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ÁFRICA El león herbívoro

León furioso

Cómo es el ciclo de la existencia de un animal al que las hembras le dan de comer mientras está con ellas, sus costumbres: la buena vida, los placeres; y el fin


De noche mi rugido se sentía a varios kilómetros de distancia. Era el macho alfa de una tropa que llegó a tener quince leonas cazando para mí. Yo solamente supervisaba su trabajo y de vez en cuando les daba una mano, apostándome en el camino por el que pasaría la gacela para hacerla cansar, en esos momentos era casi un peón innecesario en la cacería. Alguna que otra atrapé cuando era soltero, tenía poca melena y andaba, como se dice, al salto por un bizcocho, pero eso cambió cuando tuve mi tropa.
Un buen día, hace varios años, me topé con un león viejo, el capo de un montón de leonas, anduve rondándolas un tiempo, estudiando la situación, trazándome un plan, haciendo asustar al veterano. Un día finalmente peleamos. Como el otro ya no tenía ánimos para correr, estaba gordo y andaba en las últimas, le gané y me quedé con todas sus leonas. Después cumplí con el rito de matarle los hijos, no tanto por su descendencia ni por asegurar la mía sino para que las hembras se pusieran en celo rápidamente y me buscaran, andaba hambriento de sexo además.
Es linda la vida si uno es el único macho, poco laburo: algunos días salir a orinar por los alrededores para que los que andaban a en la búsqueda de leonas, supieran que en ese territorio el que mandaba yo. Las cuidaba, alejaba a otros depredadores con mi temible rugido y, sobre todo, les aseguraba la descendencia, casi lo único que les importaba. Sabía que mientras estuviera al lado de ellas, me serían completamente fieles, mías sin retaceos, objetos exclusivos, de mi propiedad.
Me gustaba dormitar a la siesta bajo unas plantas y jugar con los leoncitos pequeños que me mordían la cola, me encantaban esas horas en que, lo único que hacía era espantarme las moscas, otear la caliente sabana a la distancia, reverberando, amarilla, polvorienta, mentirosamente solitaria. Cuando las leonas cazaban algo, sabían que los mejores bocados eran para mí, comenzando por el upite, por supuesto.
Una vez, hace ya un tiempo, salí a recorrer el territorio, llegaron unas hienas con toda la intención de atacarme: ya se sabe, en la vida que llevaba, esas peleas solían ser a muerte, así que estuve un rato largo defendiéndome como podía de esas malditas, que me rodeaban por todos lados. Hasta que no sé cómo, en un momento dado, aparecieron mis leonas y para salvarme, huyeron las malditas. A la semana empezaba la temporada de apareamiento y tuve que retribuir atenciones: se dice fácil, pero eran como quince y algunas querían varias veces al día, uf, menudos placeres.
Ahora pienso que, visto en retrospectiva, mis mejores momentos fueron cuando me hice cargo de la tropa y supe que desde ese instante eran mías, mías y solamente mías. Seguiría igual mientras el cuerpo aguantara, pero en esos momentos mi final como capo di tutti gli capi estaban muy lejanos, era casi imposible que algo me venciera, la buena vida no terminaría jamás. Una leona vieja me quiso contar, anticipadamente, cuándo y cómo terminaría mis días. Pero no le hice caso, en esos momentos estaba a mis anchas, haciendo exactamente lo que había dicho que haría el día que me hiciera con todo.
Debo decir, en honor a la verdad, que las leonas seguían cazando como siempre lo habían hecho, no dieron bolilla a mis ideas de hacerlo de una manera más racional, eso, a pesar de que en un principio me oyeron con atención, se mostraron convencidas y hasta dijeron que me harían caso. Pero siguieron en su ser, para eso vienen siendo leonas desde hace miles de años y no van a cambiar por un macho más o menos. Todo fue igual, día tras día, año tras año, siempre lo mismo, siempre feliz, contento, satisfecho de mí mismo.
Hasta que un buen día, como tenía que ser, llegó un león más joven, al principio lo aventé con un rugido, pero volvió al otro día, empezó a acecharnos con insistencia, a veces se acercaba mucho, entonces lo sacaba corriendo, otras ocasiones me oteaba desde lejos o miraba a las leonas con hambre, con lascivia, lujurioso. Una tarde que andaba descuidado se vino a toda velocidad y, cuando me di cuenta, ya estábamos peleando: era más fuerte que lo pensado, más ágil, venía de pasar mucha hambre y luchó con la desesperación de los que no tienen nada que perder. Me ganó. Tuve que alejarme para que no me matara. Después persiguió a una leona de mi tropa durante varios días hasta que le mató los crías, pero ni así ella se vino conmigo para que la defienda, algo que habría hecho con gusto, aunque esa vez, perdido por perdido, muriera en el intento. Pero ella sabía que su destino al final estaría con él y no conmigo, así que se defendió como pudo, luego hizo lo que debía hacer y al final se aparearon gustosos.
Ahora ando de nuevo en la intemperie, los más jóvenes no aceptan mi compañia ni mis consejos, dicen que me he convertido en un león herbívoro y mis ideas son atrasadas, antiguas, pasadas de moda. Por otra parte, estoy observando con curiosidad que no hay ejemplares de mi edad aunque sea para conversar un rato: los que tenían tropa murieron al poco tiempo de abandonarla, ya sea porque los liquidaron los de la nueva ola, o las malditas hienas que siempre andan dando vueltas, esperando que uno quede rengo para caerle encima.
Anoche escapé de unos jóvenes que me quisieron atacar, eran muchos y no les hice frente, me fui, como se dice, con la cola entre las patas, sin hacer ruido para que no me viesen. En mis buenos tiempos los habría corrido con la mirada.
Ahora está oscuro, es de noche y veo brillar los ojos de una hiena detrás de unas plantas, me mira fijo la muy maldita. ¡Oh!, ¡no!, detrás de ella hay otra. Vienen más, son cerca de una docena, todas riéndose con esos sonidos desagradables que saben hacer. Tendré que vender cara mi vida, aunque esta vez sé, porque es ley de la vida, que voy a perder. No quieren negociar, tampoco conversar, al final se harán un festín con mi cuerpo, quiero rugir, pero no me sale como antes. Se ríen las malditas, parece que se carcajean, gozan por anticipado.
Aunque usted no lo crea, al final todos los leones terminamos igual. Ya verá.
©Juan Manuel Aragón
A 18 de febrero del 2024, en el río Utis. Asando un quirquincho

Comentarios

  1. Cristian Ramón Verduc18 de febrero de 2024, 10:40

    Muy bueno. Descriptivo y se entiende que es la segunda parte de...

    ResponderEliminar
  2. Hola don Juan. Soy Pilpinto Santos y pido permiso para contarle "Del Muerto que Habla" algo que me recordó su cuento. Un amigo de San Pedro de Guasayan , me contó que andaba labrando postes y derrepente vio al frente suyo Un tremendo león chiludo , miró a un costado para correr y estaba otro, giró la cabeza hacia otro lado y una leona Cogote pila se le allegada sin dejarle escapatoria Entonces le pregunte ¿ y que has hecho vos ? y me respondió : y que queris que haga pu chango , los leones me han comio.

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