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La medalla del Nobel |
Nunca tuve para decir nada de los jurados, que tuvieron el buen tino de ignorarme en 99 de 100 concursos que me presenté
Otro año más va a pasar este 2022 sin que, previsiblemente, me den el Premio Nobel de Literatura, lo que viene a confirmar dos cosas. La primera, que los tíos del comité que elige el premio tienen un espantoso temor al ridículo, la segunda es que no se les ocurriría, ni ebrios ni dormidos, concederle el galardón a un mediocre como yo.Cuando pase el tiempo, es muy posible que me agreguen al final de la lista de quienes no lo lograron: Emilio Zola, Enrique Ibsen, Jorge Wáshington Ábalos, Mark Twain, Antonio Chéjov, Marcel Proust, Fernando Pessoa, Alfonso Nassif, Vladimiro Nabokov, Jorge Orwell, Jorge Luis Borges, Dalmiro Coronel Lugones, Virginia Woolf, Franz Kafka, Adolfo Bioy Casares, Juan Rulfo, León Tolstói, James Joyce, Julio Cortázar, Jean-Paul Sartre y un montón más. Feliz de hallarme entre tanta mediocridad, amigo.En realidad, empecé a escribir, como muchos, buscando reconocimiento, alguien había organizado un concurso de cuentos y me presenté, seguro de que me darían el primer premio. No figuré ni hasta los 20, para peor me di cuenta de que los ganadores habían escrito narraciones buenísimas, mucho mejores que la mía obviamente.Me había picado el bichito del reconocimiento y, con tal de ser el ganador de un concurso, empecé a escribir cuentos a lo tonto. Alguna vez arañé el segundo puesto, otras veces me otorgaron el tercero, una mención especial que es una especie de premio consuelo, pero casi siempre perdí ignominiosamente. No figuré, es decir.
Al menos en mi caso siempre ganaron los mejores. Nunca tuve para decir ni esto de los jurados, gente respetable que, con gran sapiencia, tuvo el buen tino de ignorarme en 99 de 100 concursos que me presenté. Alguna vez creí que, así como algunas veces le dieron el Nobel a desconocidos, que tenían publicado quizás un libro o dos, tal vez se apiadaran de mí para otorgármelo. Después supe que eran escritores buenísimos, así que también perdí las esperanzas por ese lado.
Usted estará pensando en que lo mejor para mí sería abandonar la mediocridad y ponerme a escribir en serio. Es muy posible que se ría si le cuento que lo que hago todos los días en este blog perdido del fin del mundo es lo más serio y enjundioso que me sale. Soy un mediocre que, por más que lo intenta, no tiene cómo salir de una vulgaridad que lo envuelve cual tela de araña viscosa, pegajosa, anodina. Para la brillantez de una pluma privilegiada no me da el cuero.
Para peor, cuando anuncian el ganador, en las noticias suelen aparecer también los nombres de su editor y del agente literario y uno se entera de que hubo una o varias instituciones de prestigio mundial que lo propusieron. ¿Editor, dice?, ¿agente literario?, ¿con qué se comen? La única institución que me conocía era “Cariñito”, del Cruce, en La Banda, el día que lo cerraron no solamente se escapó para siempre una posibilidad cierta de amor (al contado), sino que se fue al tacho, deltodamente mi única posibilidad de obtener el Nobel.
No va a creer, amigo, todos los días a la hora en que redacto estas notas, pongo toda la carne en la plancha, me esfuerzo con alma y vida buscando las palabras más bonitas para que los escritos sean mejor comprendidos, salgan más redonditos, tengan tersura, se lean fácil. Pero sé que algo no estoy haciendo bien, y no por el Nobel que no me entregan, sino porque, en público o más frecuentemente en privado, algunos especialistas señalan mis errores y gazapos. Y, aunque sea tarde para corregirlos, diez veces de diez suelen acertar en sus críticas.
En varias ocasiones he intentado salir del confortable living del cuentito corto, la miscelánea pretenciosa, la nota de color, y adentrarme en las aguas profundas de la novela, aunque fuera policial, el ensayo histórico. Siempre con resultados desastrosos, lamentables. Los amigos a quienes les mostré esos escritos, tuvieron la decencia de no hacerme comentarios, seguros de que cualquier palabra podría haberme herido irremediablemente.
Hacen bien los muchachos del Nobel en no entregarme el premio, una porque dicen que, por ese tiempo comenzó el fresquete en Estocolmo y a mí me encanta el calor, y dos porque el traje me queda chico y no tendría qué ponerme para semejante ceremonia. Este año miraré la entrega de premios con el televisor del dormitorio e imaginaré que en su discurso el recientemente galardonado dirá: “Es para Aragón, que lo mira por tevé”.
Al menos en mi caso siempre ganaron los mejores. Nunca tuve para decir ni esto de los jurados, gente respetable que, con gran sapiencia, tuvo el buen tino de ignorarme en 99 de 100 concursos que me presenté. Alguna vez creí que, así como algunas veces le dieron el Nobel a desconocidos, que tenían publicado quizás un libro o dos, tal vez se apiadaran de mí para otorgármelo. Después supe que eran escritores buenísimos, así que también perdí las esperanzas por ese lado.
Usted estará pensando en que lo mejor para mí sería abandonar la mediocridad y ponerme a escribir en serio. Es muy posible que se ría si le cuento que lo que hago todos los días en este blog perdido del fin del mundo es lo más serio y enjundioso que me sale. Soy un mediocre que, por más que lo intenta, no tiene cómo salir de una vulgaridad que lo envuelve cual tela de araña viscosa, pegajosa, anodina. Para la brillantez de una pluma privilegiada no me da el cuero.
Para peor, cuando anuncian el ganador, en las noticias suelen aparecer también los nombres de su editor y del agente literario y uno se entera de que hubo una o varias instituciones de prestigio mundial que lo propusieron. ¿Editor, dice?, ¿agente literario?, ¿con qué se comen? La única institución que me conocía era “Cariñito”, del Cruce, en La Banda, el día que lo cerraron no solamente se escapó para siempre una posibilidad cierta de amor (al contado), sino que se fue al tacho, deltodamente mi única posibilidad de obtener el Nobel.
No va a creer, amigo, todos los días a la hora en que redacto estas notas, pongo toda la carne en la plancha, me esfuerzo con alma y vida buscando las palabras más bonitas para que los escritos sean mejor comprendidos, salgan más redonditos, tengan tersura, se lean fácil. Pero sé que algo no estoy haciendo bien, y no por el Nobel que no me entregan, sino porque, en público o más frecuentemente en privado, algunos especialistas señalan mis errores y gazapos. Y, aunque sea tarde para corregirlos, diez veces de diez suelen acertar en sus críticas.
En varias ocasiones he intentado salir del confortable living del cuentito corto, la miscelánea pretenciosa, la nota de color, y adentrarme en las aguas profundas de la novela, aunque fuera policial, el ensayo histórico. Siempre con resultados desastrosos, lamentables. Los amigos a quienes les mostré esos escritos, tuvieron la decencia de no hacerme comentarios, seguros de que cualquier palabra podría haberme herido irremediablemente.
Hacen bien los muchachos del Nobel en no entregarme el premio, una porque dicen que, por ese tiempo comenzó el fresquete en Estocolmo y a mí me encanta el calor, y dos porque el traje me queda chico y no tendría qué ponerme para semejante ceremonia. Este año miraré la entrega de premios con el televisor del dormitorio e imaginaré que en su discurso el recientemente galardonado dirá: “Es para Aragón, que lo mira por tevé”.
Además, si hay que bañarse no cuenten conmigo. Es mucho.
Salute.
©Juan Manuel Aragón
Salute.
©Juan Manuel Aragón
Irónico y entretenido como siempre Juan. Me haces enojar y reír en proporciones importantes. Y eso no es ser mediocre querido amigo. Abrazo
ResponderEliminarQuerido y respetado Juan Manuel. Te aseguro que no cumples con ninguna de las condiciones que definen a un mediocre. Tendrás que aceptar que debes ponerle más atención al libro de José Ingenieros "El hombre mediocre". En primer lugar, por definición un mediocre jamás consideraría que es un mediocre. En segundo lugar, un mediocre jamás creería o aceptaría que siempre hay otros mejores. En tercer lugar, un mediocre nunca se pasaría la vida intentando nuevamente una y otra vez, para lograr un objetivo. Así que por ese lado, estas cubierto.
ResponderEliminarYo admiro tu capacidad creativa, la diversidad de temas que cubres, tu manejo de la temática costumbrista y tu tesón para que a tus lectores (que.me consta siguen creciendo en número), tengan tu columna de opinión recién salida del horno todas las mañanas.
Eso, y el reconocimiento o la crítica diaria (procuro repartir ambos de manera más o menos balanceada y ecuánime) deberían ser suficientes alicientes para tu satisfacción como hombre de letras y para estimular te a seguir siempre detrás de tus objetivos.
Es lo mas preciado que le podemos mostrar a nuestros hijos.
Sabes que yo también suelo escribir mis columnas de opinión, muchas de ellas publicadas en el diario local cuando lo manejaba gente que estimulaba la opinión pública. Nada más quisiera tener tu inspiración y tu manejo del idioma......y el reconocimiento que te demuestran tus lectores.
En cuanto al premio Nobel, creo que los que no lo ganaron deben estar hoy masnfelices que nunca, porque por la forma en que se ha politizado, hoy es "un quemo" recibirlo y muchos de los que supieron recibirlo por haber estado en un nivel superlativo en sus campos del saber, estan usando esas medallas para nivelar la pata de la mesa. De eso te puedo hablar groso.