dice: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común”. La verdad, qué quiere que le diga, como expresión de deseos quizás esté bien, aunque tengo mis reparos, pero lo cierto es que la vida no fue, no es y no será nunca de esa manera.
El mundo, la realidad, el día a día, la escuela, la calle, los trabajos, son un cúmulo mayúsculo de injusticias y desigualdades en derechos, las distinciones sociales casi siempre se fundan en la amistad, las conveniencias, las modas, los caprichos y menos en la utilidad común. ¿Le gusta?, muy bien, ¿no le gusta?, lo mismo.
Mejor que se prepare para eso antes que andar con un manual justiciero bajo el brazo que, desde ya le digo, no lo va a llevar a ninguna parte. Es más, si es de los que detectan las injusticias a cada paso, lo más seguro es que no lo tomen en ningún trabajo y de yapa lo tengan por un quilomberito cualquiera, por más que sea un capo en lo que hace.
Volvemos al principio, la vida es injusta, si me apuran, hasta diría que vivir es una injusticia. Partamos de lo siguiente, de millones de espermatozoides que podrían haber fertilizado el óvulo de su mamá, solamente llegó uno. Podría haber llegado otro que venía a su lado y quizás hoy era lindo, inteligente, perspicaz, simpático, cualquier otra persona mejor. Pero llegó usted, amigo, con esos defectos que bien conoce y que ya sabe que jamás va a corregir. ¿Eso solamente no le parece una redonda y total injusticia? Sin embargo, ahí está leyendo este escrito que quizás hubiera aprovechado mejor el bichito que iba corriendo detrás. Y se quedó en el camino.
Justo le toca un primer grado con chicos que juegan muy bien a la pelota y a usted, como patadura, lo relegan en sus juegos. Si sus padres elegían otra escuela, tal vez con compañeros no tan buenos futbolistas, no iba a tener ese carácter de perdedor que lo identifica. Otra injusticia. Y así, si sumamos, su vida, la mía y la del prójimo y todos los prójimos del mundo es una suma de inicuas atrocidades, todas injustas.
Con protestar no gana nada, ya le dije, pierde. Mejor ponerle onda al asunto, empujar el carrito para adelante, juntar la mayor cantidad de cartones hoy y prepararse para mañana, porque puede ser que no halle ni uno por las calles. O no le quieran entregar porque le agarraron odio.
Injusto, ¿no?
Tiene dos opciones cuando le cagan la vida sin razón, se para en una silla, levanta el dedo acusador y despotrica contra los malandras que le hicieron daño. O pecha el carrito con más fuerza, apretando los dientes sabiendo, además que quienes lo garcaron no pagarán sus maldades en esta vida, les seguirá yendo regio, porque en el Cielo hay un Dios, no un ángel vengador.
Si en medio del río deja de nadar para protestar porque lo empujaron, lo más probable es que se ahogue en sus propias palabras o lo terminen comiendo las pirañas.
Mejor siga nadando.
En serio, sano consejo.
©Juan Manuel Aragón
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