Sánguches de miga |
El 1 de enero se terminan las grietas, las disputas de todo tipo, llega el buffet frío con el lechón, el cabrito, el pollo con la grasita cuajada
El 1 de enero es el Día Nacional de la Compostura. Esa fecha se terminan las grietas, los enconos, las disputas políticas, sociales, futboleras o de cualquier clase. Los jóvenes se levantan al mediodía, los que pueden, con cara de bobos porque volvieron hace un ratito y los viejos ya los están haciendo saltar de la cama, caen de visita los últimos parientes que quedaron colgados del año anterior y en las casas reina desde temprano un desorden generalizado que nadie se toma el trabajo de arreglar, porque, como todos saben, el año comienza el 2.Es el día de los sanguchitos con la punta levantada, algunos con un mordiscón y el buffet helado, a saber: las empanadas, el lechón, el cabrito, el pollo con la grasita cuajada para quien quiera luchar con los huesitos, las ensaladas de lechuga pura agua, la sidra ya sin gas que un buen samaritano guardó en la heladera con más buena intención que suerte, pues nadie querrá tomarla y la ensalada de fruta a la que el tío Ramón le agregó vino blanco, toda fermentada, para quien quiera empezar el año en estado “uvita”.
La tía Sara Inés dice que la punta levantada se soluciona cubriéndolos con un repasador húmedo, pero nadie le hace caso porque la gracia está en que al día siguiente estén así, medio descuajeringados, dando muestras, en sí mismos, de lo inexorable del paso del tiempo, la fugacidad de la vida, el amor huyendo por los bordes de las fechas y coso.
Alguno de los viejos habrá salido a recorrer el barrio temprano, observando cómo vuelven los jóvenes, algunos con las bujías en muy mal estado, las chicas con los zapatos en la mano y los gorriones comiendo miguitas en todos los rincones en que se juntaron las familias la noche anterior.
Como ha venido sucediendo desde siempre, a muchos les caerá la ficha de que ya es el 2024, y se harán la firme promesa de ser mejores padres, hijos amorosos, buenos esposos, trabajadores incansables, vecinos sensibles, pero el 3 de enero, cuando la vida haya vuelto a la normalidad pensarán de nuevo que el año está perdido y se plantearán firmemente, hacer un buen propósito de enmienda cuando comience el 2025, dándoles un renovado changüín a las buenas intenciones.
Para muchos la vida se habrá detenido en los festejos del 31 a la medianoche, cuando alzaron las copas, salieron a la vereda a mirar y sentir los cohetes que tiran los vecinos, los globos aerostáticos que hacen volar siempre los de la otra cuadra y el primo Carlos vaya hasta la mitad de la calle a tirar su súper bomba de estruendo, que hará asustar a las madres, saltar de contento a la gente menuda y correr a los perros bajo las camas, ¡qué felicidad!
Después de las doce, la familia sacará los sillones a la vereda a tomar fresco, las mujeres apantallándose con calor, los hombres tratando de imponer su opinión sobre la política, fútbol, economía o finanzas, los chicos correteando por todos lados y las chicas de la casa arreglándose para salir. Luego llegarán los pretendientes, peinados, arreglados, a buscar al sobrinaje y los tíos viejos aprovecharán para lanzar las consabidas chanzas, pullas y gracias, cargando a los suegros por la pinta de los futuros parientes.
Con unas copas de más, nadie se va a animar a decirle nada al tío Daniel, que años anteriores, a las 12 en punto, pelaba un chumbo del 45 y hacía varios tiros al aire, diga que después de que se casó, la tía Ceferina lo tiene penado que, si no, seguía con su gracia. El caso es que, por las dudas, nadie le dice nada cuando está picadito, no vaya a ser cosa.
El 1 de enero todo será tristeza en la casa, los viejos dando vuelta, chancleteando las ojotas, buscando la bombilla para tomar unos mates que, con todo este lío la traspapelaron en la cocina y una mañana sin mate es una de las cinco pestes del Apocalipsis.
Mañana termina el paréntesis, con suerte los parientes se mandarán a mudar dejando un reguero de desbarajustes en el living, el patio, la cocina, los dormitorios, la vereda, la terraza, la parrilla, más una media azul que nadie sabrá de quién es y un calzoncillo con un agujero en el baúl, justo por debajo de la chapa patente que, por las dudas, nadie reclamará.
En el fondo de la heladera languidecerán los últimos cortes de pizza, coronados con una aceituna y recién el 5 de enero alguno los hallará y tomará con ellos el mate cocido de la tarde suspirando por otro año que terminó, como siempre, con menos pena que gloria.
El hombre sentado en la reposera, en la puerta de la casa, mirando el paisaje del barrio, pensará que el año que viene, si gana el Loto, lo pasará en las Bahamas, tirado en una reposera, igual que ahora, pero mirando el mar azul y las chicas en bikini.
©Juan Manuel Aragón
A 10 de diciembre del 2023, en la Francisco Viano. Haciendo parchar la rueda
Alguno de los viejos habrá salido a recorrer el barrio temprano, observando cómo vuelven los jóvenes, algunos con las bujías en muy mal estado, las chicas con los zapatos en la mano y los gorriones comiendo miguitas en todos los rincones en que se juntaron las familias la noche anterior.
Como ha venido sucediendo desde siempre, a muchos les caerá la ficha de que ya es el 2024, y se harán la firme promesa de ser mejores padres, hijos amorosos, buenos esposos, trabajadores incansables, vecinos sensibles, pero el 3 de enero, cuando la vida haya vuelto a la normalidad pensarán de nuevo que el año está perdido y se plantearán firmemente, hacer un buen propósito de enmienda cuando comience el 2025, dándoles un renovado changüín a las buenas intenciones.
Para muchos la vida se habrá detenido en los festejos del 31 a la medianoche, cuando alzaron las copas, salieron a la vereda a mirar y sentir los cohetes que tiran los vecinos, los globos aerostáticos que hacen volar siempre los de la otra cuadra y el primo Carlos vaya hasta la mitad de la calle a tirar su súper bomba de estruendo, que hará asustar a las madres, saltar de contento a la gente menuda y correr a los perros bajo las camas, ¡qué felicidad!
Después de las doce, la familia sacará los sillones a la vereda a tomar fresco, las mujeres apantallándose con calor, los hombres tratando de imponer su opinión sobre la política, fútbol, economía o finanzas, los chicos correteando por todos lados y las chicas de la casa arreglándose para salir. Luego llegarán los pretendientes, peinados, arreglados, a buscar al sobrinaje y los tíos viejos aprovecharán para lanzar las consabidas chanzas, pullas y gracias, cargando a los suegros por la pinta de los futuros parientes.
Con unas copas de más, nadie se va a animar a decirle nada al tío Daniel, que años anteriores, a las 12 en punto, pelaba un chumbo del 45 y hacía varios tiros al aire, diga que después de que se casó, la tía Ceferina lo tiene penado que, si no, seguía con su gracia. El caso es que, por las dudas, nadie le dice nada cuando está picadito, no vaya a ser cosa.
El 1 de enero todo será tristeza en la casa, los viejos dando vuelta, chancleteando las ojotas, buscando la bombilla para tomar unos mates que, con todo este lío la traspapelaron en la cocina y una mañana sin mate es una de las cinco pestes del Apocalipsis.
Mañana termina el paréntesis, con suerte los parientes se mandarán a mudar dejando un reguero de desbarajustes en el living, el patio, la cocina, los dormitorios, la vereda, la terraza, la parrilla, más una media azul que nadie sabrá de quién es y un calzoncillo con un agujero en el baúl, justo por debajo de la chapa patente que, por las dudas, nadie reclamará.
En el fondo de la heladera languidecerán los últimos cortes de pizza, coronados con una aceituna y recién el 5 de enero alguno los hallará y tomará con ellos el mate cocido de la tarde suspirando por otro año que terminó, como siempre, con menos pena que gloria.
El hombre sentado en la reposera, en la puerta de la casa, mirando el paisaje del barrio, pensará que el año que viene, si gana el Loto, lo pasará en las Bahamas, tirado en una reposera, igual que ahora, pero mirando el mar azul y las chicas en bikini.
©Juan Manuel Aragón
A 10 de diciembre del 2023, en la Francisco Viano. Haciendo parchar la rueda
La grieta que queda es en el estómago. Pero igual de día es distinto porque hay más claridad y movimiento para recurrir a alguna farmacia por un digestivo que libere el atracón. Espíritu navideño que los estudiantes esperan buenas notas, las mujeres con colores característicos y los hombres soplando que se terminó el barril sin fondo de los alegres y del descontrolado señor dinero
ResponderEliminar