El reloj de los rotarios, entrevisto en una vidriera |
A veces los debates que se arman en el mítico Barquito, frente a la plaza Libertad, exceden los límites de las banalidades y se adentran en lo profundo del ser
“Cuál es la filosofía que subyace en un huevo frito”, pregunta un amigo con tono doctoral, al tiempo que tintinea la cucharita en un café que le convidaron los amigos, porque nunca tiene ni para pagar su triste cortado. “¿Será directamente proporcional a la arrogancia de los que tienen el hígado sano?”, responde alguno creyendo que ha conseguido una respuesta interesante. “Será nomás, che”, dice otro, con el descreimiento de los que ni siquiera sospechan su escepticismo ni saben qué quiere decir esa palabra.Las palomas de la plaza Libertad se malacostumbraron a bajar todas las santas mañanas y pedir maní salado en el Barquito, en el que naufragan corazones ermitaños de cien mil anécdotas con final feliz o desgraciado, pero siempre en inmensos mares borrascosos, repletos de tiburones, aún en la más mediterránea de todas las provincias argentinas y no hablen de Córdoba, porque aquí la tierra es una presencia esencial y primaria. Salga de ahí con sus Valles de Punilla, sus Uritorcos y sus Cosquines, aquí se vive en medio de la tierra, no macanas.“Sabía tener una novia” es el inicio más común de todos los comienzos de las anécdotas de tiempos pasados que se oyen en esa vereda, tal vez un poco más de cien metros cuadrados en los que se resume la historia de los santiagueños, hecha de desventuras y amores casi siempre contrariados.Una encuesta somera, lejos de la sociología de los grandes textos sagrados, diría que las morochas con algo más que noventa-sesenta-noventa son las que más gustan a los hombres del café, aunque algunos confesarán haber tenido una novia rubia de ojos celestes agüita clara o una flaca que a su paso doblaba las baldosas, fijate vos lo buena que estaría, che. Pero quién va a creer, ¿no?
Desde los comienzos de su historia, Santiago figura en los mapas a la orilla de un río que se prestaba a confusiones entre las órdenes que traía Juan Núñez de Prado desde el Perú y la desatada ambición de los chilenos, encarnada en ese Francisco de Aguirre, militar feroz. En ese tironeo que viene desde entonces nacen, se crían, hacen lo necesario y un poquito más para reproducirse en paz y felicidad, envejecen los santiagueños. Y, si Dios quiere, se jubilan y al final de cuentas van al hoyo.
Por eso cuando alguien llega preguntando cuál es la ética y cómo debería ser la estética de un huevo frito, los muchachos del café toman el asunto con mucha seriedad y enjundia, porque saben que les han planteado un asunto fundamental de la vida. Alguno dirá que le gusta la yema tembleque, tiritando de indecisión, otro querrá los bordecitos hechos galleta y el de más allá quizás pida que sea poché.
Quizás la discusión pase de mesa en mesa y mantenga a todos ocupados durante la mañana, hasta agotar el asunto y no dejar ni una arista sin analizar. También opinan los lustrines, porque algunos saben muchas cosas de la vida, los amigos y conocidos que pasan meten la cuchara en la conversación, los mozos y hasta las palomas que bajan a comer miguitas tienen lo suyo para decir, pero nunca en defensa de la gallina, por supuesto.
¿Por qué?, preguntará usted.
Bueno, porque las palomas de la plaza Libertad son de Boca.
Juan Manuel Aragón
A 8 de mayo del 2024, en Villa del Carmen. Mateando con chipaco.
©Ramírez de Velasco
Las mesas de café dan para todo tipo de conversaciones, incluso para ocuparse de los huevos. Muy bueno el artículo.
ResponderEliminarEn concordancia con lo que sostenía Ortega y Gasset en que la Filosofía es la reflexión sobre todo lo que hay ( no "ay" expresión de dolor), incluso sobre los huevos fritos.
ResponderEliminarMe has traido a la memoria las tertulias en El Barquito, siempre profundas y de alto contenido informativo. Cómo extraño desde estas lejanías disfrutar un cortado con soda con algún habitué, mirando pasar a la gente y saludando a medio mundo. Cada tanto se asomaba Sierrita, en la la peluquería del Jockey, para sumarse al vicheo de las caminantes.
ResponderEliminarTienes que escribir algunas memorias sobre los habitués de esa vereda, Juan.
Buenassss. Soy Pilpinto Santos y también meteré mi cuchara en este huevo guisao. Al final dice que las palomas de la plaza libertad son de boca , eso me trajo recuerdos y uno de ellos es cuando unas chinitas del pago de allúuuu nos decían "deci boca" como terminabamos la frase nos retrucaban _ pone el traste que a mi me toca ja ja ja.
ResponderEliminarTanto rechazo con la yema que produce ácido úrico, que algunos de los Coldplay actuales dirían que haría eclipse solar, mientras la clara es necesaria porque la luna aterrizó el hombre, servirá para acomplejar al patio de América porque Dios está en Estados Unidos
ResponderEliminar