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CAMPANARIOS La luz después de las lechuzas

Casa en soledad

Lo que no quieren ver los contreras de siempre, que vienen molestando con lo mismo desde hace dos mil años


Para Dámaso, quizás la muerte sea nomás una falta, una hendidura entre el espacio vital y el tiempo, que por definición es perenne. Dice que es la ausencia de vida, el mandarse a mudar para no volver y después la nada como una entidad hueca, sin ni siquiera la obscuridad que preanuncia su nombre. Una idea chocante, sobre todo para sus amigos, que creen —o quieren creer, quién sabe— en una vida después de la vida, en una devoción que entrena para morir bien, algo así como tener siempre los papeles en orden por si a los ñatos que manejan el asunto allá arriba se les ocurre llamarte ahora, dentro de un rato, en cualquier momento.
Dice que esas no son más que burdas maniobras de un grosero control con que los grandes centros de poder del mundo quieren imponer su dominio, una idea que suena novedosa, pero lleva como dos mil años dando vueltas en la mente de los contreras de siempre, los que no quieren ver lo evidente.
Lo cierto es que el Hombre de Arriba, al que por comodidad llamamos Dios, no nos ha creado inteligentes y con un corazón lleno de amor para que cuando demos el fin, seamos lo mismo que un sapo, una araña, el pedacito de uña del dedo gordo del pie cortada con alicate y barrida por la señora que hace la limpieza.
Hay días en que estoy tentado de creer que Dámaso tiene razón. Porque sé, como lo sabe cualquiera, de qué materiales estamos hechos. Mis células algún día han de ser comidas por los gusanos o el inevitable salitre santiagueño. Con mucha suerte quizás algún escrito se salve del olvido por un tiempo más después de la muerte. Luego vendrá el inevitable olvido.
Eso que dicen alma, espíritu, aliento, substancia, soplo, hálito, vida, esencia, quizás no sea más que un invento para mantener a la mayoría en un estado de cosas que les convenía a unos cuantos a fin de mantenerlos sometidos. Mirá si al final de cuentas tienen razón los ateos de todo ateísmo —me digo— no esos fantoches de tres al cuarto, de los que hay muchos en el vecindario que, a la primera de cambio llaman que vengan corriendo todos a los santos del Cielo.


En Santiago, como en todo el mundo, siempre hay esperanzas, porque después de una ardua noche, cuando ni las estrellas quieren aparecer y las lechuzas cantan lúgubres en los altos campanarios anunciando tu fracaso como cristiano, una leve lucecita se levanta por encima de las casas. No es el sol que sale, amigo, ¡es Dios!, ¿no se da cuenta?, ¿hoy es domingo y no lo ve?
Juan Manuel Aragón
A 22 de septiembre del 2024, en el club Santiago. Buscando un fantasma.
Ramírez de Velasco®

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