El mate |
Un relato sin moraleja a la vista, solamente para recordar a quien lo lea que a veces en las cosas sencillas vive el corazón de sus dueños
Todos los días desayuno y meriendo en un mate celeste, enlozado y descascarado por todas partes, en ocasiones quema la yerba y es posible que sea en parte culpable de mi acidez estomacal o, a esta altura del partido, quien sabe si no es una gran úlcera que uno de estos días me llevará a ver cómo crecen los algarrobos, pero desde abajo. Dicen que debiera cambiarlo por otro más nuevo, de porongo o madera, pero este que tengo es más acorde con mi personalidad un tanto desportillada, digamos.Ya le hallé la vuelta para que no se queme la yerba a la segunda cebada: son tantos años haciéndonos mutua compañía que lo conozco casi mejor que a mí mismo, el primero es un chorro de agua del caño que tomaré estoicamente, sólo porque sé que los mejores están al caer.Los amargos más felices y los más tristes de la vida los cebé en él, los más alegres, los del desasosiego y los de la madrugada con los que me he acompañado mientras escribía estas líneas que me siguen llevando el alma en los pensamientos un tanto viejos, un tanto descolocados, que desgajo aquí todos los días, sin dar tregua ni cuartel a quienes, quizás con mucha razón, ya ni me leen. Ni tienen por qué.
Cuando se enfría, cebo dos o tres al hilo para que vuelva a retomar su temperatura ideal, si se lava le cambio levemente de lugar la bombilla y recomienza la espumita. Y a la hora en que observo que no mejora, llegó el momento de abandonarlo. Entonces le vuelco la yerba en alguna plantita, porque es materia orgánica para la tierra de las macetas. Después lo lavo y lo pongo boca abajo, con la bombilla encima, así lo hago descansar hasta la próxima.
Otros le han puesto nombre al suyo, yo le digo nomás mate, para qué lo voy a llamar de otra manera si no tiene cómo responderme desde su alma de loza hecha jirones, vacía, huera y esencial. Pero a todo junto, es decir el termo, la bombilla, el mate y la servilleta, secretamente les digo “mi equipo”, más como un chiste del que me río sólo, cuando nadie me ve.
Los días que me falta, porque no soy de llevarlo en mis viajes, me consuela el hecho de saber que, a la vuelta, después de una ausencia larga o corta, estará aguardando mi madrugada para servir de secreto de confesión, paño de lágrimas, diario íntimo, interlocutor inválido, fuente de inspiración.
Que otros canten loas a asuntos importantes: el amor y el desamor de las mujeres, la gloria o el deshonor de batallas perdidas o ganadas o los vericuetos de la vida grandes hombres en novelas homéricas o sencillas, yo siempre he pretendido ser nada más que un cronista de lo común y corriente, narrador de la vida y la obra de cualquier hijo de vecino, periodista de asuntos cotidianos, de todos los días.
Hoy me he detenido a pensar en un objeto simple de mi vida, que me acompaña fiel desde hace varios años, debido principalmente a que es prácticamente irrompible. A él le canto en mi pobre prosa de corresponsal de una provincia perdida en los arrabales de la Argentina, en la seguridad de que mi voz quedará cual música, encerrada en esta botella al mar de la internet. Ahí navegará este escrito cuando me muera, así alguien aprecia que el alma de lo que soy, también queda en lo que dejo, los ojos de mi mujer, la vida de mis hijos, el celeste mate de las madrugadas. Y mis antejos, sin los cuales soy analfabeto redondo.
Juan Manuel Aragón
A 2 de septiembre del 2024, en Colonia Alpina. Mirando pasar las nubes.
Ramírez de Velasco®
Tienes que tener un mate grande de madera y bombilla curva, adelante tuyo, generalmente lo hacen los políticos ( no los crítico porque está lleno de tipos y tipas que si llegaran, no los paras ni con una grúa, y se llevarían hasta el óxido de la lata ). Digo lo hacen los políticos para aparentar sencillez. Pero no le dan ni una chupada.Dale, sacate una foto así, con el porongo de madera, grande y bombilla curva. Ha mí me produce acidez.
ResponderEliminarSiempre pienso que como adversario estructurado contra el consumismo me interesa saber más que del cobertor la cobertura, haciendo parangón a Galeano que desecha la cultura del envase. Por eso hay que ver que yerba se pone y aunque muchos se hagan los distraidos, el dulce tanto que molesta a los de la gran urbe solo de contra no tomaré amargo
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