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TRABAJOS Changuito lustrador (con chacarera)

Quecho Argañaraz, lustrín bandeño

Qué otras derivaciones vienen en la palabra con que se ganan la vida algunos en la plaza Libertad, de Santiago

Son poco más de media docena de trabajadores, los que hoy pueden decir “yo también lustré zapatos en la plazá de Santiagó”. Como dice la chacarera de Marcelo Ferreyra y Leopoldo Dante Tevez, a quien, para abreviar, muchos llaman simplemente Leo Dan. Los más viejos tienen un puesto fijo frente a o que supo ser Dolly Fashion Center, una casa modas que nos hizo buscar en los diccionarios Inglés – Español, qué quería decir ese “fashion”, porque “center” siempre lo habíamos sabido, eran los sánguches que vendían en Bonauto y Dolly se llamaba la dueña.
Alguna vez los homenajearon en la tele: ellos, digo, los lustrines, repicaban sus cepillos mientras les ponían una música de chacareras que bajaba del Grand Hotel y paseaba por la plaza Libertad. Capaz que alguien lo vio.
Lustrín o lustrador, son palabras que se dicen lustrabotas en Tucumán y lustro en Salta. Es vocablo ilustre, como su nombre lo sugiere. Los que caminan las veredas de la capital de los santiagueños tienen la rara habilidad del entrechocar de sus cepillos a la espantosa velocidad con que los pasan sobre el cuero del calzado. Sacan brillo “charol y espejo” y un sonido muy particular al hacerlos pegar entre sí, lo que quizás sea la triste resonancia de años pateando por confiterías, bares y tugurios varios.
Jorge Cafrune, en Changuito lustrador
Más que “che”, la palabra que caracteriza a los argentinos es “boludo”. Los expertos en etimología cuentan que había antiguos regimientos españoles cuyos soldados usaban botas que les llegaban hasta arriba de las rodillas. Cuando tenían visitas en el cuartel, formaban para recibirlas. Cada uno se ocupaba de sacar brillo a los botones, planchar el traje, ajustar los morriones y lustraban las botas con unas bolas de betún que aún hoy se usan en Méjico, donde es “bolear zapatos”, no “lustrarlos”. Si la visita al cuartel no era tan importante, “no le daban bola” a las botas para no tener tanto trabajo. Ese “dar bola” en la Argentina se transformó en “boludo”, palabra que finalmente reemplazó el riquísimo vocabulario que teníamos, para nombrar a los necios, sandios, bobos, morosos, simples, mentecatos, estúpidos, gansos, memos, lelos, cretinos, lerdos, estólidos, pánfilos, majaderos, tarúpidos, insulsos, asnos, indios, mostrencos, toscos, zafios, torpes, brutos, rudos, tardos, sosos, imbéciles y tantos más.


A la muerte de todas estas palabras insultantes solamente ha sobrevivido la expresión que alude a la madre de otro como señora que se dedica al duro arte de dar placer corporal a hombres diversos, movida por dinero. O se apunta a sus partes con el aumentativo “uda”, si es mujer.
Ajenos a estas disquisiciones, los lustrines santiagueños siguen moviéndose por el centro de la ciudad cobrando por su tarea, más o menos lo mismo que lo que sale un café o un litro de leche, precios que siempre suelen ser equivalentes, incluso en estos tiempos de tanta pobreza como la que se ve desparramada por las calles de esta ubérrima nación.
Juan Manuel Aragón
A 6 de septiembre del 2024, en Tipiro. Mirando pasar la vida.
Ramírez de Velasco®

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