Revés de boletos de colectivos |
Las máquinas modernas han terminado con uno de los oficios más apreciados, el de escribidor de frases de boletos de ómnibus
Las máquinas modernas han terminado con muchos oficios, quizás el más común y menos apreciado de todos era el de escritor de boletitos de colectivos urbanos. Quién no recuerda a Cicerón, Napoleón, Winston Churchill, ¡Séneca!, Goethe y unos cuantos más, por su invalorable aporte a la cultura. Porque parece fácil, pero era ímproba tarea ponerse a pensar en una frase inteligente para que cupiese en los pocos centímetros cuadrados de un boleto.El aburrimiento de un viaje en ómnibus, mirando por la ventanilla o viendo cómo ascienden y bajan los pasajeros, muchas veces ha sido paliado por una horda de humildes trabajadores de la erudición en gotitas que seguramente se pasaban horas sentados detrás de una máquina de escribir, dale y dale, tecleando frases ingeniosas.
No debió ser tarea agradable marcar todos los días la tarjeta de entrada a las oficinas del laboratorio de frases inteligentes para boletitos de colectivos, sobre todo si se tiene en cuenta que hay miles de usuarios de líneas urbanas y suburbanas que todos los días reclamaban la suya y querían que sea distinta de la anterior y del vecino de asiento.
Todos hemos pispeado, por encima del hombro, para ver qué frase le tocó al vecino del lado de la ventanilla, a veces envidiándolo porque era mejor que la propia. Todos renegaban cuando el chancho agujereaba su boleto con esa infame perforadora que cargaban al cinto, cual revólver de Jin West. Sócrates, Aristóteles, Galileo Galilei, René Descartes, ¡el famoso Baltasar Gracián!, Francisco de la Rochefoucauld, Víctor Hugo, Platón y Pascal, entre otros, se afanaban todos los días, como unos galeotes, remando y remando sin parar, sólo para pensar una idea, una frase célebre que entretuviera a los viajantes con un paseo más placentero, leyendo sus ideas.
¿Quién no se regocijaba de su tardanza a una cita al leer: “Vísteme despacio que estoy apurado” de Napoleón Bonaparte?, ¿qué pasajero no se puso a pensar en serio en sus conocidos o en su familia cuando leyó: “La amistad siempre es provechosa; el amor a veces hiere” de Séneca?, ¿qué hombre prudente no se emocionó al observar que Cicerón pensaba igual que él cuando decía: “La confidencia corrompe la amistad; el mucho contacto la consume; el respeto la conserva?"
Hay otras, que algunos pasajeros conservaron para siempre, ya sea guardadas en el fondo de algún cajón junto a las cosas viejas o como señaladores de libros, de cuando eran los objetos culturales por antonomasia.
Algunas grageas de excelsa sabiduría de los ñatos que todos los días escribían frases para leerse en los colectivos han quedado en la memoria de los viajeros de la Coty, el Chumillero, la línea 15 o la empresa San Martín, de los hermanos Siragusa, el 17, que te llevaba a La Banda por el Puente Carretero, pasando por el Matadero 17 de Octubre y la pileta del Sirio de la vecina ciudad.
“Algunos libros son probados, otros devorados, poquísimos masticados y digeridos”, sir Francis Bacon. “La palabra más soez y la carta más grosera son mejores, son más educadas que el silencio”, Federico Nietzsche.” La pobreza no viene por la disminución de las riquezas, sino por la multiplicación de los deseos”, Arístocles, al que los amigos llamaban “Platón”. “El secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere, sino querer siempre lo que se hace”, León Tolstoi.
Muchos criticaban estas palabras. Decían que eran pequeñeces de sapiencia barriobajera, mas no verdadera erudición, pero ya se sabe que: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”, como dijo Anónimo, otro gran pensador de bolsillo.
No hace tanto que los boletitos de colectivo, corriéndose para atrás, que hay lugar, señores, dejaron de ser parte de la vida cotidiana de millones de argentinos, reemplazados por infames máquinas electrónicas que cumplen la tarea de corroborar que uno es un pasajero no un colado, antes de bajar le doy el vuelto, ¿no ve que no tengo monedas? pero a cambio del viaje no ofrecen el conocimiento de la vida, que antes se juzgaba indispensable brindar a la gente común.
Han desaparecido casi del todamente las talabarterías, las cremerías, los video clubs, los curas, los diarios, los taxis amarillos y negros, Cariñito y tantas otras profesiones honradas de este mundo, así que nadie se asombre si un día de estos también los ómnibus son parte del pasado: los escribidores de boletitos se convertirán entonces en materia de estudio de los paleontólogos de las ciudades, que hurgarán en las casas en demolición, buscando esos tesoros inauditos de un pasado que nunca debió de haberse ido.
Pero se mandó a mujdar sin esperar nuestra despedida.
©Juan Manuel Aragón
A 23 de enero del 2024, en San Roque. Atajando penales
Me ha tocado, en una época, tener esos boletos. Inconsciente adolescencia me hizo no conservarlos. Un gusto leerte Juan Manuel.
ResponderEliminarComo siempre, hermosa nota.
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