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FUEGO La hora de los duendes verdes

El chumillero

"Levante la mano el que ha visto esos espíritus de después del mediodía, aunque sea una vez en la vida"

Deambulan a la sombra del anonimato que brinda la calzada hirviendo, toman el fresco que se guarece bajo los altos postes de luz que más tarde amarillearán la noche. Sólo los ven quienes salen en ese intervalo del día que los extraños eligen para nombrarnos: aldeas de modorra, viento norte, remolinos polvorientos, poblaciones perdidas de tranco corto y bondad sin límites de pobres corazones provincianos.
Se arrastran entremedio del humito que germina en los bordes líquidos del alquitrán que junta el pavimento. No hay quién registre sus evoluciones, nadie sabe de sus extraños bailes bajo la luz reverberante de una ciudad que duerme su sopor de cuatrocientos cincuenta y pico de años y la yapa. Suelen andar a las disparadas hasta altas tardes de las horas, riéndose a las carcajadas en medio de un fuego antiguo y cruel.
La calle extraña los colectivos que descansan en los galpones de las afueras. Para el norte y para el sur de la Belgrano no camina ni un alma partida por la mitad, lo mismo sucede en la Libertad de punta a punta.
A veces los trabajadores de las estaciones de servicio suelen verlos pasar raudos y espectrales, sombras de sombras cumpliendo un horario de ardor y brisa tibia. O se detienen frente a las vidrieras para ver su propia imagen reflejada en el inconsistente vacío de la nada.
Quienes ututean sueños, espíritus insomnes, saben que en ese momento el pago es lo más parecido al Infierno en que se queman las almas de los incrédulos y los pecadores más nefastos. No hay Purgatorio para ellos sino solamente la esquina de Absalón y Pellegrini, la Salta, entre la Roca y la Perú, las esquinas malevas del Ulluas o barrio Vinalar adentro, desierto sin tregua ni cuartel. En el Tala Pozo el Diablo fabrica un huairamuyu, en una rueda sin fin de luz ardiente.
No existe vereda del lado de la sombra, del alivio. A esa hora nadie firma un armisticio ni hay alto el fuego que valga mientras en el sopor de las casas los cristianos duermen con el sudor chorreando hirviente por el cuello, las mujeres pasean en camisón de la cama a la heladera clamando por agua fresca y los chicos juegan a las escondidas con el duende verde que ronda el letargo de los luminosos patios de Santiago.
Levante la mano el que ha visto esos espíritus de después del mediodía, aunque sea una vez en la vida. El que se animó a aguaitar el Chumillero en el borde de la ciudad sabrá lo que es un viaje al centro del sol, la soledad de un chofer manejando en medio del oscuro mar de la Francisco Viano, toalla al hombro y ventanillas abiertas por las que entra el ardiente y calcinante soplo. Y sudor, sudor, sudor chorreante.
¡Siesta!, cuántos santiagueños deben su existencia a ese momento en que el calor se hace carne estremecida entre sábanas mojadas de deseo. Y un hombre y una mujer presos del aburrimiento deciden que no dormirán.
©Juan Manuel Aragón

Comentarios

  1. Que hermosura Juan Manuel! Belleza total en tus palabras. Muy buenas metáforas que nos permiten visualizar el calor tremendo en la ciudad a la hora de la siesta, nunca mejor pintado. Un aplauso, amigo!

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  2. Moisés Carol era amigo de esos que llamas duendes. Él los llamaba Ulalos.

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  3. JUANCHO,. QUE HERMOSO POEMA, CUENTO, METAFORA TE FELICITO,. JUAN NUNCA HAS ESCRITO PARA,, FOLCLORE, ? SERIA BUENO

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