Antigua sala de redacción |
No le hallan la vuelta a un negocio que fue próspero
Los diarios duraron frescos, lozanos y frondosos quizás un poco más de siglo y medio en todo el mundo. Fueron el fenómeno masivo más aceptado, sobre todo por la variedad. Hubo para todos los gustos, de la derecha liberal más recalcitrante hasta la izquierda extrema, también liberal. Eran, además, “tribuna de doctrina”, como se llamó a sí mismo el diario La Nación, en el primer número.
Pretendían imponer un pensamiento, una idea, una religión, un determinado dogma político o, aunque más no fuese, un candidato. Muchas veces, cerraban cuando el Fulano resultaba electo, igual que los comités de campaña: luego de la elección pierden su razón de ser.
Ayudaron a llegar al poder a algunos gobernantes y tumbaron a otros, siempre actuando en poblado y en ocasiones en banda. Ningún problema, eran las reglas de juego. Quien se metía en política sabía cuál era su ficha en el juego de Ludo de la prensa, después, todo estaba en la habilidad para tirar los dados.
El problema de la distribución se solucionó fijándoles un precio, casi siempre unas moneditas, que daban de comer al canillita. La ganancia —siempre decían lo mismo— era, por una parte, los avisos en la faz monetaria, porque de alguna parte había que sacar para pagar los gastos. Y el triunfo de las ideas de sus propietarios, en lo espiritual.
Los que saben del negocio dicen que, si ocurre un hecho, el buen periodista es quien lo cuenta de manera tal que cualquiera que haya observado lo mismo, desde cualquier punto de vista, diga: “Sí, así fue”. Pero hay cientos de palabras para contarlo. Y empiezan las divergencias.
Los diarios eran como la poesía. El poeta quiere mostrar la belleza de sus palabras, el sonido de las rimas, la música de las letras, mientras los periodistas tienen la urgencia de contar un hecho. Sacan tajada de aquellos que les conviene exaltar y esconden o minimizan los que contravienen su sistema de ideas. Todo bien con esto, es así en la vida real, en los diarios no tiene cómo ser de otra forma.
En los últimos tiempos los dueños de diarios consiguieron una mejora para su producto: internet. No entregan toneladas de papel, que en pocas horas se convierte en basura, sino que lanzan sus ideas por la red. No deben exponer sus máquinas rotativas a la tensión de miles de ejemplares impresos, con unos cuantos que salgan a la calle, testimoniales, es suficiente, el grueso de sus lectores los seguirá por internet. Pero no es tan negocio redondo, según parece.
En todo el mundo, los que importan, cobran a sus lectores para abrir la mayoría de sus noticias desde sus telefonitos o la computadora. Como si el negocio de imponer sus ideas sin censura previa no fuera suficiente, piden plata para algo que antes —según decían— daban gratis. El mundo moderno les facilitó la difusión de su doctrina de una manera espectacular, pero no están conformes.
Oiga, si el único interés para hacer un diario, es ganar dinero, pues díganlo de frente. O antes eran distribuidores universales y desinteresados de una idea y lo de ahora es una mentira, o ahora son los que nos chantan la verdad, pero a tanto por mes, y durante 150 años nos mintieron en la perra cara. Si el boliche no les da plata, no se hagan problema, también dejó de haber talabarterías y nadie se ofendió, dejaron de existir los video clubes, las cremerías, los puticlubs, las casas de venta de sombreros y el mundo siguió andando.
Ah, pero los diarios, dirá alguno. Oiga, tampoco se venden muchos libros de filosofía, de política, de sociología, de religión, tan o más importantes que los diarios, y sus autores y editores se las ingenian de otra manera para llevar sus ideas a la gente.
Dicho esto, las cartas al director debieran ser gratis, pues a los lectores no les pagan por escribir, esa sección se la ahorran, mucho más ahora que no va en papel ni hay que mecanografiarla. Si siguen escondiendo esa parte, digamos libre de sus diarios, dentro de poco no los va a leer ni el loro.
¿El negocio de los diarios no funciona? Usen la imaginación, como tantas veces pidieron a quienes los leíamos: regalen plata, publiquen las noticias como chistes, pongan más dibujitos, paguen a sus empleados lo que dice la ley. No sé, algo se les va a ocurrir.
Pero no sigan como hasta ahora, que primero nos ensartan con sus ideas y después quieren cobrarnos por eso, o al revés. En serio. Activen sus neuronas antes de que los coman los piojos. Además, muchas veces sus mentiras nos divertían.
©Juan Manuel Aragón
Muy original tu mirada. ¡y cuántas cosas no se usan ( o consumen) más!
ResponderEliminarLos diarios ya leídos eran necesarios en las casas. Para hacer el fuego del asado, para limpiar los vidrios, para hacer los moldes de las costureras, los avioncitos y barquitos para que jueguen los chicos, igual que las rondas de muñequitos, cortados con tijeras, para igualar las patas de una mesa, el sombrero de albañiles y pintores... y cuántas utilidades más!!
Es propio de la vida, todo pasa, cambia, de reconvierte.
ResponderEliminarLa gente joven se adapta a los cambios. Los mayores extrañamos el papel. Como en los libros. No es lo mismo leer en pantalla que tocar las hojas. Otra sensación.
Buena descripción.
Lo único que no entiendo es acerca de la derecha liberal RECALCITRANTE. Si es LIBERAL, no puede ser RECALCITRANTE, es una CONTRADICCIÓN. Salvo que mezclen al nazionalismo con lo liberal, pero no tienen NADA EN COMÚN. Las ideas libertarias, nacidas en la revolución francesa distan mucho del pensamiento único napoleónico.
¿ Y la izquierda es extrema nomás ?. Esta si puede llegar a ser RECALCITRANTE. La historia lo demuestra.
Como siempre, me encanto
ResponderEliminar