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MODERNIDAD La crisis del periodismo obliga a pensar soluciones

Hay poco interés por el papel

Los diarios, la radio, la televisión, ya son median entre la realidad y el público, pero otros peligros se ciernen ante la sociedad con su pérdida de poder


Cualquier cosa que alguien quiere vender, comprar, alquilar o simplemente preguntar, lo hace por Facebook y a los cinco minutos tiene una respuesta en la pantalla de su teléfono. Hace unos pocos años, quien quería vender su motocicleta, alquilar una casa o vender un ventilador, debía costearse hasta un diario, poner un aviso, pagar, y esperar el día siguiente para ver el resultado de su trámite. El diario era ineludible para estos menesteres, incluso para quienes no los leían ni les gustaban o estaban en contra de su línea editorial.
Así como perdieron avisantes, se fueron quedando sin lectores, casi a la misma velocidad, no solamente los diarios de Santiago, sino los de Buenos Aires y del mundo. Parejito, los de la capital y las provincias sufrieron —sufren— el desinterés de quienes antes no comenzaban tranquilos su día si no los habían leído.
Los lectores se evaporaron, se hicieron carne de pantalla o desayuno, almuerzo y cena de redes de internet. Rehenes de nuevos modos de informar que dejaron atrás la seguridad del periodismo profesional y se entregaron a quién sabe qué fabricantes de noticias a gusto y placer de unos cuantos pillos.
Algo parecido viene dándose en la televisión y en las radios, cada vez deben conformarse con menos televidentes u oyentes. Quienes hoy se informan por algún canal o por una radio, son casi todos mayores de 50 años. Los jóvenes andan en Netflix, se pasan videos, conversan entre ellos, reenvían mensajitos y se anotician por los medios tradicionales, solamente cuando lo necesitan y no hay más remedio. ¿Mañana hay paro de colectivos o lo levantaron?, ¿qué número salió en la tómbola?, ¿cuándo juega Racing? Para peor, leen el título, sacian su curiosidad, palo y a la bolsa.
A varios les agrada el hecho de que dos o tres voces hayan dejado de ser los manipuladores de las opiniones del resto de la sociedad. Sostienen que durante muchos años ponían presidentes o los sacaban con un puñado de portadas en contra. Celebran porque ni con varios años de prédica, ya sea para acompañar una gestión o para denostarla, lograron mantener o tumbar un gobierno. Los hace felices saber que personajes ante quienes se agachaban presidentes, ministros, jueces, sacerdotes o militares, maestros, sindicalistas, dejaron de ser lo que eran.
Por otro lado, hay también quienes ven con preocupación, la falta de seguridad en las noticias, tal cual corren en estos tiempos líquidos. Cualquiera, mejor dicho, no se sabe quiénes, idean una información con ciertos aires de ser verosímil, y a las pocas horas tiene una andadura mucho mayor que una noticia confirmada, bien redactada, controlada y confrontada con sus fuentes.
Por otra parte, en todo el mundo se discute, de uno y otro lado de las diversas grietas, si el hecho comprobado sucedió o no. Quienes lo hacen tienen en la sociedad, justa o injustamente, el predicamento que perdieron los periódicos tradicionales y el poder de convencer al resto del prójimo que, aquello que evidentemente sucedió, no pasó jamás.
Y frente al nuevo poder de voluntades individuales, dictaminando cuáles son los hechos en los que se debe creer, cuáles son falsos, qué es lo bueno y qué malo, no ha surgido aún un contrapoder que, con la misma fuerza, imponga como verdad aquello que es verdad. Más allá, por supuesto, de las interpretaciones posteriores. Algo así como “Boca le ganó a Central Córdoba”. Si es justo, injusto, si el árbitro se equivocó o cobró bien, es otra cuestión. Hoy cualquiera sostiene que no es cierto el resultado del partido y hallará quizás miles creyéndole.
Es de lamentar que los medios de prensa, digamos tradicionales, no hayan encontrado una manera de seguir transmitiendo noticias para que una buena porción de la sociedad al menos, sepa qué sucede al frente y en los entretelones de la política, las finanzas, las empresas, en la cocina de las leyes y los fallos de los jueces.
En el camino, muchos diarios tomaron partido tan ostensiblemente que sus lectores, clientes y avisantes, aceleraron su huida. Otros mantuvieron una fachada con visos de una supuesta imparcialidad que nunca fue tal y que también obligó a una mayoría sustancial a dejarlos de lado. Para que tenga una idea, ya no llegan los diarios de Buenos Aires, que se consumían en Santiago del Estero hasta hace pocos años. En la década del 70, del 80, vendían ejemplares del día anterior y la gente los compraba con gusto, casi como si hubieran salido recién de las rotativas, crujientes, calentitos.
Vuelvo a plantear a mis pocos y pacientes lectores, una cuestión. ¿Qué ideas tienen para superar esta crisis?, no digo la de los dueños de los diarios o la tele, porque me ne frega si mañana se funden todos, sino la de las noticias seguras, afianzadas, innegables. Porque, finalmente, de alguna parte hay que agarrarse para leer la realidad y actuar en consecuencia.
¿Qué debería hacer un periodista que recién comienza, a quien ya no le van a dar lugar en un medio tradicional, para mostrar lo que está pasando, y que su actividad le sirva para llevar el pan a su mesa?
Digo, si tiene alguna idea, escríbala abajo, a alguien le podría servir. Y a mi también, obvio.
©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. Una solución serían los diarios digitales, que ya existen. Por otra parte, para parecer confiable, el diario tiene que ser confiable, con noticias precisas, concretas, veraces y bien redactadas. Después es cuestión de tiempo y persistencia en la buena senda. "Ya no quedan lectores para diarios de papel... pero que los hay, los hay".

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  2. Una pregunta que me supera en cuanto a suponer una forma de evolucionar a partir de lo que aún se sostiene del periodismo tradicional. Supongo que habrá que adecuarse a las ventajas que dan las tecnologías y el alcance que posibilita el hecho que cualquiera puede llegar a alcanzar "fama" . Los llamados influencers son un ejemplo. Ahora creo que el periodista de investigación y el de opinión, siguen siendo de un valor irreemplazable a la hora de mantenernos en contacto con la realidad. Si son honestos, están informados y tienen talento para contar lo que interpretan, supongo que lograrán mantener sus lectores. Ahora, de cómo vivir de su trabajo, no puedo opinar mucho

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