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Emblema de lo/a correcto/a |
“El hipoacúsico, como su nombre lo indica, es un enfermo que quizás tenga un mal sólo conocido por los médicos”
La corrección política exige escribir para todos, todas, todes, todus y todis. La payada del Martín Fierro es con un afroamericano o afroamericane, vaya usted a saber. Ya no se aceptará que haya payado con un moreno y menos con un negro. Haga el favor y suprima esa palabra de su vocabulario for ever jamás.
En nombre de la modernidad habría que reescribir el escondido “La pucha con el hombre”, con letra de Pablo Raúl Trullenque porque dice: “El hombre nace y muere a veces sin vivir // camina desde el niño al viejo sin gozar”. En una primera reescritura debería comenzar: “El hombre, la mujer y la comunidad LGBT+Q etcétera, nace y muere a veces sin vivir // camina desde el niño/niña/niñe al señor, señora, señoro de la tercera edad (jóvenes de la tercera, para abreviar, porque viejo/vieja/vieje es mala palabra, salvo para los trapos), sin gozar”. Esto es provisorio, por cierto, porque en cualquier momento podrían prohibirse las palabras nacer (permiso abortistas, ¿puedo nombrarla?), vivir, morir, caminar y gozar.Es posible que de un momento a otro debamos suprimir los apodos “Negro”, “Negrito”, “Negra”, “Negrita”, “Negri”, “Negu”para no pasar por racistas, negreros o amantes de la abolida esclavitud.Los hijos de puta pasarán a ser “señores, señoras, señoros, cuya progenitora (persona gestante/gestanta), se dedica o dedicaba al noble ejercicio de vender su cuerpo a señores, señoras o señoros que pagaban por holgarse en ella”. Dicho en español antiguo y aceptado, obviamente.
Nunca más una persona podrá ser nombrada/nombrado/nombrade como “hijo de puta”, pues será una forma despectiva de llamar/llamor/llamer un oficio noble, ilustre, distinguido, insigne, glorioso. “¿Usted cree ofenderme si llama puta a mi madre?, bueno, pues sépase que estoy orgulloso de su trabajo y su distinguida clientela, así que lávese la boca antes de calificarla”.
Son algunos breves casos de corrección política que es, esencialmente, hacer un juicio definitivo contra el mundo occidental y contra el hombre blanco, que viene a ser, para quienes sostienen estas ambigüedades, la peor raza del género humano. Si le suma la generación de cristal, de jóvenes que crecieron con eufemismos, entonces se tiene una ideología terrible, que prohíbe hasta el saludo a quienes han osado trasgredir sus deletéreas normas de lo que está bien y está mal.
El hipoacúsico, como su nombre lo indica, es un enfermo que quizás tenga un mal sólo conocido por los médicos, el sordo, en cambio, es la persona que no oye. El discapacitado motriz lo mismo. Su médico describirá su mal quizás con lujo de detalles. Si se dice rengo o manco, en cambio, todos saben qué quiere decir. Bueno, ciego, sordo, manco, rengo, pelado, gordo, flaco, alto, petiso, entre una lista larguísima, son palabras prohibidas. Imagine un mozo diciéndole al cocinero: “Dice el pelado de la mesa 8, que el bife estaba crudo”. Lo corren de un puntazo en el culo/cula/cule.
Así, la misma frase dicha en la década del 80 y ahora, sería vista de distinta manera. Pocos saben que se llamaba Sergio Valenzuela, el gremialista que, en un acto político, le gritó al presidente Raúl Alfonsín: “¡Tenemos hambre!”. Alfonsín respondió desde la tribuna: “A vos no te va tan mal, gordito”.
Hoy Alfonsín habría caído bajo el hacha vengadora de la corrección política, sólo por decirle gordito y estigmatizarlo por una característica física. Con esa palabra lo menospreció, distinguiéndolo por una característica anatómica, abominando de su cuerpo. Loco, le dijo gordito, nada más, solamente gordito. Bueno, hoy sería un escándalo mayúsculo si el presidente Alberto Fernández se atreviera a usar esa palabra para señalar a cualquiera. Ya las estamos viendo a las Patricia Bullrich, a los Mauricio Macri solicitando la destitución de Fernández o en su defecto que peregrine de rodillas al Congreso para pedir perdón.
Los diarios, la televisión, la radio e internet, fueron los primeros en plegarse a esta moda que pide, cada vez que se nombre al género humano, no se diga los hombres sino “los hombres, las mujeres y las mil y un formas, maneras, sexos o animales que se percibe cada uno”.
La prensa en general corrió carreras para ver cuál era el primero en nombrar las/los/les/lis/lus chicos/chicas/chiques/ chicxs/chic@s. O, ya que estamos, a los hombres/hombras/mujeres/mujeros/mujeras.
Pero no va con todo, amigos. Porque el femenino de hombre es hembra, dicho redondamente y en correcto español. Pero si alguien llega a nombrar de esa manera a una mujer, quedará excluido de los sitios que solía frecuentar, le negarán hasta el saludo. El femenino de poeta es poetisa, pero tengo amigas que se ofenden si las llaman así y, vaya uno a saber por qué tara de la corrección política, quieren que les digan “la poeta”.
Pero este escrito se hizo muy largo/larga/largue y debo terminar/terminor/terminer.
Hasta mañana/mañane/mañano.
Tenga cuidado de esbozar una sonrisa al leer este escrito, porque puede ir preso/presa/prese. En serio/a.
©Juan Manuel Aragón
Nunca más una persona podrá ser nombrada/nombrado/nombrade como “hijo de puta”, pues será una forma despectiva de llamar/llamor/llamer un oficio noble, ilustre, distinguido, insigne, glorioso. “¿Usted cree ofenderme si llama puta a mi madre?, bueno, pues sépase que estoy orgulloso de su trabajo y su distinguida clientela, así que lávese la boca antes de calificarla”.
Son algunos breves casos de corrección política que es, esencialmente, hacer un juicio definitivo contra el mundo occidental y contra el hombre blanco, que viene a ser, para quienes sostienen estas ambigüedades, la peor raza del género humano. Si le suma la generación de cristal, de jóvenes que crecieron con eufemismos, entonces se tiene una ideología terrible, que prohíbe hasta el saludo a quienes han osado trasgredir sus deletéreas normas de lo que está bien y está mal.
El hipoacúsico, como su nombre lo indica, es un enfermo que quizás tenga un mal sólo conocido por los médicos, el sordo, en cambio, es la persona que no oye. El discapacitado motriz lo mismo. Su médico describirá su mal quizás con lujo de detalles. Si se dice rengo o manco, en cambio, todos saben qué quiere decir. Bueno, ciego, sordo, manco, rengo, pelado, gordo, flaco, alto, petiso, entre una lista larguísima, son palabras prohibidas. Imagine un mozo diciéndole al cocinero: “Dice el pelado de la mesa 8, que el bife estaba crudo”. Lo corren de un puntazo en el culo/cula/cule.
Así, la misma frase dicha en la década del 80 y ahora, sería vista de distinta manera. Pocos saben que se llamaba Sergio Valenzuela, el gremialista que, en un acto político, le gritó al presidente Raúl Alfonsín: “¡Tenemos hambre!”. Alfonsín respondió desde la tribuna: “A vos no te va tan mal, gordito”.
Hoy Alfonsín habría caído bajo el hacha vengadora de la corrección política, sólo por decirle gordito y estigmatizarlo por una característica física. Con esa palabra lo menospreció, distinguiéndolo por una característica anatómica, abominando de su cuerpo. Loco, le dijo gordito, nada más, solamente gordito. Bueno, hoy sería un escándalo mayúsculo si el presidente Alberto Fernández se atreviera a usar esa palabra para señalar a cualquiera. Ya las estamos viendo a las Patricia Bullrich, a los Mauricio Macri solicitando la destitución de Fernández o en su defecto que peregrine de rodillas al Congreso para pedir perdón.
Los diarios, la televisión, la radio e internet, fueron los primeros en plegarse a esta moda que pide, cada vez que se nombre al género humano, no se diga los hombres sino “los hombres, las mujeres y las mil y un formas, maneras, sexos o animales que se percibe cada uno”.
La prensa en general corrió carreras para ver cuál era el primero en nombrar las/los/les/lis/lus chicos/chicas/chiques/ chicxs/chic@s. O, ya que estamos, a los hombres/hombras/mujeres/mujeros/mujeras.
Pero no va con todo, amigos. Porque el femenino de hombre es hembra, dicho redondamente y en correcto español. Pero si alguien llega a nombrar de esa manera a una mujer, quedará excluido de los sitios que solía frecuentar, le negarán hasta el saludo. El femenino de poeta es poetisa, pero tengo amigas que se ofenden si las llaman así y, vaya uno a saber por qué tara de la corrección política, quieren que les digan “la poeta”.
Pero este escrito se hizo muy largo/larga/largue y debo terminar/terminor/terminer.
Hasta mañana/mañane/mañano.
Tenga cuidado de esbozar una sonrisa al leer este escrito, porque puede ir preso/presa/prese. En serio/a.
©Juan Manuel Aragón
Genial... o Geniol ¿Cómo se dirá? Vaya usted o usteda a saber.
ResponderEliminarJajaja... muy bueno!
ResponderEliminarEl problema es mucho más serio que lo que parece, y amerita, a mi entende, una discusión más seria y profunda por el daño que está causando, y puede seguir causando, a la estructura de una sociedad que ya está bastante deshilachada por varios otros ataques.
ResponderEliminarEl sarcasmo y la sorna sirven, en cuanto no sea lo único a lo que se recurra para eliminar el virus de la imposición dialéctica. La literatura es clara puntualizando cómo la imposición de términos y la obligación de usar eufemismos y conceptos que son a todas luces erróneos, quiebra el pensamiento libre y facilita el control de la sociedad.
Todo se hace en nombre de un falso virtuosismo al que la gente adhiere, en su ignorancia, creyéndose el cuento de que es la.forma de demostrar ser compasivo y tolerante (todo idiota quiere mostrar no serlo, según lo advierte José Ingenieros), y cuando menos uno se lo esperaba, la sociedad toda termina sometida y fácilmente.manipulada.
Solo basta leer la historia de la Rusia stalinista, la alemania nazista, la Italia fascista o la china marista, y cómo se obligó a definir conceptos de manera contraria a la realidad, para entender a dónde va la argentina en esta senda.
El artículo menciona muchos casos en los que infiere "...ya no se puede....", o "...no sé permite...", o se ha prohibido...." tal o cual término, lenguaje o construcción gramatical, sin precisar quién lo impone o cual es la autoridad que lo exige cumplir.
Y eso es porque en realidad esa autoridad no existe, sino que se trata de núcleos enquistados en instituciones y medios con ese específico propósito, como lo explicaba el disidente de la KGB Yuri Bezmenov en los 80s, cuando todo esto empezó.
La ciudadanía toda tiene que rebelarse a este sinsentido, y mantener serias discusiones y debates al respecto, además de hacer chistes y comentar con sarcasmo, que ayuda pero no alcanza.
no le pidamos a Aragón más de lo que puede dar... pobre
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