¡Yira, yira!, por Carlos Gardel
Un cuento sin moraleja que trata de mostrar algo, pero usted deberá hallarlo solito, para qué andar ganándose enemigos, menos si son poderosos
Busca números, todo el día, por todas partes, no cualquier número sino uno que le traiga suerte, la terminación de la chapa patente del ómnibus que ha chocado en la esquina, el tique que le acaban de entregar en el supermercado, el documento del amigo, el año de nacimiento o la edad del tipo que recién conoció.Números, números, los busca todos los días a las horas indicadas, antes de que le cierren los juegos y sus cinco sorteos diarios, para felicidad de toda la gente, ¡viva!, ¡viva!, que, cada tres horas está prendida a los televisores, a la radio, esperando para ver si la suerte, que es grela, fallando y fallando, te largue parao, como dice el tango.Hace una semana le viene jugando al 92, el médico, a la cabeza y a los diez, en todos los sorteos y no lo quieren largar. Lo peor es que si lo abandona va a salir, en alguno va a salir, siempre pasa. Ya le ha sucedido con el 26, la misa, que le estuvo jugando más de un mes, a toda hora, andaba cansado de tanto ir y volver de la casa a la agencia de la vuelta, de la agencia a la casa, hasta que un día se decidió a dejarlo y clavó doscientos pesos a la cabeza, doscientos a los diez y 200 más a los veinte, al 75, el payaso. ¿En la jugada siguiente qué no va y sale el dos veces el 26, a la cabeza y a los diez? Se quería cortar las venas con el tiquecito.Siempre con la misma ropa, de mal en peor, no sabe por qué, pero ahora no le alcanza la plata, los números lo vienen esquivando desde hace más de veinte años, cuando comenzó a darle fuerte al asunto. Pero en ese tiempo no era tanto, con una sola jugada por día nadie se fundía. Ya se sabe, en el amor y en el juego siempre hay desquite, al final Diosito se acuerda y aunque sea a último momento le da el golpecito de suerte que andaba esperando.
Todo el día atento, los números andan en el aire, dando vueltas, sólo hay que saber cazarlos, interpretarlos, saber para dónde van. Si en el café un amigo comenta que va a ir al cumpleaños 46 de su cuñado y otro dice que algo ha sucedido para el lado de los tomates, lo toma como un vaticinio expreso del Cielo, un presagio, el tomate es el 46, y eso no es una casualidad, en alguna jugada del día tiene que salir.
Ha aprendido con el tiempo, a soltar los números y tratar de olvidarse del que jugó anteayer y salió hoy, del que largaron en la nocturna y se repitió en la previa y ninguna de las dos veces le apostó porque qué voy a creer que lo aflojen de nuevo, piensa.
Cinco veces al día le regalan la oportunidad de buscar la suerte, a saber, la previa, la matutina, la vespertina, la tardecita y la nocturna, son cinco, carajo, qué buenos son, tratan de que nadie se quede con ganas si tiene un pálpito, eso es democracia, no macanas. Si hay una agencia cerca, va, le hace un tirito y espera un rato para ver si ha salido. Si no, juego con desquite, no hay calentura, saben decir.
Nadie lo obliga, apuesta porque se le da la gana. Algunas veces ha tenido revanchas, la última vez, fue cuando soñó que se ahogaba, estaba en la cama y al mismo tiempo en el río, nadando, era chango y los amigos lo llamaban desde la orilla, lo agarró un remolino y lo ha comenzado a llevar, se iba lejos y sentía que le entraba agua por la boca y se le iba los pulmones, se moría, se despertó sudando; ¡el ahogado es el 58!, se dijo, y al día siguiente, en la previa le jugó hasta los calzoncillos. Y acertó. Con lo que ganó se compró un par de zapatos más o menos, una camisa de oferta, y con lo que le ha sobrado ha ido al casino de la Belgrano a probarse. Digan que dejé un oculto en casa, si no, no iba a tener cómo seguir apostando el resto del mes, contaba a los amigos. Son los últimos zapatos y camisa que ha comprado. Después algunas veces acertó, pero chaucha y palitos, como para seguir desafiando la suerte.
Cinco veces al día se prende al televisor con ganas, con fervor, esperando que vengan los números salvadores, en esos momentos se le acelera el pulso, la ilusión se le trepa a la cabeza, hace cálculos de lo que podría ganar si sale alguno de los números que jugó, ya sea a la cabeza, a los diez, a los veinte. Para qué pensar si le salen las redoblonas, chau. Y todos los días, justo al terminar el sorteo, se desinfla, le agarra como una tristeza profunda, se siente miserable, una porquería de hombre, mal padre, mal marido. Entonces remotamente promete que nunca más jugará, que tiene que juntar plata para ir a verlo al hijo que vive en Córdoba, para comprarle una cocina nueva a la señora, que reniega cada vez que tiene que hacer un simple guiso. El arrepentimiento le dura cinco minutos, hasta que piensa que en la próxima jugada habrá revancha. Ya va a ver, no me voy a dar por vencido, se alienta.
Ya que se acordó de la mujer, tendría que jugarle al 21, pero no le va a dar el gusto, todo el día rezongando, todo el día reclamándole por el maldito vicio, como le dice ella. No sabe la fiesta que va a ofrecer el día que la pegue bien en el centro, algo que ocurrirá en cualquier momento, calcula. No al cohete entregó varios años y millones de pesos al juego, alguna vez se le tiene que dar, si no pensara eso, su vida no tendría sentido. ¿Para qué la plata?, ¿para salir a mariconear los sábados, con la señora, a comer algo, a tomar un café, aunque sea? Esa no es vida.
Los que no ganan son los que no arriesgan, piensa. La sensación después de perder otra vez, es de vacío, éxtasis interruptus, placentera ilusión de tener algo entre las manos, hasta que el papelito que le entregaron en la agencia vale menos que el peso de los números dibujados por la máquina, menos que su pobre vida de jugador empedernido, solitario emperrado y pertinaz. Encerrado las 24 horas en su solitario padecimiento.
El otro día la señora le ha anunciado que si sigue así se va a ir de la casa, que ya no es vida, que quiere tener alguito para defenderse de la vejez que se le viene al galope. Sos un enfermo crónico, le ha dicho, tienes un mal que se puede tratar, andá a ver al médico, sálvate. Vete a Jugadores Anónimos, capaz que ahí te salven.
Pero no va a ir, no necesita nada, está bien como está, no lo jodan con macanas, él sabe lo que tiene que hacer. ¿Ah!, si tuviera la cifra para descifrar los números que hacen faltas para pegarle en el centro y hacer tambalear el juego. Si solamente lo dejaran leer hoy el diario de mañana, sueño imposible, para fijarse solamente en los números que han salido, aunque sea unito.
Ya va a ver, cuando por fin acierte, le va a callar la boca a fuerza de mostrarle billetes. Qué sabe ella. En la nocturna le va a jugar al 92, el médico, si la pega le va a mostrar cuántos pares son tres botines.
En la jeta.
Juan Manuel Aragón
A 16 de mayo del 2024, en el Esquinero del Guapo. Mirando correr suris.
©Ramírez de Velasco
Los sistemas del juego son entes recaudadores de dinero que parece sobrarle a muchos ciudadanos. He visto casos parecidos al que se cuenta hoy. Me ha dado pena.
ResponderEliminarLa ludopatía (adicción al juego) puede tener consecuencias profundas y duraderas en su vida. Es normal que un ludópata tenga problemas como el trastorno bipolar, la depresión o la ansiedad, afectando de forma negativa a la vida personal, familiar y vocacional. Ésto también se aplica a la adicción patológica a los juegos electrónicos.
ResponderEliminarEs ciertamente impresionante la cantidad de casos similares que se ven en nuestra ciudad de Santiago del Estero.
Solo añadiría que uno de los mejores antídotos para evitar las tentaciones del juego de apuestas es aprender estadísticas. Una vez que una persona entiende las leyes de probabilística, se le tendría que pasar todas las ganas.
ResponderEliminarSr. Ibarra, un ludópata tiene bajas probabilidades de aprender algo que vaya en contra de su adicción, salvo que la supere con un largo tratamiento.
EliminarHablando de probabilística, hay estudios que señalan que la probabilidad real de que un jugador obtenga un triunfo en un juego es de aproximadamente el 4,7%.
En la mayoría de los juegos de casino, la relación será favorable a la casa, lo que significa que los jugadores tienen más probabilidades de perder que de ganar a largo plazo, siempre.