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INUNDACIÓN Rayos y centellas

Mujer que llora, Pablo Picasso

El llanto es un aluvión que no deja nada en pie, como le sucedió a la mujer del cuento que sigue a continuación

Siempre andaba inundada de lágrimas de un dolor inconmensurable en el pecho. Un gran paquebote antiguo hubiera navegado por su casa, sin tocar fondo, yendo del living a la cocina y de ahí al patio sombreado por la parra bajo cuyas hojas el amor perdido alguna vez interpretó endechas en la guitarra, solamente para ella.
Lloraba porque se le había mandado a mudar a otras islas quizás más felices, ese hombre con el que había soñado vivir una existencia feliz, criando hijos, viéndolos crecer y llegar a una vejez sin sobresaltos. Sus lágrimas eran gotas de lluvia insistente, pertinaz. De haber nacido en tiempos bíblicos, le habría correspondido ser la Magdalena que —según decía el cura en el catecismo —lavó con sus sollozos los pies de Nuestro Señor.
De mañana temprano, sus ojos tristes paseaban en el ómnibus que la llevaba al trabajo, atendían al público en una gris oficina del centro de esta ciudad destartalada, se escapaban a hacer las compras, volvían a marcar la salida y regresaban al barrio, tan apesadumbrados como habían salido. Luego almorzaban solos, cada uno en su órbita, cada cual con su humedad vidriosa y dormían la siesta impregnando la almohada con su salobre sabor. Seguían con lo mismo a la tarde, a la hora de la novela y continuaban así cuando a la noche, su dueña salía a la vereda a ver cómo pasaba el mundo por la calle o conversaba del calor, del tiempo o de las últimas noticias con la vecina del al lado, la comadre de la otra cuadra o la chismosa del frente.
Siempre algún lagrimón se le escapaba, decía que era porque la situación del país la ponía mal o en largas tertulias de mate y bizcochitos,  terminaban acordándose de los finados. Pero a esa altura nadie iba a creer en excusas.
Dejó de llorar cuando volvió a llegar un hombre a su vida y se dijo enamorada y tiernamente feliz. Pasaron buenos momentos, no era un mal tipo con ella, pero dejaba un reguero para el amor ausente que te la voglio dire que terminó cansándolo. El hombre le advirtió que debía elegir entre sus recuerdos o esa relación. Por un tiempo le hizo el gusto, luego, de a poco siguió con esa tristeza que la anegaba completamente y tal vez fuera parte de la esencia misma de su ser. Una tarde cualquiera, el hombre aquel tomó impulso, se largó a correr desde el fondo de su corazón y la abandonó, a los amigos les contó todo en tres palabras: “No la aguanto”.
Ahora llora por el que tocaba la guitarra y por el que no sabía nada de música y el mar de lágrimas de su vida es un Océano Pacífico, de Catay a las costas del Perú, de Buenos Aires a Ciudad del Cabo y de ahí a Nueva Zelandia. Y desde que se jubiló de su melancólica oficina, sale poco a la calle, no toma mate con las vecinas, no compra bizcochitos, no ha vuelto a tener un amor.
A veces cuando está limpiando la casa, abre la puerta de entrada y los vecinos aprovechan para pispear hacia adentro. Dicen que bajo la parra que se adivina al fondo y en la sala en que recibía al que vino después, todo parece borrascoso. Mar embravecido que en ocasiones llegó a presenciar grandes olas, huracanes, torbellinos, tifones, tempestades terribles, ciclones de furia chocando las paredes, haciendo temblar la cama en las profundidades abismales que nombraba Julio Verne. ¡Rayos y centellas! Y un paquebote de amor pasando urgente al dormitorio, desatando oprobios de pasión desenfrenada.
Pero, quién sabe.
Juan Manuel Aragón
A 10 de junio del 2024, en San Javier. Buscándolo a Tito Jiménez.
Ramírez de Velasco®

Comentarios

  1. Cristian Ramón Verduc10 de junio de 2024, 6:50

    Para colmo, siempre veía entre lágrimas un video con Moria diciéndole: "Si queré shorá, shorá."

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