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ALGORITMO Equivocado toda la vida

Viejo periodista

Qué pasó con el viejo oficio de periodista y por qué debería hacerse de nuevo, en un relato que lo cuenta en pocas palabras

“Éramos los capataces de la voluntad de los lectores”, sostiene el antiguo Secretario de Redacción de un diario, sentado en una confitería de la Independencia, espantando a Paulino que antes de irse lo putea de arriba a abajo. Explica que cuando estaba en el diario, creía que sabía lo que le interesaba a los santiagueños. Y decidía, junto a otros tres o cuatro, qué iba en la tapa y qué en las páginas interiores.
“Las noticias políticas iban arriba, imaginate”, dice, “porque la política marca el ritmo de todas las actividades humanas, como nos habían enseñado en la Universidad”. Después —cuenta— venían las de deportes y al final, si quedaba algo de espacio, las sociales: el tipo que le prestó cien pesos al amigo y, como no se los devolvió le pegó un tiro, la mujer que halló al marido con otra y los mató a cuchilladas a los dos.
Un domingo a la tarde, su día de franco, cuando venía de La Banda —cuenta— se detuvo en el quisco de diarios y revistas que estaba a la salida del puente Carretero, frente al club Santiago, para comprar La Nación. Cuando llegó a la casa, se dio con que no le habían dado la sección “Cultura”, para él la más importante. Volvió al quiosco y lo encaró al canillita:
No me ha dado completa La Nación.
—Qué le ha faltado.
—La sección “Cultura”.
—Ah, sí aquí está. Pero le entregué la sección “Deportes”— le aclaró el otro.
No dijo nada y volvió a su casa.
Y se quedó pensando. Eso quería decir que la mayoría de los que compraban el diario La Nación, lo hacían por la sección “Deportes”, no por “Cultura” que, para él, era lo más interesante, lo que marcaba el ritmo de todas las actividades humanas. Se percató de que quizás había estado equivocado toda la vida.
Recordó el día que se agotaron los ejemplares en La Banda. Desde las 9 de la mañana los canillitas volvían a reclamar que les den más. Esa vez el corresponsal de La Banda sacaba pecho, su sección había sido la más leída del diario, eso que no había publicado nada excepcional. Hasta que dieron con la clave. Era un suelto, perdido en la página de “Deportes”, en el que avisaba que un pequeño equipo de fútbol de cerca de esa ciudad, tenía ciertas posibilidades matemáticas de jugar un campeonato grande, de ascenso, los vecinos lo habían comprado en masa, como si fuera pan caliente. Todos querían verse reflejados en esa noticia. Mirá si un humilde club de un pueblito con menos de dos mil habitantes, de un día para otro competía con los grandes de la provincia.
Esa percepción que tuvo durante sus últimos tiempos en aquel diario, serían confirmadas después, al ponerse de moda las noticias “virales”.
Por decir algo, el vídeo de un estúpido haciendo cualquier monería en su casa, hoy es visto ochenta millones de veces en todo el mundo, mientras el bombardeo de Gaza no lo ve ni la madre del que lo filmó. El monito que hace vídeos mostrando sus macanitas, es una celebridad mundial, gana mucho dinero con sus tonterías, lo invitan a todas partes, capaz que hasta recorre el mundo ofreciendo conferencias, y el tipo que se juega la vida para conseguir la toma de un avión dejando caer una bomba a cincuenta metros de donde está en ese momento, no circula ni en el barrio. ¿Por qué?, no se sabe.
“Es el algoritmo”, le avisa uno que está sentado a su lado, mientras revuelve el azúcar en su café. Entonces el viejo periodista caza su celular, busca la definición en Google: “Es un conjunto de instrucciones o reglas definidas y no-ambiguas, ordenadas y finitas que permite, típicamente, solucionar un problema, realizar un cómputo, procesar datos y llevar a cabo otras tareas o actividades.​ Dado un estado inicial y una entrada, siguiendo los pasos sucesivos se llega a un estado final y se obtiene una solución”.
—¿Has visto? — dice el otro.
Y el viejo periodista, con ojos cansados, le pregunta:
—¿Has entendido la definición?, ¿te dice algo?
—No.
—Entonces estamos igual que antes.
Después llama al mozo, paga el café y se queda callado un rato, mirando las chicas que vienen de la Libertad y van a la Avellaneda. Mientras amaga irse, pregunta:
—¿Cómo va a estar el tiempo mañana?
—Hay un 60 por ciento de posibilidades de lluvia a la mañana— responde uno.
Otro aclara:
—Eso dice el Servicio Meteorológico Nacional.
Entonces, siempre haciendo amagues de mandarse a mudar, el viejo periodista deja caer una definición:
—Nadie sabe el nombre de tres concejales, que es algo que podría servir, eventualmente, alguna vez. Pero todos saben que lloverá mañana, algo que, de todas maneras, se darán cuenta cuando quieran salir a la calle.
—Y con eso, qué— lo encara uno.
—Está bien, éramos los capangas de la información, pero al menos te indicábamos dónde quejarte si te quedabas sin luz en la cuadra. Hoy sabes un montón de cosas que no te sirven para un carajo.
Después se levanta y encara para el lado de la plaza.
Los amigos entonces debaten dónde irán a tomar algo esa noche. Uno de ellos advierte:
—Lleven paraguas, por si se adelanta la tormenta.
Juan Manuel Aragón
A 16 de noviembre del 2024, en la Costanera Nueva. Pedaleando rumbo a San Esteban.
Ramírez de Velasco®

Comentarios

  1. Me encantó!! Todos los días los leo mientras viajo en el subterráneo desde Belgrano a Catedral , gracias por acompañarme con tus entretenidos escritos!!

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