La riña, de Hugo Argañarás |
Datos para entender una discusión que viene de hace mucho y que al parecer no tiene razón de ser
No es cierto que la gente del campo es más buena que la de la ciudad. Hay la misma cantidad de malandras y atorrantes por metro cuadrado que en cualquier lugar del mundo, lo que pasa es que al haber menos habitantes y estar las casas un poco más separadas, se notan menos. Aquí para hallar a un forajido hay que caminar dos cuadras, allá quizás hay que ir un kilómetro. El aire puro, los pajaritos cantando a la mañana, la naturaleza, los burritos, las cabritas, no hacen más buena a la gente, así como los colectivos, el ruido de la calle, los amontonamientos no necesariamente la hacen mala.Usted va a la casa de un amigo en la ciudad, le dice lo que le tiene que decir, se da cara vuelta y regresa a su casa. Allá, al menos antes solía ser distinto, para ver a un amigo debía atar el sulky, andar dos horas para recorrer diez kilómetros y no era justo que dijera lo que tenía que decir y se volviera así nomás. Lo hacían apearse, le convidaban unos mates con tortilla, quizás lo invitaban a almorzar y recién en la sobremesa usted decía que iba, pongalé, a mingar el arado y porque el suyo se había roto.Esa distancia hizo que la gente se volviera naturalmente más obsequiosa para que un buen recibimiento se devolviera con otro. Por eso también se hizo una obligación el deber de hospitalidad en la gente de antes, una costumbre que sigue vigente en los lugares menos contaminados por las luces del progreso.
En la ciudad la gente no es mala, usted va de raje, en media hora que se escapó del trabajo, a pedirle una amoladora al amigo que también está apurado entregando pedidos: no hay tiempo para charla, en todo caso se reunirán el fin de semana en un café, en un asado, para conversar, ahora sólo quiere saber si le prestará la herramienta. Sí, buscala pasado mañana, bueno, mando a mi chango a que la retire, ¿a la tarde puede ser?, a la tarde, chau, chau. Eso es todo.
¿Es malo el tipo de la ciudad porque tiene urgencias? Respuesta, no. ¿Es bueno el hombre de campo porque lo recibió como un duque?, respuesta, tampoco. Son las formas que impone la civilización a cada uno. No queda bien que después de un viaje de dos horas en sulky, en medio del tierral, por caminos repletos de barquinazos, cuando llegue ni siquiera le pidan que se baje, le pregunten qué quiere y lo despachen a los dos minutos. Y tampoco es correcto en la ciudad, que llegue uno a pedir algo, le convide mate con tortilla, lo invite a almorzar, lo haga dormir la siesta y recién le pregunte qué anda queriendo, hasta eso a él se le mandaron a mudar los clientes y a usted lo andan buscando su señora y los hijos en todos los hospitales y comisarías.
Por eso cuando usted va al campo lo atienden bien, la gente espera —sin esperar —que al venir a la ciudad la atiendan de la misma manera, o similar al menos. Además, sabe que usted llega desde mucha distancia, no va a permitir que regrese sin convidarle unos mates, sin mostrarle sus tesoros, unos gallos de riña acreditados en varios combates, el parejero, los lechones para vender que darán el peso esta Navidad, si Dios quiere, la colcha que acaba de terminar de tejer la mujer en el telar, el cuaderno de la hija, lleno de dieces y felicitaciones.
Incluso las conversaciones suelen ser allá un poco distintas que las de aquí. Un suponer, usted va al quiosco de la esquina, al quiosquero de toda la vida le dice solamente “Marlboro”, el otro le entrega un atado de cigarrillos, le da la plata justita y se va. Han celebrado un complejo y completo contrato de compraventa y apenas cruzaron una palabra, por ahí ni se saludaron. Allá hay que llegar, saludar al almacenero, preguntarle cómo está, cómo anda, y recién preguntarle si tiene cigarrillos, el otro dirá que sí, usted le volverá a preguntar de qué marca y diez minutos después puede ser que recién se esté yendo del boliche.
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Pero también usted le dice a uno aquí en la ciudad: “Esta noche va a llover” y capaz que el otro le diga: “Ahá, ¿y?”. Pero si usted dice en el campo: “Va a llover”, está indicando que saldrá bien la cosecha, tendrán alimento para ellos y para sus animales, se llenarán los aljibes y no habrá necesidad de pedir un camión con agua para lavarse, se colmarán las represas. Y todos pensarán eso mismo en silencio, quizás sin decirse nada, masticando para adentro la buena noticia.
Ahora, volviendo al principio, ¿es más buena la gente del campo o de la ciudad? Más o menos lo mismo. Pero para contar cómo es el malandrinaje de unos y otros habría que hacer otra crónica. Y hasta aquí nomás llega el espacio que obsequia Ramírez de Velasco.
©Juan Manuel Aragón
A 5 de diciembre del 2023, en Puma Huasi. Haciendo los deberes
Todo lo natural proveniente de la vida, fue trastocado por la maldad humana que requiere ser parte de los servicios que en oposición se legislan para ser util en el trabajo que aprenden a realizar. Así a lo natural se contraría lo puesto por aquellos que buscan tener existencia de ser testigos y tenidos en cuenta, que llaman estado del derecho, y ya tener favores obligan que es otra servidumbre
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