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TELECOM Teléfonos que obligan a cocinar con grasa

La empresa privada que
reemplazó a la empresa privada

En materia de comunicaciones en Santiago del Estero no se avanzó un paso en cien años


Los teléfonos nunca fueron del Estado en Santiago del Estero. Antes de Telecom teníamos la Compañía Argentina de Teléfonos (la Cat, para abreviar), que nos daba un servicio más o menos parecido al que entregaba en el resto del país. O algo peor también. Dicen que su dueña era la Corona de Holanda, no una empresa holandesa o el Estado de Holanda, sino directamente sus reyes, monarcas o comoquiera que se llamen.
De hecho, Entel nunca pasó por Santiago. Si en el resto del país se empezaba a ver un adelanto, nos conformábamos, pues llegaría dos o tres años después. Como el teléfono con cospeles (aquí seguían funcionando con monedas) o las modernas cabinas de plástico. Ya eran viejas en Buenos Aires y recién las pusieron en Santiago.

Antes de Carlos Menem y su ola privatizadora, a la Cat se le venció la concesión de los teléfonos que, obviamente, debían volver a la provincia para que negociara con los reyes de Holanda un nuevo contrato o llamara a otras empresas para hacerse cargo. Hubo gente que empezó a hacer líos para que devolvieran algo que era legítimamente de los santiagueños.

Pero, como decía, llegó Menem y el país estaba encantado con sus formas suizas de gobernarnos. Para hacernos entrar en la modernidad decidió privatizar todo, incluidos los teléfonos de Santiago, que no eran de la Nación, sino nuestros. Pero andaban todos tan entusiasmados que, quizás alguien en la provincia cazó algo para entregarlos. O no hubo repartija para nadie y los regalamos, quién sabe.
La modernización de la empresa, hay que reconocerlo, fue casi instantánea cuando empezó a ser de otra empresa privada. El problema es que en Santiago nunca habían sido del Estado y así nos enteramos de que la corona de los Países Bajos nos había estafado también con eso. Santiago —y otras provincias— son la prueba viviente de que hay empresas privadas peores que las públicas. Para peor, jamás se le pidió a la Cat, devolver uno solo peso por tantos años del vil y salvaje colonialismo a que nos había sometido.
Pasado el tiempo, los teléfonos “de línea”, como les dicen, dejaron de tener importancia. Son tan insignificantes que, los pocos usuarios que le vamos quedando a Telecom ni siquiera reclamamos la guía de teléfonos que entregaban antes. Para qué. Ni para papel higiénico sirve.
Cuando me mudé de casa, hace unos 14 años, todavía funcaban los teléfonos, pedí una línea y me dijeron que no tenían, pero, de todas maneras, me darían un teléfono “fijo”, que es casi un celular, recibo las llamadas por ondas aéreas, digamos. Me conformé, porque todos los domingos, puntual como las golondrinas, a las 9 de la mañana me hablaba mi madre desde Tucumán.
Pero, hete aquí que antes de que ella falleciera, los de Telecom rompieron la vereda de casa para instalar una fibra óptica, con la que, esta vez sí, con más de 30 años de atraso, al fin tendría un aparato del siglo XXI. Pero no me lo instalaron y sigo con teléfono a antena. Sigo en el siglo XIX, con la única diferencia de que mi teléfono no tiene disco sino botoncitos y funciona con ondas eléctricas. Casi un radioaficionado.
De vez en cuando me hablan Romina, Andrea o Llesica para ofrecerme por fibra óptica, un cable con televisión de 200 canales, wi—fi espectacular, no sé cuántas gigas de algo y megas de lo que sea. Los vecinos lo saben. Las puteadas que les pego llegan hasta la otra cuadra. Y ni así, che, me tienen castigado, quizás por ser el único estúpido que les paga por un servicio que no dan.
En casa seguimos cocinando con grasa
©Juan Manuel Aragón

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