Géneros reconocibles |
La sencillez de palabras y comportamientos antiguos frente al reto de ser políticamente correcto
Dice el amigo Ramón que el mundo sabía ser más sencillo antes, cuando un hombre era un hombre, una mujer era una mujer y cualquier cosa, cualquier cosa. Sostiene que el universo se dio vuelta (“se davueltó del todamente”) cuando se decretó que no había palabras soeces sino solamente palabras, “porque algunas fueron creadas con la aviesa intención de escandalizar las almas de los humildes de corazón”, opina.Cuando era chico, los padres sabían más que los hijos y los maestros más que los alumnos. O por lo menos no se tenía la errada percepción de no se debe enseñar a los niños sino dejarlos ser, que hagan lo que sientan, porque quién es uno para imponerles la tabla del dos o avisarles que Cancha Rayada fue un tropezón, no una caída.Le preguntan: “¿El mundo era más duro que el actual?” y dice que no es esa la cuestión, sino que no estaba atado a los eufemismos que vinieron a arruinarlo. Al pan le decían pan y no “producto panificado”, el vino era vino antes que “bebida etílica”, como escriben los periodistas y un anciano era un anciano, no “una persona de la tercera edad”, un “adulto mayor”, un “joven de la tercera” o cualquiera de esas otras malandrinadas inventadas por el mercado.
Todo era más simple, recuerda, los nenes con los nenes, las nenas con las nenas, en cambio ahora hay tantas subdivisiones que, para decir lo mismo habría que pasarse un día enumerando asuntos que surgieron después, cada uno con su cartelito de identidad de género. Cuando le averiguan qué sabe de géneros, enumera que en su tiempo eran la bayeta, el damasco, el cheviot, la gabardina, la gamuza, la franela, el lino, el organdí, que había sentido nombrar a su madre cuando compraba alguna prenda en la calle Absalón. No esa cosa rara de ahora, en que todo debe ser llamado con su masculino y su femenino para que nadie se ofenda.
Si le preguntan qué es identidad de género, responde que es una pregunta estúpida, porque la gabardina es igual a la gabardina y la gamuza igual a la gamuza. No hay mucho que pensar, porque en su mundo, una gallina era una gallina, un sapo, sapo y un necio, necio. Por qué tanto gregré para decir Greta
Afirma que “ahora te meten preso por decirle señor a uno que es señor y puede pasar que te pase lo mismo por decirle señora a un señor”. No quiere que le expliquen cómo diablos viene la mano, porque no va a entender y porque si lo comprendiera “tengo miedo de que me agarre alguna enfermedad moderna, como eyaculación precoz, que no sé bien qué es, pero suena como si fuera lo peor que le puede pasar a alguien, según dice la tele”.
Algunos lo critican, dicen que no debe ser discriminador, entre otros insultos actuales. Pero en el fondo, ¿sabe qué?, están de acuerdo. Cuando los rascan un poco, los demás opinan lo mismo: que un tipo es un tipo y una tipa una tipa, no lo dicen porque la tele les avisa qué está prohibido y qué no, qué deben decir, qué está prohibido, qué días se debe comprar dulces y qué días no.
Leer aquí, algo sobre el país de la censura de los libros (y no es el que imaginas, o sí)
Lo notifican de que hoy es el día del amigo y se sorprende: “¿Los amigos tienen día?, ¿para qué?; ¿hay que visitarlos? No señor, le avisan “Hemos vuelto a la antigua Roma, cuando los grandes magos dirigían la sociedad avisándole de los días fastos y nefastos, la buena y la mala fortuna”. "Ah, bueno", exclama, y se queda callado.
Las campanadas de la Catedral y las de los otros templos de la faz de la redonda Tierra ya no suenan llamando a misa: los curas tienen miedo de que los vecinos se enojen o se ofendan. “El que quiera entender, ya sabe”, dice. Calcula que falta poco para que prohíban también leer “Por quién doblan las campanas”, por la resonancia que podría traer de un orbe que fue católico y ahora es cualquier cosa.
En cualquier momento podría gritar: “Viva la Pepa”. Pero no sabe si teme más la cárcel y el oprobio de los justos o la ignorancia de los políticamente correctos. Y se siente acorralado.
Juan Manuel Aragón
A 20 de junio del 2024 en el kiosco del Nene Pons. Comprando el Billiken.
Ramírez de Velasco
Las campanadas de la Catedral y las de los otros templos de la faz de la redonda Tierra ya no suenan llamando a misa: los curas tienen miedo de que los vecinos se enojen o se ofendan. “El que quiera entender, ya sabe”, dice. Calcula que falta poco para que prohíban también leer “Por quién doblan las campanas”, por la resonancia que podría traer de un orbe que fue católico y ahora es cualquier cosa.
En cualquier momento podría gritar: “Viva la Pepa”. Pero no sabe si teme más la cárcel y el oprobio de los justos o la ignorancia de los políticamente correctos. Y se siente acorralado.
Juan Manuel Aragón
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Ramírez de Velasco
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