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FUTBOL A sufrir que llega el Mundial

Todos iguales

"Estoy seguro de que a la mayoría de quienes me leen, les tiene sin cuidado mi opinión sobre la inutilidad de mirar un partido de fútbol"


A fines de noviembre y principios de diciembre, los diarios, la televisión, la internet estarán repletos de información, notas, apostillas, editoriales, glosas, sueltos, ensayos, comentarios sobre el Campeonato Mundial de Fútbol que se jugará en Catar. Será difícil sustraerse a esa esperanza colectiva, con muchos amigos convertidos a la religión del futbol más los bares y confiterías pasando los partidos, y cientos de fanáticos mirando lo que sucede al otro lado del mundo.
Algunos intentarán de manera estoica, pasar por sobre las conversaciones futboleras de los amigos y, si no tenemos éxito en imponer otros asuntos para hablar, retirarnos dignamente del lugar. Yo y perdone la primera persona del singular, me haré más huraño durante esos días, y trataré de mantenerme lejos de mis amigos, de los televisores, la internet, los diarios, la radio, para no complicarme la vida pensando en las inconducentes trivialidades que debatirán miles de fanáticos en todo el mundo.
Luego del pueril furor que se desató por la adquisición de figuritas de papel para llenar un álbum, me percaté de que, todo aquello relacionado con el campeonato que se viene, despierta un frenesí que estoy lejos de sentir. Puesto a ver, el único tema que me interesa menos que el dichoso Mundial son las especulaciones sobre ovnis, extraterrestres y todas esas zarandajas sobre su posible invasión del mundo o la guerra que podrían desatar sobre la humanidad. Por mí, está bien si nos atacan y convierten toda la tierra en cascotes más pequeños que un puño.
Tampoco me interesa saber si Lionel Messi jugará o estará lesionado y se perderá uno, varios o todos los partidos. Mucho menos el resto de los jugadores o el director técnico, de quien nunca me acuerdo cómo se llama y tampoco me interesa retener su nombre en la memoria. Menos me importa averiguar el esquema de juego que planteará, los equipos que deberán enfrentar sus jugadores y los peligros y acechanzas que podrían tenerlo a maltraer si empata o pierde algún partido o todos.
Estoy seguro de que a la mayoría de quienes me leen, les tiene sin cuidado mi opinión sobre la inutilidad de mirar un partido de fútbol y alegrarse o entristecerse por sus resultados. A muy pocos les interesará saber qué pienso sobre una pasión que es parte de un negocio de dos o tres pícaros, de los que nadie sabe el nombre. Y está bien, ¿no? Quién es uno para remar contra la corriente.
Esta nota tiene otro interés en realidad y sería el siguiente, averiguar si hay más gente que piensa igual o parecido y qué piensa hacer en las horas muertas de los 90 minutos de juego de la selección argentina para no aburrirse. Si no hace mucho calor, pienso salir a caminar por las desoladas calles de Santiago, observar cómo sería mi ciudad si un cataclismo terminara con la humanidad.
Si la selección argentina llegara o llegase a consagrarse campeona, saldré a la calle con mi hijo, el pequeño Juan, para mostrarle cómo es la barbarie en polvo, para diluir, de cientos de fanáticos de la nada, gritando al mundo el pasajero triunfo de una fantasía colectiva, tan inútil como inservible. Si se quedara en el camino, no me alegraré ni me provocará tristeza, me dará lo mismo, igual que cuando volvió la democracia, Jorge Mario Bergoglio fue elegido Papa o Diego Armando Maradona salió de la cancha, tomado de la mano de la enfermera Ingrid María, para descubrir que la magia de su gambeta precisaba Ayudín para seguir existiendo.
©Juan Manuel Aragón
®Con información de internet

 

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