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CUENTO Palabras que precisan cancha

Vikingos morochos

Por qué el mundo se está quedando casi sin palabras y acude a los monosílabos y a los dibujitos como forma de expresarse


Lo que se va a narrar sucedió en tiempos en que la gente leía. Porque, aunque usted no recuerde, en los tiempos aquellos agarrar un libro no era algo excepcional sino lo más normal del mundo. En ese entonces nadie habría puesto en duda que, para recibirse de algo, pongamos contador o abogado, se debían tragar varios compendios larguísimos y por añadidura quizás uno o varios apuntes escritos por el profesor sobre algo muy particular. Hoy es posible recibirse de cualquier cosa sin jamás haber tomado un libro entre las manos. Pregunte y verá.
Antes no se temía leer: un cuento corto tenía tres o cuatro páginas, y llegaba hasta cinco o seis también. Uno más o menos tenía diez y uno bien largo, pongalé, llegaba hasta las 25 o treinta. Y se la bancaba. Hoy muchos tienen serias dificultades para deletrear los zócalos de la televisión, el cartel del almacén “El Triunfo” les cuesta, son muchas letras juntas. La comunicación se ha convertido en dibujitos, fotos, todo burdo, sin relieve, sin claroscuros. La comunicación es para confirmar en la fe a quienes ya la tienen, reenviándoles un meme contra el partido que reina o gobierna. O a favor, es lo mismo.
La gente está inmersa en una vorágine de apuros que la aprisiona y no le deja ni un minuto libre. Entre el trabajo, el viaje hasta la oficina, comer, dormir y ver cuatro o cinco horas diarias de televisión, no tiene tiempo para leer, para ponerse al día con las últimas novedades del mundo, de Homero a Jorge Luis Borges, pasando por San Agustín o el Cantar del Cid Campeador, entre otros muchos.
Para peor en los últimos tiempos les inventaron Netflix, que les entrega en bandeja la ilusión de creerse cultos viendo una serie de vikingos, en los que el personaje principal es un morocho, tiene que haber al menos un asiático, media docena de insultos gratuitos a la Iglesia Católica de aquel entonces y dos o tres súcubos, condiciones sine qua non para ser aprobadas en el mundo de lo políticamente correcto.
Es quizás la razón de que se han puesto de moda cuentos en los que se debe hacer planteo, nudo y resolución con menos de 50 palabras, y algunos que sostienen que con una docena de términos bien acomodados sobra. Pronto la literatura llegará al mundo de los monosílabos, de ahí al lenguaje del gruñido hay un solo paso y cuando los hombres salgan con un palo en la mano para defenderse de los otros hombres, se habrá completado el círculo.
Al mismo tiempo, cosa de locos, hay tipos en la tele que hablan dos horas de un mismo asunto y les admiran el poder de comunicación, la claridad y ... la síntesis. Qué bárbaros, che. Muchas veces, no diga que no porque usted los ha visto, luego de esas dos horas uno siente que le hicieron la estafa del siglo porque no se enteró de nada. Como esos títulos que avisan “Fulanita habla de su noviazgo con Menganito” y luego la chica, lo único que dice es: “De eso no voy a decir nada”.
Por eso necesito mucho papel para lo que narraré. Tengo que explicarlo bien, no dejar cabos sueltos. Nada de esos cuentos categoría Mini Mosquito, tipo “Entonces agarró y la mató”, presentados como si fueran novelas profundas. Sabemos que son jueguitos de palabras de, por y para analfabetos redondos y no la suma de la síntesis más apretada de una idea substanciosa, como si fuera una filosofía que echa raíces en el aristotelismo clásico ¡vamos!
Por eso, a mí al menos, ábranme cancha. Si no tienen tiempo de leer no es mi drama. Sá de aquí con esas micro narraciones pequeñitas, cortitas, bobitas. Usted que no es tonto ni lelo, encare El Quijote, que no es tan largo como parece, El Payador, de Lugones, Albatros de Ricardo Rojas. Y déjese de paparruchadas.
Hablando de todo un poco, ¿ya ha pasado esta primera página?, ¿está sentado en su sillón favorito?, ¿hay silencio en su casa como para leer alguito?, ¿tiene buena luz?, ¿se calzó los anteojos?, ¿está de pantuflas como corresponde?
Bueno, vaya a un estante de su biblioteca, tome el libro ese que jamás se animó a leer y encárelo. ¡Vamos!, ¿qué espera?
Juan Manuel Aragón
A 20 de marzo del 2024, en El Pocito. Preparando el rescoldo para un pichi
©Ramírez de Velasco

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