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Camila O´Gorman |
El 12 de diciembre de 1847 huyen Camila O´Gorman y el cura Ladislao Gutiérrez, a pedido del padre, de la Iglesia y por instigación unitaria Rosas los mandó a fusilar
El 12 de diciembre de 1847 huyeron Camila 0’Gorman y el cura Ladislao Gutiérrez. Ella era una linda joven de 19 años y el sacerdote era tucumano y llegó a Buenos Aires recomendado a Juan Manuel de Rosas y al canónigo Felipe de Elortondo y Palacios que lo tomó bajo su protección y lo indujo a abrazar la carrera eclesiástica.Cuando se ordenó sacerdote y vacó el curato del Socorro, le confirieron el beneficio. Pero Gutiérrez sintió que no tenía vocación por el sacerdocio. Camila O’Gorman le inspiró un violento amor, y él acarició esta pasión con el entusiasmo de su alma virgen.Y el 12 de diciembre Camila abandonó su casa, Gutiérrez su curato, y desafiando el escándalo, sin protección y sin recursos, sin saber adónde ir, se fueron hacia el lado de Luján llegando a Santa Fe, pasaron a Paraná donde obtuvieron pasaporte bajo los nombres de Máximo Blandier, comerciante y natural de Jujuy, y Valentina San, su esposa, de Entre Ríos. Siguieron a Corrientes, pusieron una escuela en el pueblo de Goya y vivían ganando su pan diario.
Rosas andaba ocupado en sus cosas y recién se enteró de la huida varios días después. La familia de la joven y los curas supieron al toque lo que había pasado, pero ocultaron todo. La familia, por razones de honor y con la esperanza de encontrar a la joven y de hacerla volver sobre sus pasos. Y el clero porque esperaba el regreso del prófugo y después atribuir su ausencia a cualquier otra causa.
El presbítero Manuel Velarde, teniente cura del Socorro fue, entre otros, a buscar a Gutiérrez, pero volvió sin haberlo hallado. El obispo, el provisor, el canónigo Palacio agitaron sus pesquisas sin resultado; y ante la inminencia de un peligro que les alcanzaba, pusieron el echo en conocimiento del gobernador.
El obispo manifestó en su nota que tal hecho “constituía un procedimiento enorme y escandaloso… contra el que fulminaban las penas más severas la moral divina y las leyes humanas”. El provisor participaba al gobernador el “suceso horrendo” pronunciándose en sentido análogo al del obispo. El canónigo Palacio, en una larga y detallada carta que le dirigió a Rosas sobre el particular, le dice: “Pensé que la denuncia correspondía al teniente cura de su parroquia. Por otra parte, “el tamaño del atentado”, y el interés que mostraba la familia en disimularlo, me pusieron en un conflicto que sin duda no me dejaba expedito para acertar con lo que mejor convenía”.
El padre de ella dijo que el hecho era “atroz y nunca oído en el país”, y pidió que se hiciera justicia.
Rosas puso en movimiento la policía, hizo fijar en los sitios más apartados carteles con la filiación de los prófugos y envió la filiación a los gobiernos federales, encareciéndoles la captura y remisión de Camila y Gutiérrez. La confianza de ellos lo ayudó. Gutiérrez fue reconocido, y denunciado a las autoridades de Goya.
El gobernador Valentín Virasoro se lo comunicó a Rosas, y le remitió los prófugos a Buenos Aires en un buque de vela. Rosas, ordenó al jefe de policía que hiciese asear un calabozo en la cárcel y lo amueblase para conducir al cura Gutiérrez; que hiciese arreglar dos habitaciones en la Casa de Ejercicios para alojar cómodamente a Camila. Al capitán del puerto le ordenó que prohibiese toda comunicación con el buque que conducía a los prófugos; y que de acuerdo con aquel funcionario desembarcase a media noche a Camila y a Gutiérrez y los condujese a los destinos indicados, guardándose entretanto la mayor reserva.
Rosas quería librar a Gutiérrez a la justicia ordinaria para que el fallo sirviese de lección al clero, y recluir a Camila en la Casa de Ejercicios durante el tiempo que lo creyeran prudente los padres de ella. Pero todo conspiró contra los prófugos. Desde Montevideo, los enemigos de Rosas explotaron el escándalo con crueldad, le asignaron proporciones monstruosas, haciendo el proceso con severidad draconiana y señalando los famosos criminales al fallo de la justicia inexorable. Se fingieron indignados por la impunidad que aguardaba a los amantes, merced a la corrupción que fomentaban las autoridades de Buenos Aires; calculando que esto exacerbaría a Rosas y que lo induciría a dar un desmentido tremendo que les proporcionaría a ellos una oportunidad brillante para lapidarlo.
La propaganda produjo los efectos deseados. Rosas entonces se decidió a imponer el castigo ejemplar que demandaban. Y abocándose al asunto con preferencia, lo pasó en consulta a juristas que le presentaron sendos dictámenes por escrito. Estudiaban la cuestión del punto de vista de los hechos y del carácter de los acusados ante el derecho criminal, y colacionándolos con las disposiciones de la antigua legislación desde el Fuero Juzgo hasta las Recopiladas, resumían las que condenaban a los sacrílegos a la pena ordinaria de muerte.
Para esto, el buque de vela en el que iban Camila y Gutiérrez, fue arrojado por un fuerte viento a la costa de San Pedro y su comandante le manifestó al jefe de ese lugar que le era imposible seguir hasta la Capital, pidiéndole que se recibiese de los presos. Este jefe que no tenía órdenes superiores al respecto, remitió los presos al campamento de Santos Lugares y dio cuenta de todo al gobernador de la provincia.
Al día siguiente cundió la noticia en Buenos Aires y el padre de Camila se presentó ante Rosas para solicitarle un pronto y ejemplar castigo. Con rapidez, Rosas ordenó al mayor Antonino Reyes, jefe de Santos Lugares, que los incomunicase, les pusiese una barra de grillos y les tomase declaración remitiéndosela inmediatamente.
La madrugada siguiente, esto es, el 18 de agosto de 1848, recibió Reyes la orden de Rosas de que hiciese suministrar a los presos los auxilios de la religión y los hiciese fusilar sin más trámite.
Reyes encomendó al mayor Torcida el deber de comunicarles estas órdenes a los presos y de presentarles los sacerdotes para que los auxiliasen, y encargó al mayor Rubio de la ejecución, retirándose él a su alojamiento abrumado por la tragedia que se iba a representar. El sacerdote que confesó a Camila le realizó el “bautismo por boca” “por las dudas si había preñez”, de acuerdo a los documentos de la época. Antes de marchar al patíbulo, Gutiérrez llamó a Reyes y con amoroso anhelo que traicionaba su serenidad de hombre le preguntó si Camila iba a ser fusilada también; y cuando supo la verdad escribió en una trilla de papel que le entregó a Reyes: “Camila: mueres conmigo: ya que no hemos podido vivir juntos en la tierra, nos uniremos ante Dios. Te abraza – tu Gutiérrez”.
Un instante después Camila y Gutiérrez fueron conducidos en una silla y por cuatro hombres al lugar de la ejecución.
“Treinta y siete años después –dice Adolfo Saldías- visitaba yo con el mismo mayor don Antonino Reyes el antiguo campamento y cárcel de Santos Lugares. La casa estaba abandonada y en ruinas. Doblando a la izquierda de un gran patio cubierto de malezas y allá en el fondo nos detuvimos. Este fue el calabozo que ocupó Camila; el mejor que pude darle”, me dijo Reyes melancólicamente. Miré adentro. Era una celda pequeña, pero adonde penetraba un rayo de sol y de donde se veía el cielo. El techo amenazaba derrumbe. El suelo cubierto de hierbas. Creí distinguir alguna inscripción en el muro ennegrecido. Me aproximé más y vi claramente: 18, y más abajo: Pob… Esta cifra y estas letras, trazadas por la mano de Camila, expresaban sin duda una fecha querida para ella y un recuerdo de su dolor que con esa fecha se vinculaba. Siguiendo a lo largo de los calabozos llegamos al patio interior que mira al noreste, y el antiguo jefe de Santos Lugares me indicó el extremo de enfrente diciéndome: Allí fue fusilada Camila”.
©Juan Manuel Aragón
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