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SARMIENTO El rastreador, detective del bosque

Bastan sus ojos para reconocerlo

Nota que halla un pequeño defectito en lo que dice el sanjuanino en “Facundo” sobre el rastreador


En el campo de la infancia ya se habían perdido quizás para siempre esas habilidades en la gente, como para para saber que un vecino era baqueano, otro rastreador, como dice Sarmiento, que también algo macanea en las descripciones del Facundo. Mucho más aquí en el tiempo, la gente tenía características algo cruzadas, dicho de otro modo, todos sabían un poco de todo, como sucede también en las ciudades.
Todavía hoy, muchos campesinos saben matar, cuerear y despresar un animal, no solamente el que se dedica a carnear animales como medio exclusivo de vida. Cualquiera conoce el rastro de sus animales y no los confundirá con ningún otro y quienes han recorrido un camino, no se olvidan jamás por dónde fueron, qué hallaron por ahí o cómo hicieron para llegar.
Lo mismo en los barrios. Por ahí los vecinos lo tienen a don Jorge como el que más se acuerda de los tiempos de antes de la cuadra, pero eso no lo convierte necesariamente en el historiador del lugar. En una de esas la viejita de la otra cuadra sabe más que él, pero como nadie la consulta se guarda sus recuerdos para ella nomás.
El hombre de campo tenía la habilidad de conectar distintos hechos para juntarlos en una sola deducción, lo que se diría un detective como de novelas. Eso era lo interesante del rastreador, al seguir un rastro, fuera cristiano o animal, se daba cuenta de lo que el otro había ido haciendo mientras iba por la huella y decía: “Aquí se ha parado a orinar”, “se ha puesto de rodillas para hacer un tiro”, “cuchi ha matado”. Si usted le preguntaba cómo sabía todo eso, lo miraba como diciendo: “¿No es evidente?”. Y le mostraba la huella, para él muy clarita, de la rodilla en tierra, el cartucho de la escopeta a unos metros, y más adelante el lugar en que había caído el animal, con ver su rastro o sus pelos, sabía que era chancho y no perdiz u otro bicho.
En San Juan llovía poco, es cierto, pero el viento en ocasiones era terrible. ¿Iban a conservar una sola huella tapada con ramas, no un año sino dos semanas para que, a la vuelta del rastreador dijera de quién era, como narra Sarmiento? Dificultoso, ¿no cree? Se sabe que el sanjuanino era un poco macaneador, no es un invento de nadie, sino que él mismo lo reconoció. Pero, puede ser que los rastreadores de entonces tuvieran cualidades que después se perdieron, vaya usté a saber.
Esto que le cuento es para mostrarle que las habilidades del rastreador no son ni eran tan así, como dice Sarmiento. Sucedió entre Tacañitas y Averías, en un campamento. Los muchachos de Vialidad que andaban viaticando, llevaban una escopeta para cazar en las horas libres. Uno de ellos sale a cazar bien de mañanita con un paisano, de los que Sarmiento llamaría un rastreador. Caminan como una hora sin hallar nada. De repente el paisano le dice al otro: “Ahí va la corzuela”, lo que iba era, obviamente, el rastro de la corzuela, “hace un ratito iba por aquí”, agrega. Y después larga lo más sorprendente: “A las 7 menos cuarto ha estado aquí”. El de Vialidad se sobresalta: “¿Cómo sabes? Y el otro, sin enojarse, le explica: “Aquí va caminando, pero ahí, ¿ve?, ha pegado un salto porque se ha asustado con el pito del tren, que ha sonado justito a esa hora”.
Para subsistir en la ciudad hay que estar atentos para no toparse con un carterista, desconfiar del tipo que le pide una dirección cualquiera, saber en qué calles los autos siguen pasando cuando el semáforo hace rato que está en rojo, en fin, la vida sobre el pavimento tiene cientos de miles de acechanzas y se debe estar alerta para esquivarlas. No es que uno dice: ”Che, allá viene un gambeteador profesional de peligros potenciales”. Porque nadie es eso y al mismo tiempo todos somos Maradona tratando de sobrevivir en el bosque de cemento en que nos tocó pasar la vida.
Lo mismo la gente del campo. Sabe que por una huella más o menos cercana, a la tardecita pasa un chancho del monte: uno de estos días le pondrá una trampa, hecha con el viejo cable de freno de la motocicleta, que guardó por las dudas alguna vez le sirva para algo. Hizo que los hijos aprendieran a hondear, porque en la represa del vecino saben bajar las bumbunas. Enviará a cualquiera, cuando falte carne para el guiso, a que le traiga siquiera media docena, seguro de que el chango cumplirá el mandado más rápido que inmediatamente. Y así todo.
Desde la pequeñez de este cuaderno provinciano y luego de desmentir a Faustino Valentín Sarmiento, cuyo nombre se repite a lo largo de la República Argentina en plazas, ciudades, calles, parques, colegios, asociaciones, villas, círculos, salones, departamentos, academias, aulas, jardines, pueblos, bibliotecas, avenidas, bulevares, partidos, clubes, paseos, librerías, institutos, sociedades, escuelas, habrá que dejar el tecleo de la máquina de escribir, por lo menos hasta el martes, cuando los sufridos lectores sean convocados a otro asunto del pensamiento.
¡Hasta mañana amigos!, y pasen un buen día.
©Juan Manuel Aragón
PS. El baqueano será refutado, cuando cuadre, más adelante.

Comentarios

  1. Siempre es un disfruté leer tus historias aunque muestren la hilacha macaneadora de otra gente 😜

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  2. Juan, hace un tiempo y reparando Paneles Solares en las Escuelas rurales contratado por la Dirección de Energía de la Provincia, llegamos hasta la Escuela 663, en el paraje El Simbol, entre Campo Gallo y Monte Quemado en el Departamento Alberdi. El Director era Don Gabriel Humberto Villalva. Después de hacer los trabajos y disfrutar de las sombras que rodeaban el establecimiento, Don Gabriel quería que conozca a Santos Torres - Rastreador que tenía la capacidad de ver una imagen en el suelo y reconocerla a varios kilómetros de distancia. Pero lo mas extraordinario era que había transmitido este Don Divino a uno de sus hijos. En una oportunidad robaron en la escuela y la policía encontró donde habían ocultado lo robado. Como Don Santos no estaba, lo buscaron al jovencito. Al ver el rastro dijo sin dudar ; ES EL MAESTRO . Lo que había sucedido es que uno de los ladrones se había calzado unos zapatos viejos que estaban en el depósito y caminado con las cosas para ocultar Y esa pisada la conocía. Una de las muchas historias del interior provincial.

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