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Mar del Plata |
De cómo el cholulismo de los porteños lleva a uno a asquearse del agua
Robertito fue una vez a Mar del Plata con la familia y ahí fue que comprobó cómo son de cholulos los porteños. Dice que le gustó mucho, sobre todo el aire provinciano que tenían la ciudad y los alrededores, porque también se anotó en una excursión por Sierra de los Padres y ahí le invitaron un regio asado. También caminó varias veces por la avenida de los pulóveres, de una punta a la otra, según contaba, buscando precios, porque la patrona quería traer para la familia. Además, patrulló las calles peatonales, anduvo husmeando por los grandes hoteles y por las cercanías del Casino. No entró porque nunca le gustó el escolaso, menos si estaba rodeado de lujos, como imaginaba a ese sitio.El cholulismo siempre fue algo ajeno a su espíritu. Una vez recuerda que estuvo en el viejo Barquito Bar, en una movida que se hace a fin de año, a medio metro de Peteco Carabajal, que había ido a cantar. Todos lo saludaban, pero él no, no se conocían, no eran amigos ni compadres ni nada, ¿estirarle la mano, como todos los demás, que se hacían de conocerlo de toda la vida?, eso no era para él.
A la playa fue un solo día, más que nada porque quería ver el mar de cerca, le habían dicho que era una masa de agua tan grande que no se divisaba la otra orilla. Nacido y criado en el campo de Santiago, escaso de lluvias, todavía hoy le encanta visitar o ver televisión lugares húmedos, imaginarse cómo habría sido el pago si hubieran tenido un caño de agua en la cocina, otro en el baño y uno más en el patio.
Ese día, debajo de la ropa, llevaban mallas de baño y, llegados a la orilla, pelaron pantalones y remeras, plantaron una sombrilla que le compraron a un vendedor ambulante y se dieron a la tarea de caminar por la orilla del mar, sólo para decir que habían estado ahí. Los de la excursión le habían advertido que se pongan protector solar para no volverse caraguay de colorados y le hicieron caso, él se olvidó de un brazo y quedó bronceado a la mitad, como pollo mal hecho al horno durante toda su estadía. Los hijos lo cargaban, le decían que de un lado parecía una persona y del otro, otra, cosas así. Una familia amiga les había dicho que era hermoso el mar, estar todos los días tirado a la orilla del agua sin hacer nada. Pero su mujer y sus hijos le dijeron que no harían eso porque se aburrirían si hacían eso, así que fue bienvenida, debut y despedida del mar.
De casualidad se hicieron amigos de una familia de marplatense que le contó cosas interesantísimas del revés de la ciudad, digamos, el Mar del Plata que no se vé, a lo que se dedica la gente que no está en el negocio del turismo. Supieron que, así como hay centros de residentes santiagueños distribuidos en toda la provincia de Buenos Aires, ahí el centro es de residentes marplatenses nacidos y criados en Mar del Plata, porque es una ciudad repleta de inmigrantes de toda la Argentina y del extranjero también. También les contaron que en algo más de 550 hoteles, hay algo así como 330 mil camas disponibles para los turistas en casas, departamentos y chalés, y más de 55 mil en los hoteles. Les invitaron las típicas empanadas bonaerenses, más grandes que alpargata de tonto y dulces y, mucho no les gustaron, pero igual comieron, dieron las gracias y se mostraron muy amables.
Cuando volvió, contó algo que le sucedió en el mar, que lo impresionó por un lado y lo asqueó por otro. Dijo que mientras estaba en el agua, se le dio por adentrarse un poco, tres o cuatro metros, cuando vio flotando algo raro, un objeto con una forma curiosa de color algo blancuzco. Lo tocó, se dio cuenta de qué era, e inmediatamente se lavó las manos como pudo, en el agua. Un turista porteño que andaba cerca lo vio y le dijo.
—Sí, es un sorete, pero del Hotel Provincial o del Hermitage.
—¿Eso qué tiene que ver?
—Mirá si es de Mirtha Legrand, qué honor.
Dijo que le daba impresión el hecho de que todos se bañen en un lugar por el que pasaban varios soretes, pero más asco sintió por el cholulismo del porteño. El resto del tiempo que estuvo allá, miraba el mar, pero bien de lejos, y ya no se volvió a acercar.
Juan Manuel Aragón
A 3 de agosto del 2024, en Quimilí. Ensillando la mula.
Ramírez de Velasco®
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