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CIUDAD Cómo fue que se perdió el retranqueo de Santiago

¿Antigua o moderna?

Un sueño urdido por unas cuantas señoras gordas, gente de la supuesta “cultura santiagueña”, un arquitecto y un pícaro concejal


A veces el tilingaje llega al poder. Es peligroso porque sienta sus tiquismiquis en los altos sillones donde se cuece la política, no la de los dimes, diretes y diremes, sino aquella que transforma las cosas y les da otra dirección, un sentido diferente. Un caso patente es la ordenanza de retranqueo de Santiago. Derogada entre cuatro señoras y señoros gordos, algún que otro arquitecto, supuesta gente de la cultura y un pícaro concejal.
Era una norma que obligaba a los propietarios de inmuebles a cederle a la Municipalidad parte de su frente si encaraban una nueva construcción con el fin de ir corriendo la línea de edificación y hacer más anchas las veredas. Con el paso de muchos años, tendríamos una ciudad con lugares más amplios para dejar de andar a los choques, como ahora.
Sólo para dar un caso de los beneficios indirectos del retranqueo, la placita “Conquista del Desierto”, de la Libertad y Buenos Aires, está ahí gracias a la ordenanza de retranqueo. Era una propiedad angosta que, si debía correrse lo que la Municipalidad obligaba, para que fuera rentable, el propietario demostró que debía levantar un edificio como de 25 pisos bien angostitos, algo imposible. Hizo un juicio de expropiación inversa, la comuna le pagó lo que valía el terreno y se ganó un espacio libre para la ciudad.


A las señoras gordas de la sociedad santiagueña les pareció un horror, porque la modernidad, ya se sabe, atenta contra la moral y las buenas costumbres. Los arquitectos —sobre todo uno muy conocido a quien no nombraremos— creyó que en el año 2000 la gente se habría volcado definitivamente a caminar y los autos estarían prohibidos en todas las ciudades del mundo, ¿entonces a qué agrandar las veredas si faltaba poco para que todo fuera peatonal?
A unos cuantos pillos que trabajaban de cultos en la comuna, se les pidió que apoyaran la derogación de la ordenanza, so pena de trasladarlos a otras secciones o dejarlos en la calle y no solamente dijeron que sí, sino que también la apoyaron con ponencias, artículos, conferencias y todas esas zarandajas a que son tan afectos.
Y el pícaro concejal era dueño de un estacionamiento en la calle San Martín, que debía retranquear al haber construido una obra nueva. Y se negaba. Primero dijo que la Municipalidad se desquitaba con él por no haber apoyado al oficialismo en algunas ordenanzas. Pero después se avivó y, por debajo de la mesa propuso a las autoridades de entonces, primer gobierno de la restauración democrática municipal después de la dictadura, apuntalar todas sus iniciativas a cambio de que lo ayuden a derogar la norma.
Hay que decir, antes de continuar con esta crónica, que las ciudades cambian. Es cierto que lo hacen lentamente, pero los frentistas pintan sus fachadas, les agregan o les sacan balcones, cambian los mosaicos de las veredas y de vez en cuando, tiran todo abajo y construyen un edificio de varios pisos. Y eso es algo que las viejas gordas del centro de ciudades como Santiago no se bancan. Ellas quieren seguir teniendo para siempre la verdulería a media cuadra de la casa porque les queda cómoda, lo mismo que la peluquería de la vuelta.
Los arquitectos tienen argumentos un poco más complicados. Resumido, dicen que el retranqueo le quita personalidad a la ciudad y la hace distinta a la que recuerdan quienes la vieron de una manera desde que eran niños. Usan palabras complicadas, como de monografía universitaria de modernos estudiantes de historia, pero es eso. La llenan de citas de filósofos neo marxistas (Jacques Derrida les encanta), agregan palabras que no significan nada, como “posmodernismo” y listo. Bueno, ellos también querían derogar la ordenanza, sobre todo uno, ese que le digo, que trabajaba y trabaja en la comuna y cree estar en la cresta de la ola de la cultura santiagueña, como si fuera gran cosa eso que llaman cultura santiagueña, digo.
Uno se pregunta, che, tan afectos que son al marxismo, que hace una religión del cambio y la mutación de las cosas y de la historia, ¿pero se oponen a que una ciudad se transforme, se haga más moderna, sólo porque saben quién vivía en cada casa hace cincuenta años?, ¿creerán que, por obra y gracia de tumbar una ordenanza, volverán a pasar los coches de plaza por las empedradas calles de Santiago?
Hay una solución muy fácil para los que quieren conservar las casas antiguas de Santiago: que las compren a todas y las mantengan tal cual. Mientras continúe rigiendo el sistema liberal y capitalista, la gente venderá sus propiedades, otros las comprarán y finalmente edificarán algo más moderno. Para hacerlo, es posible que contraten arquitectos que no trabajen en la comuna ni les vengan con ideas raras, porque quieren levantar edificios de departamentos para luego venderlos y ganar plata. Si le gusta, bien, si no, así funciona el mundo.
Luego de derogada la ordenanza de retranqueo, algunos propietarios que habían retirado sus frentes, volvieron sobre sus pasos y las veredas fueron ese espacio cortito como escupida de músico, entre la pared y el cordón. Muchas de aquellas viejas se murieron, lo mismo que el pícaro concejal que hizo aprender a los funcionarios de entonces que una mano lava la otra y las dos lavan la cara.
La ciudad se resignó, en muchas calles del centro, a seguir siendo una aldea de principios del siglo XX, pero con altos edificios, porque el progreso no se detuvo, a pesar de que alguna gente quiere detenerlo a fuerza de voluntad, vanos histeriqueos y caprichos. Tener una ciudad antigua es algo muy caro, primero habría que despoblar Santiago, como dicen que pasa con pequeñas villas españolas, perdidas en los altos montes y luego sumirla en un estado de abandono, sopor y olvido, algo que, por el momento y afortunadamente, no estaría pasando.
Solitos hemos condenado a los peatones del centro a caminar haciendo equilibrio, sólo por hacer caso a lo que decían las señoras gordas, hombres de la cultura comprometidos con su bolsillo y un arquitecto municipal que quiso torcer el rumbo del pensamiento santiagueño, sólo porque un día se levantó con el sueño de una lapachona recorriendo la vieja calle Urquiza.
©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. En santiago como yo lo veo como obarquitecta falta preservación del patrimonio arquitectónico..
    Falta árboles no palmeras
    Y arquitectura de edificios públicos acorde al clima el sol y verano de esta provincia es muy fuerte .obvio falta educación.
    Sobra corrupción 🤷. Es muy difícil cambiar un sistema donde no hay justicia
    Ya pasa a nivel nacional donde se normaliza aquellos que no es normal 🤷 saludos cordiales

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  2. El tema del retranqueo forzoso es mucho más complejo de lo que describe el artículo, tanto en su justificativo como en su realización.
    La mayoría de las veredas de Santiago tienen dimensiones suficientes para el tránsito peatonal, y más con la evolución de la vida suburbana y la tramitación de gestiones descentralizada y a distancia (internet), que le ha ido quitando peatones al centro de la ciudad.
    Grandes supermercados de cadenas, barrios periféricos con sus propios abastecimientos y sucursales de servicios, gubernamentales y bancarios, etc. han ido reduciendo el volumen de gente en las calles. También se intentaba justificar el replanteo con el ensanche de calles, algo que en los últimos tiempos se ha revertido por haber hoy una concepción diferente del manejo del tránsito, al que se prefiere alejar de los centros urbanos.
    O sea que desde el punto de vista del justificativo, el tiempo y los hechos han mostrado que la visión de sus propulsores no fue la correcta.
    Con respecto a su realización y puesta en práctica, el propio artículo describe lo utópico que puede llegar a ser en Santiago, que se mantenga en el tiempo una ley u ordenanza de ese tipo. Privilegios, cuñas políticas, prebendas, favoritismos, y corrupción, sumado todo a la volatilidad de la función pública que cambia de funcionarios como de calzoncillo permanentemente, constituyen la ensalada de ingredientes perfectos para que ningún plan de ordenamiento (o desordenamiento) urbano duren más que lo que dura un cabrito gordo.
    La famosa ley de replanteo fue, para mi, una utopía. Una de esas señales de virtuosismo administrativo con buena intención, basadas mala información y peor visión del futuro.
    Nada sorprendente, porque es como generalmente se manejan esas cosas desde el estado.

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