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CIENCIA Los Wagner

Los Wagner en el museo (foto del diario El Liberal)

Cómo fue que los sabios franceses se interesaron por la arqueología de Santiago

Por Olimpia Rightti

El trabajo de Emilio y de Duncan Wagner es demasiado múltiple y fecundo para describirlo en todos sus aspectos en una reducida monografía. No haremos pues, sino señalar una parte modesta de la carrera de naturalistas y arqueólogos, cumplida en Santiago, ciencias a las que se dedicaron de corazón, conquistando la fama para nuestra provincia y el prestigio para la ciencia argentina.

¿Alfabeto indio?
1890- A don Emilio lo tenemos por primera vez en Icaño, en una pulpería, en procura de víveres. Entró en el preciso momento en que un individuo compraba plumas de garza a un cazador criollo robándole en el peso. Disgustado, intervino, y valiéndose de una moneda de oro de 10 francos controló el peso de las plumas. “Geno”, el campesino, quedó muy agradecido del favor y se constituyó en su fiel e inseparable compañero. Fue quien le abrió el bosque santiagueño a don Emilio, con todos los atractivos que el naturalista sabe encontrar. Nuestra selva, no menos sugestiva e interesante que las del Brasil, Uruguay y Misiones, ya conocidas por él, le cautivó desde el primer momento. Fue ella, con su gracia humilde de campesina y sus “chacos” los que le conquistaron para siempre. Se estableció en La Palisa del Bracho, allá por los años en que no se cultivaba el alfalfa y se labraba la tierra con el rústico arado de palo. Mientras se entregaba a las Ciencias Naturales, se obstinó en sembrar alfalfa, a pesar de la incredulidad de los campesinos. El viejo “Nepomucho” le previno que “ese yuyo no comen los animales” y que el “arado de fierro envenena la tierra y no nacen las platas”. Pero cuando los brotes verdes y jugosos formaron una tupida alfombra en las márgenes del río Salado, los campesinos creyeron en el “gringo”, y éste, para iniciarlos tal cultivo, les prestó un arado de fierro y sus caballos y les dio de su semilla. Fueron esos arados, tal vez, los primeros que le llamaron la atención, descubriendo sus restos arqueológicos de fina, lustrosa y bella cerámica. Su reflexión inmediata ante tales vestigios fue que el pueblo que las fabricó no podía ser rústico ni salvaje ya que usaba objetos tan delicados. Sin embargo sólo se dedicaría muy tarde a la arqueología. Por el momento la vida exuberante que anima la selva frondosa del Brasil, Paraguay y Misiones le atraen, le mantienen en contacto continuo, alejándolo por temporadas de Santiago. Pero retorna siempre al bosque que invade el río Salado, abundante en especies zoológicas y botánicas que constituyen su material de estudio. Allí colecciona coleópteros que llaman la atención y entusiasman por su variedad y riqueza a los especialistas del Museum de Historia Natural de París, del que es en 1901 Encargado de Misión en Brasil, Paraguay y la Argentina y se representante en 1902. El ilustre sabio Perier, presidente del Museum, escribe: “El Museo se felicita de tener corresponsales tan esclarecidos y deseosos de enriquecer y completar sus colecciones”.
En 1904 se establece en Mistol Paso (Icaño), paso colonial que atravesaba un mistolar. Solo deja este paraje para realizar viajes de estudio por el interland americano y para visitar Francia, donde reside el foco de cultura y su familia. El mismo año, el Museum recompensa su labor fecunda nombrándole representante oficial para el cuerpo de sabios en los países citados. Lleva a Francia por vez primera, nuestra cerámica prehistórica a la cual ya dedica atención. Allí las compara con piezas arqueológicas de toda América. Sus muestras salen de lo conocido: “Es algo nuevo”, opina Rivet y le pide colecciones. Aquí nace un nuevo impulso de su cerebro insatisfecho de saber, que le ha de llevar a realizar su gran obra arqueológica.
Continuó formando colecciones, las más sorprendentes, de insectos en nuestro bosque. El sabio E. Bouvier, jefe de la sección entomológica del Museum dice: “se trabará aún 50 años con las colecciones” que envía Emilio. Por su amplia labor se le nombra en 1905 encargado de misión del ministerio de instrucción pública y bellas artes en América del Sud y le condecoran Oficial de Academia. Hasta 1910 reune piezas arqueológicas muy interesantes que hace dibujar por R. merman antes de enviarlas al Museum. Proceden de excavaciones que realiza por su cuenta, pues ha entrevisto ya el alcance y la importancia de su hallazgo. Como miembro de la Sociedad de Americanistas de París, en 1913 presenta una comunicación ilustrada con numerosas fotografías que muestran la riqueza de la flora y la fauna que anima nuestras lagunas, donde abunda el cisne de cuello negro, que fue otrora inspirador de motivos decorativos de las cerámicas que da a conocer en ese momento.
La guerra del 14 le aleja de Santiago. La patria lo llama: responde con importantes servicios, por los cuales le prometen condecorarlo con la Cruz de la Legión de Honor. En 1916, después de su exploración y estudio hasta las fuentes del Paraná, la Sociedad Geográfica Comercial de Francia le concede el premio Para. El 9 de julio de ese año, Alejandro Gancedo dona su museo, que fue llamado “Arcaico”.
Don Emilio vuelve a su bosque de Mistol Paso. “Con la guerra he perdido mi fortuna”, dice bondadosamente, pero se sabe que malos cálculos criollos suponen que no regresaría y se apresuraron a despojarlo. Queda muy pobre, pero su potencial vida y sabiduría está en su madurez. En esa época comenzó el aspecto más importante de su obra de arqueólogo, de naturalista y de pensador. Así en 1918 y 19 publica dos obras de interés mundial, donde se evidencia su amor por América, a la que en sus conversaciones llama con frecuencia “bendita tierra de paz y libertad”. Leopoldo Lugones dijo que esos libros “debían estar en manos de todos los estadistas de América”. En 1919, le acuerdan la condecoración de Correspondiente del Ministerio de instrucción Pública -Roseta violeta.
En Buenos Aires, el arqueólogo Eric Boman, que ya conocía las piezas llevadas por don Emilio al Museum, y sobre las cuales Rivet le había llamado la atención, entusiasmado trató de organizar una expedición con su asesoramiento, pero no encontró apoyo pecuniario. Por otro lado los naturalistas de Francia le guscan y solicitan colecciones, las que hasta 1920 más o menos, contaban unas 17.000 especies diferentes de coleópteros. Muchos son desconocidos, clasificados con su nombre Wagneri, Anoploderma Wagneri.
Miles de insectos santiagueños envía a Europa, juntamente con muestras de cerámica, pájaros y otros animales de la región. Está de tal modo familiarizado con nuestra tierra que interrogado responde: “Me es familiar todo lo que vuela, todo lo que nada, todo lo que se arrastra por la tierra o abre galerías bajo el suelo. Árboles, plantas de todo género, todo lo que es encanto de los ojos, las grandes y pequeñas especies, agrega están siempre presentes en mi espíritu; me son realmente familiares y, multiplicando así mis puntos de contacto con la naturaleza, me atan más intensamente a todo lo que nace y muere a mi alrededor”. En Europa llama la atención la riqueza entomológica con que cuenta Santiago, sólo nosotros la ignoramos. A causa de ello se perdieron en la indiferencia los llamados de Wagner para formar un museo de ciencias naturales y colecciones análogas a las que existen en el Museum de París. Ahora es tarde. Tampoco nos hemos prevenido contra el desbosque, medio de vida de los insectos.
El fracaso que tuvieron con Boman no le desanima: ahora trata de interesar a Debenedetti. Le somete un plan de trabajo y le envía piezas; pero no tiene éxito. Prosigue por su cuenta las búsquedas y reúne una importante colección. En 1923 para llamar la atención del público y de los especialistas, escribe en El Liberal un artículo titulado “De las sombras del pasado surge una civilización desconocida”.

El museo en el teatro.
Cuando el Gobierno de la provincia le llama en 1923, para organizar el “Museo Arcaico”, para Wagner ya es un hecho el descubrimiento de la civilización chaco-santiagueña. Al hacerse cargo aportó, con sus caudalosos conocimientos, su hermosa colección arqueológica y otra de coleópteros. En su corta vida, el Museo Arcaico sufrió dos clausuras. De sus colecciones, depositadas en el sótano del teatro 25 de Mayo, muchas piezas se destruyeron, otras se perdieron. Gancedo, tratando de defender el museo por él donado, presenta un proyecto de ley en 1925, donde de paso, se refiere a don Emilio. Dice: “Todavía y por más que se habla de continuo acerca de la importancia de los museos, y su misión pedagógica, pueblos y gobiernos hállanse muy lejos de hacer, con ellos y por ellos la necesaria difusión de cultura. De tarde en tarde, en el mensaje anual de un gobernador de provincia, ofrece como iniciativa lujosa y a veces descuidada, el propósito de crear el museo de historia natural. Es que ha pasado por la provincia un extranjero civilizado, que coleccionaba coleópteros y por azar desenterró restos de fauna mamalógica”.
Los trabajos personales de Wagner progresan enormemente, pero el éxito ante los poderes públicos es nulo. Fue necesario que en 1927 un hallazgo casual, de una ocarina, despierte el interés de un corresponsal de El Liberal, y repercuta entre los intelectuales de “La Brasa”, quienes entrevistan a don Emilio: “Acogido con calor mis puntos de vista y pareceres, francamente expuestos -dice- mis consultantes, bajo la animación de Bernardo Canal Feijóo, escritor fino y erudito, cuya lúcida actividad le pone siempre a la cabeza de todo movimiento que pueda reportar un progreso para su país y para su provincia, se pusieron en contacto con el gobernador de la provincia, señor Domingo Medina, obteniendo de él, por decreto del 5 de mayo de 1927, un primer subsidio de mil pesos para que el director del Museo se trasladara al terreno, estableciera el fundamento de las informaciones del corresponsal de El Liberal y juzgara con conocimiento de causa la importancia que tendría realmente para la ciencia el hallazgo denunciado”. Con esta primera ayuda oficial organiza una expedición. Su hermano Duncan se asocia a los trabajos arqueológicos y le acompaña. Establecen campamento en Llajta Mauca. La prueba es dura, los recursos escasos. Había que pagar peones, adquirir herramientas, víveres. Todo había que comprarlo, desde el agua que bebían los hombres hasta la que tomaban los animales y la que se utilizaba para el lavado de las piezas que hallaban. Mientras Duncan quedaba en las carpas, dibujando y estudiando las piezas encontradas, don Emilio se ingeniaba como cazador. Acompañado de sus perros, Olga y Verdún, salía todas las mañanas, escopeta en mano, el ojo alerta, espiando los conejos, los patos o las perdices. Volvía con el sustento para toda la misión, obtenido con la ayuda de esos dos nobles animales; los primeros colaboradores de la gran obra, y ello lo decimos a toda conciencia. Faltaba agua. Se cavó un pozo, otro más, todos daban agua salada. Faltaba azúcar y el dinero para comprarla. Emilia encontró otra solución: las útiles abejas que él criaba con cariño dieron su miel, su cera para las reconstrucciones y algunos pesos que se invertían en alimentos. Lo que antecede es el secreto del gran éxito de Wagner en su obra y el por qué del desarrollo sorprendente del museo.
Desde entonces las excavaciones se realizan sin interrupción cada año. El museo crece aceleradamente. No había vitrinas para conservar las colecciones. A falta de ellas don Emilio construyó mesas con cajones de embalajes, cuyo precio es reducido. Duncan escribía y dibujaba sobre ellas. Sobre ellas se realizaron las primeras exposiciones y se dictaron clases a las escuelas. La que escribe, que ya concurría al museo, empezó sus estudios en esas mesas. El trabajo se hace amplio. Don Emilio busca en el terreno, reúne material donde se asentará su obra y lo estudia arrancándole sus secretos. Duncan investiga en el libro, escribe el resultado de lo estudiado, dibuja y pinta. En esta tarea lo secunda eficazmente su esposa, Mme Cecile. Los dos hermanos en esfuerzos aunados presentan al mundo científico la civilización chaco-santiagueña, suscitando amplio movimiento científico en todo el país y en el exterior. Ducan hace oir en los centros científicos la tesis que ambos sustentan y dan los primeros pasos hacia un arte argentino. Publican, realizan exposiciones y forman alumnos con las vocaciones que despiertan con su ejemplo.
En 1932 el éxito de sus trabajos llega a Francia, la que estimado tan alto la obra de sus hijos, que condecora Caballero de la Legión de Honor a don Emilio y acuerda igual distinción al gobernador que le presta ayuda. En 1934 el museo arqueológico cuenta con 17.000 piezas no competas, pero es suficiente para que los Wagner las reconstruyan íntegramente para que las interpreten. En esto, sólo Amehino les iguala. Con sa base publican el tomo I de la gran obra “La Civilización Chaco-Santiagueña y sus Correlaciones con las del Nuevo y Viejo Mundo”. Con él incorporan a la arqueología argentina una civilización borrada por los siglos, abren nuevos campos de investigación.
Solari obtiene en el Congreso un subsidio que les permite intensificar las excavaciones y enriquecer las colecciones. Ese año exhuman más de 10.00o objetos. Muchos completos, y para alegría de nuestros arqueólogos, coinciden en absoluto en simbolismo, forma y tamaño con aquellos que reconstruyeron a base de fragmentos. Hasta 1937, año que la muerte sorprende a Duncan, es un período de ampliación de la obra, de formación de colecciones, de cimentación de un ambiente cultural, de recuperación de un arte extinguido, de formación de alumnos especializados. Don Emilio se sobrepone al dolor y continúa sin interrupción la obra con la colaboración de su alumna.
En 1938, don Emilio trae dos novedades n botánica. Ha obtenido de un chañar que cultiva, frutos con doble semilla; evolución sobre la cual planea interesantes proyectos, y ha hallado una planta que en época favorable crece lozana y da flores fragantes, pero que durante las grandes sequías desaparece casi, dejando ver apenas un palmo de su tronco; diríase que su raíz es igualmente pobre, pero no, bajo el suelo esconde un enorme tubérculo como la patata, de unos dos kilos. Piensa con alegría que cultivada solucionará el alimento de la población de la campaña que sufre las consecuencias de la sequía.
Los 10 años siguientes la obra experimetna otable progreso como consecuencia de los numerosos descubrimientos que don Emilio realiza en el campo de la investigación, confirmando lo que expusieron en el primer volumen. Tal los signos alfabetiformes de los de la de ojos oblicuos, el carácter proteiforme de la deidad chaco-santiagueña.
Hace 20 años que don Amilia ha tomado a su cargo el Museo, lo ha aumentado de valor científico en la misma proporción que las colecciones han pasado de 3.000 piezas (cuando su fundación) a las 75.000 que poseemos actualmente. Volviendo sus ojos sobre ellas, don Emilio suele decir: “He pagado mi deuda de gratitud a este país hospitalario con haber formado este museo”.
De una nota en el número del cincuentenario del Liberal del 3 de noviembre de 1948.
Ramírez de Velasco®

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